—¡Explícame en qué estabas pensando para hacer semejante estupidez! —Lucho botaba fuego de la rabia que tenía—. No, es que ni siquiera estabas pensando, ¡¿no es así? ¡
—Todo pasó muy rápido, no tuve tiempo de nada y lo único que quería era huir de esa fastidiosa —una de las chicas del estudio atendía mis golpes en lo que otra me trajo hielo.
—¡Te dije que si esa mujer volvía a aparecer debías informarme de inmediato, no salir corriendo como un demente por el centro de la ciudad!
—Lucho, bájale a los gritos, mi cabeza está a punto de estallar con tantas quejas.
—Eso te ganas por estar haciendo estupideces, ahora te aguantas el dolor de cabeza.
—No tengo dolor.
—¿Cómo que no tienes dolor? ¿Me dirás que no te duele esto?
Sin una pizca de piedad, se acercó intentando tocar la herida de mi frente y lo esquivé como pude hasta que finalmente lo consiguió, pero no reaccioné… o no como debería.
—¿En verdad no te dolió? —preguntó sorprendida la chica que me auxiliaba.
—No, no duele.
—¿Cómo es posible? ¿Tomaste alguna medicación o algo por el estilo?
—No, nada.
—¿Y si una aguja te penetró? Quizás al caer o cuando corrías —ella comenzó a revisar mis brazos al igual que su amiga hasta dar con algo en la parte de atrás de mi brazo izquierdo que llamó su atención—. Aquí está.
—¿Qué tengo?
—Un piquete de aguja.
—Pero no tiene sentido, ¿cómo puede llegar a ese lugar?… A no ser que alguien pusiera la aguja ahí —la imagen de la hechicera apareció sin más y Lucho se percató de que algo ocultaba—. Déjennos solos —ellas se fueron dejándome como a un niño a punto de ser regañado por su madre—. ¿Y bien?
—¿Qué?
—¿Qué ocurrió en verdad?
—Ya te lo dije.
—Entonces ¿qué es lo que no me has dicho?
—No me lo creerías.
—Te escucho —Lucho acercó una silla quedando inquisitivo.
—La hechicera apareció de la nada cuando los policías fueron por los ladrones, hablamos un poco, o bueno, ella habló, me entregó la guitarra y… —sentí cómo la sangre se me iba al rostro.
—¿Y?
—Me besó.
—¿¡Cómo que…!? Espera, espera, ¿me estás diciendo que esa increíble mujer apareció de la nada en un callejón de mala muerte ubicado en una de las peores ollas de consumo de la ciudad, te entregó tu guitarra que habían robado minutos atrás y te besó así sin más?
—Sí, después me subió a un taxi y no sé cómo terminé aquí en el estudio.
—Terminaste aquí porque estabas golpeado, con sangre en la ropa, tu guitarra en la mano y parecías un zombi, así te encontraron en recepción.
—Sí…
—¡Sí ¿qué?! ¡REACCIONA! —dio una fuerte palmada frente a mí— ¡Esa mujer te pudo drogar y tú ni enterado por estar pensando en el beso que te dio!
—Besos…
—¿Qué?
—Fueron dos besos, el otro me lo dio en el taxi —respiró profundo intentando calmarse mientras yo seguía recordando sus increíbles labios unidos a los míos.
—Mejor vámonos al hospital, no vaya a ser que te haya inyectado una venérea.
Gracias al increíble sistema de salud que tenemos en nuestro país (nótese el sarcasmo), nos dejaron casi cuatro horas en urgencias en lo que tenían las pruebas, limpiaban mis heridas y se terminaba el suero, Lucho estaba furioso presionándolos a todos ante el temor de que algo malo me hubiese inyectado Marla, pero ni siquiera había certeza alguna de que ella fuese la causante, quizás pudo ser desde antes y no me di cuenta a raíz del miedo y la adrenalina que me recorrían. Sin embargo, lo más inquietante no era eso, sino que mis exámenes salieron limpios, no había sustancias de ningún tipo, aunque tampoco pudieron explicar el piquete ni por qué no sentía dolor, lo que dejó a Lucho peor que antes, por mi lado en cambio estaba tranquilo disfrutando el nirvana de aquel beso.
—Ella sí que es una hechicera —comenté hipnotizado por lo bajo.
—¿Hechicera? Esa mujer es otro peligro en tu vida.
—Claro que no, es la única que me ha tratado bien, me ayudó con la fastidiosa y después en el callejón.
—Ella no es ninguna heroína, Andrés.
—Pero tampoco es una villana. En todo caso, mejor vamos a casa, quiero trabajar en algo.
—Deberías descansar.
—Lo haré después, tengo algunas ideas que quiero plasmar y enseñártelas antes de ir mañana a hacer la denuncia del robo.
—No, eso es lo primero que harás y después te llevaré a casa. Sin rechistar —advirtió antes de que pudiera hacerlo… En verdad parece más mi madre que mi amigo y manager.
(…)
Después de una paranoica semana donde Lucho contrató a alguien de seguridad, les dijera a los de la disquera hasta de qué se iban a morir por pasar información confidencial y pudiera hacer las diligencias para mis papeles y tarjetas de crédito, finalmente podría salir a comprar un celular que necesitaba con urgencia, aunque Lucho, como era de esperarse, me impidió la salida al informarme de un evento que tendríamos esa noche en el Jazz Club 50, un importante local donde solo podían presentarse artistas que fuesen invitados por los socios y en esta ocasión yo pude ser uno de los afortunados.
—Dime la verdad, ¿a quién me vendiste para entrar aquí?
—Lo creas o no, a nadie. Según me explicaron, hubo un contratiempo con otro artista y necesitaban a alguien para llenar el espacio, por lo visto una persona les habló de ti y después se contactaron conmigo.
—Dime que no fue la fastidiosa.
—No, me aseguré de que no fuese ella, por suerte ya tengo su información, pero tampoco me dijeron quién fue con exactitud, solo que era alguien cercano a uno de los socios.
—Siendo así, gracias, sea quien sea.
En el trayecto escogimos las canciones, calenté la voz y los nervios comenzaron a invadirme en cuanto llegamos, ya había algunos artistas ensayando, el coordinador asegurándose de que el equipo técnico funcionara a la perfección y los demás trabajadores organizaban el lugar para los clientes, nos dieron unas instrucciones, la bienvenida y cuál sería el orden y la hora en que saldrían los artistas, entretanto, podíamos disfrutar de la velada antes y después de la presentación, lo que fue una oportunidad excelente para nosotros al darnos a conocer.
Así transcurrió el tiempo hasta que llegó el momento de la presentación, repasaba en mi cabeza cada letra y nota aun cuando las canciones que escogí eran algunas de mis favoritas, pero no esperaba que Lucho me informara de que uno de los socios había hecho una solicitud especial conmigo, más exactamente la canción: Eres.
—No te obligaré a nada, es tu decisión.
—No me la pones muy fácil considerando que la petición no vino de cualquiera.
—Igual te presentarás la cantes o no, ya estás aquí y no te sacarán.
Era difícil hacerlo al ser una canción que removía demasiadas heridas, pero tampoco quería faltar a mi trabajo, esta era mi pasión, mi vida, todo, y no podía dejar que el pasado me afectara, debía superarlo así fuese de a poco y este era un paso más.
—Lo haré.
—¿Seguro?
—No lloraré toda la vida por Catalina y es una canción más, ¿cuántos no han compuesto por amor y luego lo han perdido? —Lucho palmeó mi hombro en son de apoyo.
—Entonces tú escoge cuándo cantarla.
—Al final, solo con mi guitarra.
Me preparé para lo que vendría y una vez hicieron el llamado, salí con mi guitarra dándolo todo en las tres canciones escogidas, mas fue al finalizar cuando pedí que atenuaran las luces y respiré profundo.
—Esta canción fue una solicitud especial, espero que a ti y todos los que se sientan identificados les conmueva el corazón pues el mío está afligido, pero mi voz será el mejor instrumento para pasar las penas, para cantar las victorias y para recordarme que siempre hay un mañana donde puedo ser mejor, así que esta va para los enamorados.
Aunque fue una canción especial con Catalina, enfoqué los mejores recuerdos de mi vida, en mis amigos, mi familia, mi trabajo, los momentos que son insignificantes para otros y que para mí lo son todo, como una sonrisa, una mirada, un simple: “gracias” … y hasta mi hechicera, aquella misteriosa mujer que me ha tenido loco desde hace días.
Al final la presentación salió mejor de lo que creí, en ocasiones creí que me ganaría el recuerdo de Cata, pero sobreponía otro más fuerte que me daba el impulso de cantarla con más pasión, así que los aplausos fueron una enorme retribución para este músico, como bien diría mi hechicera.
Después de eso me quedé hablando con Lucho y algunos comensales, incluso hubo algunos de ellos que me solicitaron cantar en sus bodas y yo encantado accedí, así que los dejé con Lucho para que él se encargara de la gestión en lo que yo iba por una bebida a la barra.
—Creí que no aceptarías cantarla —esa voz…
—Catalina.