─¿Gracias? ─Inquiero, cambiándome rápidamente los zapatos. Al sentir el material en mis pies, ellos me agradecen. ─¿Cómodos? Son italianos, seguro los sientes como nubes en los pies ─menciona sonriendo. Arrugo mi entrecejo, lanzando la caja hacia atrás. ─No entiendo… ¿Por qué? ─Inquiero mirando su perfil. Sus pupilas se fijan en mí con intensidad. ─He visto que siempre cargas las mismas zapatillas envejecidas, quise hacer una caridad ─murmura con frialdad, quitándome la esperanza de su humanidad nuevamente. Dejo mi espalda en el asiento y mis ojos en la ventana, mientras él coloca el auto en curso. ─Eran de mi mamá ─suelto, sintiendo el nudo en mi garganta. Aprieto el asa de mi cartera, tratando de ser fuerte. ¡No llores delante de él, no seas débil! Me suplico por la poca verg