" Cuando las discusiones no tienen sentido, es mejor inhalar y exhalar. Nunca sabes cuándo será la última vez que veas a esa persona especial".
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Mirando desde una corta distancia, veía a mis hijos correr uno tras el otro. Una sonrisa escapó de mis labios, contemplando aquello que el amor de mi vida me obsequió. La dicha de ser padre, y con la esperanza de volver a serlo muy pronto.
Como si ella adivinara mis pensamientos, sentí su cabeza apoyarse en mi pecho, agaché la mirada para rodearla con mis brazos.
— ¿En qué piensas? —me preguntó acurrucado su cuerpo más cerca al mío.
Mi corazón latía con felicidad. Me sentía el hombre más afortunado en el mundo ¿Qué más podía pedir? Mi vida era perfecta, entonces, muy cerca a su oído le susurré: En lo afortunado que soy por tener unos hermosos hijos, pero sobre todo por tenerte en mi vida.
Ella me apretó las manos que descansaban sobre su vientre, se sentía tan cálido estar así, contemplando la maravilla de la vida. Ojalá esto fuera eterno.
De pronto, alguien detrás de nosotros se aclaró la garganta, para decir: Lamento interrumpirlos tortolos, pero los invitados han empezado a llegar.
— Oh, es verdad. Gracias señora Bianca —dijo mi esposa a mi madre, tratando de apartarse de mis brazos para recibir a las personas.
— Yo iré a decirle a Geronimo que baje. Tiene una sorpresa especial para los mellizos, los dejo.
— Descuide señora Bianca —respondió Stella siguiendo con los intentos de apartar mis manos—. Vamos Massimo, hay que saludar a los invitados.
— ¿Y si mejor les decimos que la fiesta se canceló? Estoy ansioso de tenerte en la habitación, quitarte este endemoniado vestido, y recorrer tu hermoso cuerpo con mis dedos, luego reemplazarlo con mi lengua, y entonces, empezar con la tarea de darles un hermanito a nuestros hijos.
— ¡M-Massimo, por favor! —me dijo alarmada con sus mejillas totalmente rojas de calor—. No es momento de hablar de esos temas, hoy es el cumpleaños de nuestros hijos.
Dejando salir un corto gruñido, acepté soltarla. Solo lo hacía por mis hijos, de lo contrario mandaría a todos a volar, pero como ella decía, ya habría tiempo para todo lo demás. Después de todo, tenemos el resto de nuestras vidas para tener cuantos hijos queramos.
Arreglándose el cabello, Stella se alejó a saludar a cada uno de los invitados, entre ellos socios, trabajadores de la constructora, la tía de Stella, su amigo el estilista, quien siempre venía con ropas extravagantes. Es un buen tipo, pero era bastante coqueto con sus ocurrencias. Sin duda alguna, cuando él y Antonella se juntaban, se convertía todo en una locura.
— Tia Margo —corrieron los niños a saludar a la tía de Stella. La razón de que le dijeran tía en lugar de tía abuela, era por pedido de la propia Margo. No solía pasar mucho tiempo en el país por los negocios en el extranjero, y por ello aún no se acostumbraba a la idea de que la llamaran tía abuela.
Pronto el patio se llenó de niños jugando entre ellos con las decoraciones del lugar, entre castillos inflables y juegos traídos especialmente para ellos.
— ¡Papi mírame, voy a llegar al cielo! —exclamaba de emoción mi niña pequeña, mientras brincaba en una cama elástica.
Soltando una risa agradable, me acerqué lo suficiente, y ella saltó a mis brazos.
— ¡Me atrapaste papi!
— Lo hice cielo, pero ten cuidado a no saltar así tan de repente. Ahora dime, ¿dónde está tu hermano?
— ¡Estoy molesta con Franco! —me dijo frunciendo el ceño.
— ¿Por qué, cielo?
— Yo quería abrir los regalos de la tía Margo, pero él no me dejó.
— Oh, pero Chiara, eso lo harás después —trató de hacerla entender, de pronto vi a Franco, sentado en un rincón con los bracitos sobre sus rodillas y su cabeza recostada en ellas—. Mirá, ahí está tu hermano, se ve muy triste ¿no quieres que esté así, verdad?
— No —agregó con tristeza.
— Anda, ve y dale un abrazo, ustedes dos son inseparables.
Chiara asintió, así que la bajé de mis brazos y a los pocos segundos la vi corriendo hacia su hermano. Ambos se abrazaron con fuerza y volvieron a jugar.
— Ojalá los adultos tuviéramos esa capacidad para olvidar los rencores tan rápido —me dije en mis pensamientos.
— Bien hecho —susurró detrás de mí esa voz tan agradable que amaba de mi esposa.
— ¿Estabas ahí todo este tiempo? —le pregunté dando vuelta para encontrarme con su dulce sonrisa.
— No, en verdad estaba hablado con el maestro de ceremonia y sin querer me enganché con un objeto que rasgó parte de mi vestido.
— ¿Qué? ¿Y de qué tenías que estar hablando con ese sujeto?
— Bueno, todo, es él quien trae el show, además me ayudó a salir de ese problema, fue muy amable al prestarme un broche de su camisa.
— ¡Qué estupidez! —dije mirando a otro lado.
— ¿Estás celoso?
— ¿Celoso? ¿Por qué debería estarlo? Si mi esposa está muy feliz conversando con un tipejo y encima… —trataba de controlar mi cólera, no era el momento ni lugar adecuado para enojarme, debía permanecer calmado.
Sin decir más, ella me abrazó, sintiendo cómo poco a poco mi ira desaparecía, le correspondí. No había motivos para enojarme, yo confiaba en mi esposa.
…
— ¿Trajiste lo que te pedí? —decía una voz bajo la fachada de un disfraz entre la multitud.
— Sí, pero no creo que esto esté bien, es terrible, yo no soy una criminal.
— ¡Callate! Y pobre de ti que se te ocurra abrir la boca, aceptaste a cambio del dinero, así que ahora te callas y obedeces.
Bajando la mirada con resignación, la acompañante asintió.
— Todas las risas que han soltado se convertirán en llanto, pronto desearan no haber venido por aquí jamás.
…
Las horas pasaron hasta caer el sol, muy pronto anochecería, y la fiesta iba llegando a su fin.
El tiempo de abrir los regalos había llegado, entre ellos, el del abuelo más consentidor.
— Vengan aquí mis niños.
Franco y Chiara corrieron frente a Geronimo, esperando el obsequio que les tenía preparado.
El hombre elegante sacó dos pequeñas cajas de su bolsillo para abrirlas, y mostrándole a los mellizos, quienes abrieron sus grandes ojitos con sorpresa y alegría.
— ¡Mira Chiara, como la de mamá! —exclamó Franco, saltando de alegría.
— ¡Sí! Ahora tendremos unas medallitas como la que mamá tiene de los abuelitos.
Geronimo empezó a reír con carcajadas ante las ocurrencias de sus nietos.
— No pequeños, esto no es una medallita, estos son collares con sus iniciales.
— ¿Nuestras iniciales? —preguntaron al unísono.
— Así es, este es para Franco, de fuerte feliz, y este otro es para Chiara, de cándida y de puro corazón, son collares que hará que cada uno se recuerde, están hechos del mismo material y forma.
Los mellizos se miraron el uno al otro, comunicándose a través de sus ojos, ambos se tomaron de la mano y sonrieron al rostro feliz de su abuelo.
Todos miraban emocionados, especialmente una que no pudo evitar derramar una lágrima.
— ¿Qué pasa cariño? ¿Estás bien? —le preguntó Massimo a Stella, al percatarse del repentino cambio.
— Perfectamente, estoy tan feliz de ver a mis dos tesoros tan unidos.
— Eso es porque salieron iguales a su mamá.
Massimo la abrazó de la espalda contemplando todo, sin embargo, no podía evitar sentir algo de inquietud.
De pronto, los ladridos de la mascota de la familia se unió. Bracco, aunque ya lucía bastante avejentado, este se dejaba acariciar por los mellizos, respondiendo con lamidas a sus amos.
— Ven aquí amigo —lo llamó Stella, pasando sus manos detrás de las orejas del can—. Te sigues viendo tan adorable como cuando eras un cachorro.
— Bracco, fue parte del vínculo que nos unió ¿lo recuerdas? —agregó Massimo, acercándose a acariciar el pelaje del animal.
— Por supuesto, y aún me pregunto, ¿cómo fue posible que a pesar de nuestros caminos, el destino siempre nos volviera a juntar? Era como si algo que nos guiara al otro. Una clase de hilo.
Después de un largo rato, los invitados se marcharon, y los mellizos fueron llevados en brazos de su madre y padre a dormir.
Stella colocó a Chiara sobre la cama, inmediatamente Massimo hizo lo mismo con Franco, y como si se tratara de alguna clase de imán, los dos hermanos se tomaron de la mano, permaneciendo con los ojos cerrados.
— Dejemos que duerman así, han tenido un día bastante agotador.
— Es verdad, vayamos donde tus padres, nos esperan abajo.
De regreso a la sala, se encontraron con los únicos que quedaban en casa, Antonella y Marco acababan de marcharse, pues el deber llamaba.
— Hoy ha sido un día increíble, los pequeños se han divertido hasta más no poder —comentó Bianca a su hijo y nuera.
Stella quién pretendía sentarse en el sillón junto a sus suegros, decidió permanecer de pie.
— Sin embargo, parece que nosotros aún no podemos dormir, iré a preparar un poco de Té.
— Oh, yo te acompaño hija —se ofreció Bianca a ayudar.
Una vez en la cocina, Stella puso el agua a hervir, mientras esperaba a un lado, la madre de Massimo iba sacando las tazas.
— ¿Y dime ya están planeando tener al tercero?
La joven madre casi se atraganta con su propia saliva ante la repentina pregunta de su suegra.
Soltando una suave carcajada Bianca agregó: No hace falta que respondas, tu expresión ya lo hizo, será agradable ver a otro bebé, aunque si les salen mellizos otra vez, ¡vaya que sí tendrán las manos muy ocupadas!
— Si eso sucede, daré mi amor por igual, así como hicieron mis padres conmigo —fue su respuesta sujetando la medallita que siempre llevaba colgada en su pecho.
— Me alegra que tú y mi hijo estén juntos, se por todo lo que pasaste desde pequeña, cuando te arrebataron la felicidad.
— No lo niego, mis padres eran todo para mi. Todos buscan la felicidad, pero yo, ya la he encontrado.
Ambas mujeres regresaron donde Geronimo y Massimo, con las tazas de té preparadas.
Cada uno tomó el suyo, mas cuando Massimo estaba por agarrar el que le correspondía, el timbre de la puerta principal lo distrajo.
— Iré a abrir, tal vez alguno de los invitados olvidó algo —dijo Stella.
— No, no hace falta, yo iré.
Él caminó rumbo a la puerta principal, desapareciendo de la vista de todos, y solo un minuto después, él ingresó trayendo un arreglo floral de hermosas rosas rojas con una inscripción en ella.
Stella se levantó, abriendo los ojos con sorpresa.
— ¡Oh hijo, qué maravilloso detalle a tu esposa! —comentó Bianca.
— Tal parece que nuestro hijo es todo un Romeo —acotó Geronimo sonriendo ampliamente.
Sin embargo, el rostro de Massimo decía todo lo contrario, el ceño fruncido con una mirada fría fue dirigida a Stella.
— ¿Quieres explicarte? —preguntó con el enojo muy marcado en su voz.
— ¿Cómo? No entiendo.
— ¡¿Por qué este maldito arreglo floral tiene una tarjeta con tu nombre?!
— ¿Cómo no se lo enviaste tú? —preguntó Geronimo.
— Si fuera yo, se lo entregaría personalmente ¡Así que responde Stella! ¡¿Por qué demonios tienen que mandarte rosas?! ¡¿QUIÉN LO HIZO?!
— Hijo cálmate, debe haber algún error.
— No te metas mamá, es Stella quien debe responderme.
Massimo estaba irreconocible, los celos hervía como si estuviera en el mismo infierno.
— ¡Confíeza!
— ¡No tengo nada que confesar, porque no tengo ni la mínima idea de eso! Yo no…
— ¿Entonces esto es falso? —él tomó la nota leyendo en voz alta: “Con todo amor, para la mujer más bella que mis ojos han visto". ¡Ahora si quieres hablar!
— No tengo idea de quién pudo enviarla, estás haciendo un absurdo escándalo.
— ¿Absurdo? —dijo ofendido—. De acuerdo, entonces te dejaré con tus flores.
Él sacó las llaves de su auto, dirigiéndose a la salida.
— ¿A dónde vas? —quiso saber su esposa.
— Lejos —respondió dándole la espalda—. Necesito aire fresco, ya hablaremos después.
Stella pasó saliva, sintiendo el nudo en su garganta extenderse.
— Está bien, aquí te esperaré.
Mirándola por el rabillo del ojo, Massimo salió de la casa.
— Oh, hija…
— No te preocupes, hablaré con él —se ofreció Geronimo saliendo tras su hijo.
Algunos minutos después, Stella seguía de pie mirando por la ventana, la tristeza consumía su corazón, reprimiendo un sollozo que amenazaba con salir de su garganta.
Bianca quién permanecía detrás la miraba con lástima ¿Cómo un día feliz podía cambiar así de repente?
— Stella, querida… —su voz se cortó pues un olor llamó su atención.
La joven de ojos verdes, también lo percibió y girando sobre sus talones, intentó hallar el origen de tan fuerte olor.
Mas de pronto, vio humo salir de la segunda planta, donde dormían sus hijos.
— ¡Es un incendio! —fue el grito de Bianca, despertando el terror.