" Cuando todo se desmorona en una pequeña fracción de tiempo".
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Mis manos sujetaron con fuerza las barras de acero que me privaban de la libertad. Dentro de mi corazón todo sentimiento de amor que una vez tuve por esa mujer, se iba convirtiendo en odio, hasta llegar al punto que me quemara la sangre. Pasarían los años, pero jamás la olvidaría, día a día su recuerdo fue apoderándose de mi mente, incluso había momentos en los que pensaba que me escuchaba. Su solo rostro con ojos verdes eran mi martirio. Un sentimiento que no tendría fin, y que solo la muerte sería capaz de apaciguar.
— Traté de hacer las cosas por las buenas, pero tú me empujaste a esto, ahora atente a las consecuencias. Stella, mi vida.
…
Stella no lo había pensado dos veces, simplemente movió sus piernas con prisa para subir las escaleras, sus nervios estaban creciendo a cada segundo que veía el humo extenderse en la residencia.
— ¡Oh no! ¡Hija detente! —exclamó Bianca corriendo detrás de la joven madre, hasta alcanzar a sujetarla de un brazo—. Es peligroso —agregó con temor en su mirada.
— Suélteme señora Bianca, ¡son mis hijos los que están arriba! Tengo que ir por ellos —diciendo esto, Stella se zafó de la mano de Bianca, subiendo de todos modos hasta llegar al pasillo.
El humo continuaba llenando el ambiente, era ya casi difícil de ver el camino, el fuego iba creciendo a velocidad, pero Stella continuó aún con todo el peligro que le esperaba. Colocó sus brazos delante del rostro ayudándose a seguir, y finalmente al llegar a la habitación de sus mellizos, giró la perilla de la puerta, logrando entrar con las fuerzas cada vez cayendo.
— ¡Franco! ¡Chiara! —gritó presa de la angustia.
Alcanzó la cama, tocando las mejillas de sus hijos para luego cerciorarse del pulso de ambos. Miró por la ventana y observó cómo todo se llenaba de un naranja infernal, el fuego iba a consumir en su totalidad aquella habitación, debía sacar a sus pequeños a como diera lugar.
Entonces, fijó la vista en las manos de sus hijos, ellos seguían entrelazados con sus dedos.
Un nudo en el corazón hizo que soltara un sollozo al tener que separar a sus hijos, aunque fuera solo por unos segundos. Tomó primero a Franco entre sus brazos, el pequeño yacía inconsciente por lo que su cuerpo resultaba más pesado y con el fuego avanzando, resultaría peligroso llevar a ambos ya que por la poca visibilidad terminaría lastimando a uno de sus pequeños.
Quedándose unos segundos en la puerta, miró a Chiara, no quería dejarla, tenía tanto miedo, pero no debía seguir dudando, tiempo era lo que menos tenía.
Corrió con el mellizo mayor hasta llegar a las escaleras, fue ahí que observó a Bianca tosiendo, mientras trataba de subir.
— ¡Señora Bianca! —se acercó a ella.
— ¡Stella! ¿Dime estás bien? Subiste tan rápido que el humo no me dejaba alcanzarte.
Con los ojos rojos y la respiración entrecortada, Stella le entregó su hijo a Bianca.
— ¡Por favor! Llévelo fuera… T-tengo que ir por… Chiara.
De pronto un pedazo de concreto cayó sobre la escalera; este había estado muy cerca de aplastarlas. La casa ya no era nada segura, estaban viviendo el infierno frente a sus ojos.
— ¡Mi hija! Se lo pido, señora Bianca, salga de aquí y proteja a Franco —pidió con una mirada cargada de dolor.
— Stella… —musitó, mirándola con un terrible presentimiento.
Mas la joven madre dio la vuelta, saltando los escalones destruidos para subir a la segunda planta.
Bianca bajó la mirada a Franco, y utilizando su mano cubrió el rostro del infante, lo apretó a su pecho para lanzarse a correr, hasta llegar a la puerta principal. Intentó tomar la cerradura, pero al estar tan caliente, su mano se retiró con el calor aún quemándole la palma. Alzó la cabeza mirando el techo, para tomar valor, el calor empezaba a sentirse insoportable, pero al escuchar a su nieto toser, supo que debía salir deprisa, así que, olvidando el dolor en su mano, tomó la perilla para abrir la puerta, logrando salir con el ardor de sus dedos.
Una vez afuera, cayó de rodillas, tosiendo con la voz ahogada por todo el humo que había entrado a sus pulmones, pero dejó esto a un lado, bajando su mano para sacar el móvil del bolsillo y llamar a los bomberos por ayuda.
Por fortuna Franco estaba reaccionando, sin embargo, el peligro aún no había pasado. Stella y Chiara seguían adentro, lo que ocasionaba que su corazón latiera con fuerza. Mirando como la llama se extendía por los alrededores, y sin poder hacer nada más que esperar a que los bomberos llegarán, temblaba de miedo.
— Stella, Chiara… —susurró con los ojos llorosos, aún sin poder creer como la residencia que minutos atrás era sólo alegría, se estaba convirtiendo en un infierno por el fuego.
…
Con la mirada fija delante, Antonella iba moviendo la cabeza de un lado a otro escuchando la música que salía de la radio del automóvil, todo esto mientras que Marco manejaba, mirándola por unos segundos divertido por la mala coordinación que su novia tenía con las manos.
— ¡Ey! ¿Qué te causó tanta gracia? —preguntó la mujer de ojos azules arqueando una ceja.
— No, nada. Yo… solo manejaba —respondió apretando sus labios para evitar soltar una carcajada.
— ¡Ya te vi! ¡Te estás burlando de mi! Y no lo niegues, porque te conozco a la perfección.
Marco no pudo seguir conteniéndose y detuvo el auto, soltando largas carcajadas, mientras se sujetaba del cabello.
— L-lo siento, pero… —no pudo llegar a terminar de hablar, porque la risa lo atacaba.
— ¿Con qué sí, eh? Bueno, esto te causará más gracia. Dejé tu celular en casa de Stella.
Las carcajadas que soltaba se esfumaron tan pronto abrió los ojos con sorpresa. Se pasó las manos por los bolsillos, pensando que solo era una broma de Antonella, pero al darse cuenta que su móvil no estaba ni en su saco, se dio por vencido.
— Supongo que es lo que merezco por burlarme —se dijo así mismo en sus pensamientos.
Bueno, al menos no estaban tan lejos, así que, podría dar media vuelta y regresar. Después de todo tenía citas muy importantes agendadas en el aparato móvil.
Al ver la expresión de Marco, supo que estaba en problemas. No había sido su intención dejarlo, pero entre todo el alboroto con los niños, dejó el celular en la mesa del patio.
— ¿Estás enojado? —preguntó acercando su mano al hombro de Marco.
Pero él, conociendo las locuras de la mujer que amaba, colocó una mano sobre la de ella, sonriéndole con calma.
— No hay ningún problema, solo es un aparato, no me enojaré con eso —respondió.
A Antonella se le iluminaron los ojos, y sin pensar en nada más que tener al hombre perfecto como pareja, se abalanzó sobre él, sentándose a horcajadas sobre la cintura a quien quería como esposo.
— A-Antonella… linda, estoy manejando —dijo tratando de contenerse, pero los besos de su bella de ojos azules lo estaban dejando sin aire, por lo que detuvo el auto a un lado, bajando sus manos a las suaves posaderas de ella.
— Marco… —gimió contra el oído de él—. Te deseo ahora.
— Hermosa… me tienes loco, pero no traje preservativos, a no ser que querías un hijo mío, será mejor detenernos.
— No hay problema, no quería decírtelo, pero tengo un implante en el brazo, así que…
— ¿Hiciste que? —preguntó deteniendo sus besos —¿Por qué no me dijiste?
— Ay Marco, eso ya no importa, vamos detrás del auto.
— Hermosa, siempre hay un mínimo índice de error, no podemos confiar en esos métodos al 100% además estamos en plena vía, alguien podría vernos y oírnos.
A Antonella no le pareció mala idea, pues la adrenalina la excitaba.
— Vamos Marco, estoy deseando que me hagas tuya desde que bajamos del avión.
Bien, ahí iba su última gota de cordura, estaba por mandar por la borda todos sus principios y satisfacer ese impulso s****l que palpitaba en su entrepierna.
Pero para su mala suerte, un ruido ensordecedor pasó justo al lado de ellos.
— Ay, mis oídos —se quejó Antonella.
Percatandose de los camiones que iban uno tras otro, Marco se acomodó en el asiento.
— Es extraño, el camino que toman es por el que acabamos de venir.
— ¿Qué quieres decir?
— Es como si fueran a casa de Stella.
— ¡Stella! ¡Los niños!
Antonella regresó a su asiento, acomodando su ropa y cinturón.
— Apresurate y vayamos, Marco.
Él asintió, encendiendo el vehículo, dispuesto a llegar y averiguar de que en verdad no se tratara de nada grave.
…
— Soy un estúpido —se dijo Massimo, así mismo, dándose un golpe contra el timón del auto.
— Debes reconocer que esa no fue la mejor manera de reaccionar, Stella jamás te ha dado motivos para que desconfíes de ella, hijo.
Apretando los dientes, y sin levantar el rostro, apretó con mayor fuerza sus manos al timón. Su padre tenía toda la razón, se había dejado llevar por los celos por unas simples flores, que actitud tan infantil tuvo.
— ¿Ahora qué haré? Ni siquiera soy capaz de mirarla. He actuado de la peor manera.
Geronimo apoyó una palma sobre el hombro de su hijo, él levantó su rostro, encontrándose con la mirada de su progenitor.
— Regresemos, aún hay tiempo para conversar.
Massimo asintió lentamente, mas cuando estaba por dar marcha atrás, observó a los camiones de bomberos aparecer de forma veloz. Por un instante, el pulso se le aceleró, y una extraña y horrible sensación lo recorrió.
Mañana comienzamos con la actualización diaria