No pude dejar de pensar en la advertencia del camarero, estaba tan intrigado por esta, que mi imaginación corrió con cientos de posibilidades sobre el motivo por el cual lo habrá dicho, pero en todas y cada una, por muy descabelladas que fueran, era el rostro de ella el que no salía de mi mente, aquella hechicera dejó una marca en mi memoria con su sola presencia, su excitante voz y aquel fino perfume que ha perdurado en mi camisa.
Al final me aburrí de estar en ese lugar y decidí volver a mi casa sumido en mis pensamientos, lo más irónico fue que al llegar me desvestí casi por completo quedando solo en bóxer y con mi camisa a medio abrir, no quería apartar su perfume, no quería eliminar el primer recuerdo tan… hechizante que ella dejó en mí.
—¿Quién eres y qué me hiciste, hechicera? —pregunté a la nada con la vista fija en el techo.
Esa mujer me arrancó demasiados suspiros en una noche, me tenía como idiota y aunque cualquier otro habría buscado a una tercera para desfogar las ganas, o se habría autocomplacido, yo no lo hice, no podía, mi cuerpo no lo permitía porque era más que su físico lo que me atraía, no era un hechizo erótico, era más profundo.
—¡Aaghh! ¡Bendita hechicera! —grité ofuscado al no poder comprender lo que me pasaba.
Cuando estaba a punto de arrojar la almohada, vi mi guitarra y recordé las maquetas que habíamos hecho tiempo atrás, todavía no las había usado, pero quizás ahora podría darles un propósito y sin más, dejé que las horas fluyeran entre notas y letras con ella como musa hasta que el sol brilló en lo alto del cielo iluminando mi recámara con el color esperanza.
—Esta noche no será de notas tristes y vacías, hechicera —comenté orgulloso al ver el resultado en una nueva canción deseando mostrársela, pero entonces caí en cuenta de algo…
—¿Andrés? ¿Estás bien? —su presencia me sacó de mi ensoñación.
—¿Lucho?… ¿Qué haces aquí?
—¿Qué hago aquí? Son las diez de la mañana, llevo llamándote desde hace horas porque teníamos un compromiso en la disquera, ¿recuerdas?
—Rayos, sí, lo lamento, lo olvidé por completo.
—Eso está claro, por eso vine, creí que algo te había pasado al no contestarme las llamadas y como tampoco atendías la puerta, decidí usar la llave.
—Gracias, no sé qué haría sin ti.
—Agradéceme el doble porque también te traje de comer, no quería quedarme con la peor imagen al llegar.
—Gracias otra vez, pero descuida, no estaba deprimido ni a punto de cortarme las venas.
Entusiasmado, devoré el desayuno en lo que él veía mi trabajo que estaba a medio terminar.
—¿Y esto?
—Digamos que una musa se me apareció anoche y ese fue el resultado.
—¿Una musa? ¿Con quién te fuiste?
Le relaté con lujo de detalles lo ocurrido, él escuchaba atento sin dejar de ver el maravilloso desastre que hice entre hojas y después organizamos el lugar.
—Es increíble, hasta parece que lo hubieras soñado… ¿No será que te pusieron algo en la bebida?
—No seas tonto, esa hechicera es real y tengo cómo comprobarlo.
—Eso quiere decir que tienes su número.
—No…
—¿No?
—No… nunca se lo pedí ni le di el mío.
—¿Una dirección o algo donde se le pueda contactar? ¿Quizás su trabajo?
—Tampoco.
—Dime que al menos sabes su nombre o en verdad creeré que te drogaron.
—¡Sí lo sé!, se llama Marla.
—Marla ¿qué?
—No lo sé…
—Lo dicho, te drogaron, y de seguro fue esa lunática fastidiosa, así que si la vuelves a ver avísame, te contrataré un hombre de seguridad.
—No exageres, solo fue cosa de una noche.
—No estés tan seguro. Te recuerdo que en ese lugar están los ricachones y ella debe ser una hija de papi y si te conocía, entonces te volverá a buscar, así que estate atento a cualquier cosa que yo investigaré más de ella para asegurarme de que no sea un peligro.
—Ya estás hablando como mi madre.
—Debo serlo cuando se trata de tu seguridad y tu futuro, ahora ve a bañarte que no faltaremos al próximo trabajo.
(…)
Estuvimos toda esa tarde y los días posteriores en algunos eventos, entrevistas y ensayos con la banda, también logré escribir un par de canciones que me ayudaron a sacarme algunas cosas del pecho, pero por mucho que quisiera, me era imposible dejar de pensar en Marla, solo que esta vez no lo hacía con la felicidad de la primera noche, sino con nostalgia, deseaba verla otra vez, hablar con ella y quizás descubrir qué era tan atractivo en una mujer que por lo general no sería mi tipo, o quizás sí, ya ni sé.
—¡Andrés! —espabilé ante el estruendoso grito de la banda.
—Ya me estás preocupando, llevas todos estos días en las nubes —intervino Lucho quien estaba al otro lado del estudio de grabación—. Vamos a tomarnos diez minutos.
—No, yo… lo siento, pondré atención esta vez, continuemos —él no parecía seguro, pero igual asintió.
Respiré profundo intentando concentrarme y cuando estábamos a punto de comenzar, unas chicas ingresaron entusiasmadas al estudio activando el micrófono.
—¡Andy, estás en la radio! —vociferó una.
—Están hablando del concierto que harás el otro mes y una de las oyentes pidió tu canción.
De pronto mi concentración se esfumó al escuchar esa melodía, una canción que hice hace años cuando estaba con Cata, incluso le pedí que saliera en el video que Lucho quiso hacer para promocionar la canción en versión acústica siendo mucho más especial para mí al dedicársela a la chica que amaba y que estuviéramos juntos en un video oficial significaba más para mí, pero esto solo hizo que las heridas se abrieran, que el trago amargo se convirtiera en náuseas y chocase con el vacío que dejó la hechicera siendo más conflictivo el hecho en mi corazón.
—¿Estás bien? —retiré mis gafas eliminando las traicioneras lágrimas.
—Sí, solo dame un minuto —él me abrazó dándome apoyo, aunque lo mejor que pudo hacer fue silenciar el micrófono para que no siguiera escuchando esa canción.
Cada vez detestaba más esta tristeza, el no poder eliminarla de mi vida y lo que era peor, que desde lo ocurrido con Cata estuviese más en otro mundo llegando a perjudicar mi trabajo, que al final era lo que me quedaba para mantenerme en pie en todos los sentidos.
—Si quieres podemos tomarnos una hora para que te repongas.
—No, ya perdimos mucho tiempo, solo… —coloqué mis lentes y di un profundo respiro— Vamos de nuevo —dije a la banda.
—¿Seguro? —asentí.
Lucho salió, retomamos y la melodía comenzó a sonar, pero yo no me podía sacar esa canción de la cabeza ni los bellos recuerdos que hoy dolían como nunca.
Fueron casi cuatro o cinco intentos donde siempre lo estropeaba hasta que, harto de todo, guardé mi guitarra sin decir nada y salí lo más rápido posible, era un peso muy grande el que me había derribado, pero justo cuando creí que mi mala suerte no podía empeorar, apareció ella, estaba afuera del estudio con un vestido muy escotado al frente.
—¡Andy, que felicidad volver a verte!
—¿Qué haces aquí, Mariela? ¿Cómo sabías dónde estaba?
—Tengo un amigo en la disquera, me dijo que estarías aquí y vine a verte —comentó coqueta fastidiándome más de lo que estaba—. ¿Sabes? Creí que podríamos salir y…
—Mariela —levanté mi mano silenciándola y conservando la poca caballerosidad que me quedaba—, te agradezco la invitación, pero ahora no tengo la cabeza para nada.
—Pero yo…
—Ahora no, de verdad.
Salí lo antes posible, pero la muy fastidiosa iba gritando detrás de mí, aceleré el paso aprovechando que venía con unos tacones inmensos, lo que le impediría correr, o eso creí hasta que la vi acelerar el paso estando cerca de alcanzarme, así que me olvidé de todo y corrí tan rápido como pude intentando huir de ella quien se quitó los zapatos y corrió.
¡Esta mujer está loca! Parecía un mal chiste de la vida que justo me tuviese que encontrar con alguien como ella ¡y peor!, que me escogiera como víctima de sus retorcidas ideas, porque a este punto no sé si quiera saber lo que hace con los desdichados que quedan a sus pies, pero a mí no me tendrá en esa lista. Sin embargo, la vida me tenía preparada una sorpresa mayor en cuanto salté una malla y ante una mala movida, mi guitarra resultó golpeada y si escuché bien creo que una de las cuerdas se rompió.
—Genial, ¿puede haber algo peor? —dije para mí al detenerme un instante e intentar revisar la guitarra.
Pero sí, esto podía empeorar y tarde me di cuenta cuando me fijé de que había terminado en el lado equivocado del centro, justo en la olla de San Cristóbal con varios adictos a metros de mí observándome como hienas hambrientas.