Curando las heridas

1758 Words
" Bien dicen que el tiempo cura las heridas, pero comenzar desde cero para tratar de sobrellevar una gran pérdida, a veces no es suficiente". ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^ «Estoy muerto» … Ese era el único pensamiento que corría en mi mente una y otra vez. Yo se que ellas están vivas, trato de mantenerme fuerte, pero ya ni la voluntad es suficiente. Stella era mi fortaleza. Sin darme cuenta ella era esa razón que me empujaba cada día a seguir. Ahora soy solo un montón de carne y hueso, un cuerpo sin alma. Y ¿qué hago con todo esto? Sumergido en este hoyo sin fondo, me llevo las manos a la cabeza, soltando mis lágrimas hasta caer rendido al suelo. Suspiró tratando de tomar aire. El dolor en mi corazón me recuerda eso que no ya no quiero. Estar vivo. De pronto, la puerta de la habitación se abre, escucho unos pasos, pero no puedo ni siquiera levantar la mirada. Ya no tengo fuerza para más. Unos brazos me rodean apoyando su cabeza en mi hombro. — Madre… —susurro colocando mi mano sobre la de mi madre. Por unos instantes la veo, y siento todo su dolor. Ella conocía tanto a Stella, y la quería como a esa hija que nunca tuvo. Finalmente ambos nos abrazamos—. ¿Cómo hago mamá? ¿Cómo viviré sin Stella y mi pequeña? Todo esto me tiene destrozado. — Lo entiendo perfectamente hijo, pero debes mirar adelante. Tienes a Franco, él será tu consuelo. — Mi hijo… él es tan pequeño… Mamá ¿por qué tuvo que pasar todo esto? ¿Por qué? …. — ¿Tu mamá? Al escuchar la pregunta del pequeño de ojos verdes, Antonella cerró los ojos tratando de contener un sollozo ¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle a un infante que su madre no volverá? ¿Qué jamás la volvería a ver? Le rompía el alma ver al hijo de su mejor amiga con esa carita asustada y llena de preguntas. — Tu mami esta en un hermoso lugar —explicó con la voz quebrada—. Ella… te cuidará desde el cielo—tomando la mejilla del confundido infante, le sonrió con todo su esfuerzo para no derrumbarse—. Nunca estarás solo. Mientras tanto, en la sala Marco miraba por la amplia ventana, sus manos estaban apoyadas en un muro tratando de mantener la cordura por un evento tan devastador, le estaba costando. Él guardaba un gran cariño por Stella, un afecto que si bien se confundió con amor, al final se convirtió en aprecio. — Ay Stella… nos tomaste la delantera junto a Chiarita. Ahora estás junto a tus padres. Me imagino que debes estar preocupada por Franco, pero él tiene a Massimo, sé que será difícil, pero saldrán adelante. Un pequeño movimiento en sus piernas hizo que despegara la vista de la ventana, entonces, observó al amigo fiel que acompañó a Stella en los buenos y duros momentos. — Bracco… —le habló acariciándolo en la cabeza, el can avejentado alzó una patita sobre la palma de Marco, quién terminó por colocarse de cuclillas—. Ay amigo… incluso para mi es duro. Debiste estar muy asustado con todo el fuego ¿verdad? Por fortuna tú si lograste salir. El can apoyó su cabeza sobre la rodilla de Marco, mirándolo y aullando levemente como si preguntara por su ama; esto fue un punto detonante para Marco, quién miró al techo para evitar las lágrimas, mas los sentimientos lo traicionaron y las gotas rodaron por sus mejillas. Marco limpió su rostro y dedicándole una mirada con lástima habló: Escucha amigo, no se si me entiendas, pero…—se tomó un segundo antes de continuar pues pronunciarlo era tan doloroso como escucharlo—. Ella no va a regresar, será mejor que guardes todos esos bonitos recuerdos, que te acompañarán hasta el final. Bajando sus patitas, Bracco se acostó sobre el suelo. El animalito miró a Marco y luego al frente. La puerta por donde ella siempre ingresaba para darle cariño. — Adiós amigo —se despidió Marco, saliendo a esperar en el auto a Antonella. … Los días pasaron de manera inexplicable, todo parecía ir más lento de lo común, como si la agonía quisiera extender su dolor en cada uno, hasta exprimir la última gota de dolor. — ¿Es necesario que lo hagas? —fue la pregunta de Bianca a Massimo, quien con maleta en mano afirmaba—. Planeo pasar más tiempo con mi hijo, y estar aquí solo me trae recuerdos que hieren mi alma. Tal vez unos meses fuera, ayudarán a que pueda seguir adelante, aunque el recuerdo siempre esté aquí —dijo, señalando su cabeza. — En ese caso, no me queda más opción que desearles un buen viaje. Cuidense mucho —pidió Geronimo, abrazando a Massimo para luego darle un beso en la frente a su nieto. — Por la empresa no te preocupes, tu padre lo solucionará. — Gracias, y les pido una disculpa, pero todo esto no me deja trabajar. — Lo entendemos hijo. Aquí estaremos tu madre y yo para ti. Massimo asintió, despidiéndose de sus padres y amigos de Stella. El aviso de que debía abordar el avión ya estaba dado. — Vámonos Franco —dijo extendiendo su mano para tomar la de su primogénito. Ambos se dieron la vuelta, encaminadose a un destino donde tratarían de reconstruir su familia. — Pobre de mi hijo, él no merece estar pasando por todo esto. — Nuestro Massimo es un hombre fuerte, estoy seguro que podrá salir adelante —respondió Geronimo. — Primero fue la tía Margo, ahora Massimo —musitó Antonella apoyando la cabeza en el pecho de Marco. — Es lógico cielo, ellos eran personas muy cercanas. Alejarse de todo puede traerles un poco de paz. — Solo el tiempo lo dirá. … Entre cambios de estaciones y meses, el tiempo iba cicatrizando heridas, mas las marcas eran imborrables, pues en cada acto, cada rutina, cualquier cosa que hicieran, el recuerdo de las dos llegaba a las mentes de quienes las querían. — ¿Te gustan estas? —preguntó Antonella a Marco, señalando las flores en la revista. — Mucho, se verán hermosas en la decoración —respondió el futuro esposo. — Sí, eran las favoritas de Stella, ella tenía tan buen gusto en estas cosas. Marco limpió una lágrima de la mejilla de su novia, al tiempo que llegaba la joven encargada de la decoración. La mujer fijó la mirada en el apuesto hombre de cabello oscuro con unas pocas canas, que despertaban el interés a saber qué más escondía en ese cuerpo perfectamente cuidado. Cuando la mujer se mordió los labios, fue muy evidente su interés el pediatra, mas el no lo notó, sin embargo, fue la novia quien tenía ese sentido para detectar "el peligro" — ¡¿Qué haces mirando a mi novio?! —exigió saber, colocando sus manos en las caderas. La pobre tipa palideció ante la mirada asesina de Antonella. — Eh… yo… — ¡Ningún yo! ¿Así que te gusta estar mirando a hombres ajenos? — No señorita, le juro que no fue a propósito. — Aww… Pobrecita, no tiene control de sus actos, pues ahorita te ayudo a arreglar eso —Antonella entregó su cartera a Marco, acercándose peligrosamente al mostrador donde estaba la muchacha—. Tengo un puño y una patada, tú escoges. — Antonella, por el amor a Dios cálmate, no exageres. Marco no sabía, pero esas palabras serían el cerillo que encendió la mecha. — ¿Exagerar? Muy bien, entonces —ella hizo una pausa para quitarle su cartera—, quédate con tu florista —dijo con indignación, saliendo a paso firme del local. Pero Marco no la dejaría ir tan fácilmente, sin siquiera mirar a la florista, salió corriendo detrás de Antonella. Ella caminaba con la cabeza en lo alto. Jamás suplicaría a un hombre, si para Marco no había nada de malo en que otra mujer lo vea, pues le daría la libertad que necesitaba. — ¡Antonella, espera! —logró alcanzarla parándose delante de ella. — Ahora que quieres, pensé que estarías feliz con tu florista. — Haber, primero te calmas; segundo, esa mujer no es para nada de mi interés y tercero… — Marco ¿de verdad me amas? —cuestionó, dejando muy sorprendido al médico. — ¿Qué? — ¿Por qué te cuesta responder? Es porque tienes dudas ¿verdad? — ¿Qué? ¡No! Solo no esperaba esa clase de pregunta. — Bueno ya la hice. Responde ¿me amas? Él se acercó lo suficiente como para tomarla del mentón y susurrarle muy cerca: Me preguntas qué amo en esta vida, y la respuesta está frente a mi. Las mejillas de Antonella se cubrieron de un rubor total, ambos tenían los labios a solo milímetros de tocarse, pero habían olvidado importante, y este era que estaban en la calle. Un auto que se iba acercando tuvo que frenar con fuerza, asustado a la pareja que acababa de reconciliarse. — ¡Oiga! ¡Usted es un bruto! ¡¿Cómo se atreve a manejar así?! —reclamó Antonella con ganas de irse contra el conductor. Afortunadamente Marco la tenía bien sujeta de la cintura. Mas la sorpresa sería para ambos, cuando de la puerta trasera del taxi, bajaron dos personas que conocían muy bien. — ¡Tía Nella! —gritó el pequeño de ojos iguales a los de su madre. — ¡Oh por Dios! ¡Franco! —exclamó la mujer de ojos azules, arrodillándose a recibir al infante de gran energía. Massimo bajó al instante con las maletas en las manos, para después pagarle al taxista y decirle que ya se podía ir. — Hola, cuanto tiempo —saludó Marco acercándose al recién llegado. — Lo mismo digo, extrañaba mi país, a mi familia, a todos. — Entonces déjame darte la bienvenida. — Gracias —respondió Massimo, aceptando el apretón de manos—. Veo que todo sigue igual ¿Cuándo se casan ustedes? — Será en dos meses, ya tenemos casi todo listo, aunque las invitaciones tuvieron que rehacerse, por lo de… bueno… todo lo ocurrido. — No se hubieran molestado… ¿Sabes? Para mi parece mentira que ya hayan pasado diez meses desde ese fatídico día. Creo que aunque el tiempo pasó, mi mente se estancó, porque no hubo día en que no haya pensado en ellas. El siguente capítulo responderá a una gran incógnita, no se lo pierdan.
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