Lera sin fuerzas cayó en la cama. Ya no le quedaban lágrimas. Esta dura confesión la vació completamente. "Ayer después de hacer el amor él dijo que me amaba, cuando nuestros corazones latían al unísono y la respiración entrecortada quemaba nuestros labios de la loca cercanía. Esa confesión estalló sincrónicamente, silenciosamente y de alguna manera por sí sola, por eso no le creí. Pero ahora su voz sonaba firme, dijo que me amaba y quería casarse conmigo. Pero, ¿cómo podría amarme, después de lo que le dije? Él no podría. Nadie podría. El maldito Edward siempre estará entre nosotros. Él es mi universo y no habrá otro," - pensó, y nunca se había sentido tanto dolor y al mismo tiempo estaba tan tranquila. Ella hizo todo bien. Gleb no merecía estropear su vida. Ella no merecía estar feliz.
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