Una tarde fría y nublada, estaba estudiando para un examen de matemáticas que me tomaban esa semana en el instituto, pero… Odiaba tanto esa asignatura que no lograba entender nada de nada. Además de todo esto, tenía un profesor que me producía asco, era insoportable.
Las horas pasaron y ya era un poco tarde, decidí abandonar lo que estaba haciendo e ir por una refrescante ducha y algo para cenar.
No había estudiado absolutamente nada, no entendía y, además, tampoco me interesaba demasiado.
Mi madre no estaba esa noche, estaba en su trabajo, por lo que me acosté temprano a escuchar música con el celular.
A la mañana siguiente me levanté, estaba un poco nerviosa por el examen, ¡no sabía absolutamente nada! Me coloqué unos jeans y la remera que vestía el uniforme escolar, acompañando con unas zapatillas en color crudo, siempre iba igual. Tomé mi desayuno y emprendí camino al colegio.
Llegué y me encontré con mis compañeros en la galería. Había un revuelo porque, supuestamente, había un profesor nuevo, pero no supieron decirme de qué asignatura se trataba. Dejé mi bolso en el salón y fui al baño, como cada mañana, para mirarme en el espejo (antes muerta que sencilla).
Entré al salón cuando la campana sonó y en la primera hora teníamos matemáticas. Me senté en el mismo lugar de siempre, junto a Rocío, una de mis amigas. El director entró, acompañado de un joven, que nadie sabía quién era. Nos miró a todos, uno por uno.
—Buenos días, alumnos —saludó el hombre con suma autoridad—, él es Pablo García, será su nuevo profesor de matemáticas por tiempo indefinido, hasta que Carlos se recupere de su salud.
Aparentaba tener unos treinta años aproximadamente, era rubio, alto, con buen físico, nada mal. Estaba muy segura que las chicas del curso babeaban por él, las conocía tal como si las hubiera parido.
La clase comenzó, y para mi suerte, el viejo le dejó de encargue las evaluaciones. Entregó dichos papeles a cada uno, al verlo fue un automático “¿qué es esto?”, lo tomé con calma y dejé todo sobre el banco, acomodé la silla y me estiré, no estaba en mis planes hacerlo, ¿para qué? El nuevo profesor me miró, yo le hice caso omiso.
—Usted —me apuntó—, ¿no hará el examen?
—No tengo ganas —dije indiferente—, además de que no entiendo nada.
Se acercó hasta mi banco y me preguntó qué era lo que no entendía, intentaba ser paciente, pero no iba a tener mucha suerte conmigo.
—Ve a la dirección —dijo seriamente mirándome.
—¿Por qué?
—Ve, por favor —dijo, suspirando, ¿estaba molesto?
Sí, se notaba muy molesto, me di cuenta. Fui a la dirección, me hicieron firmar en un cuaderno por mala conducta. Volví al salón y no hice nada en toda la clase, él solo me miraba y yo seguía en la mía.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Rocío.
—Solo me hicieron firmar, gastar un poco de tinta, nada mal —reí. Ella me sonrió.
—Eres tremenda —guiñó un ojo y rió.
Al acabar la hora, cuando todos estábamos saliendo al recreo, Pablo me frenó.
—Señorita Vega, quédese un momento.
—¿Por qué? —me quejé.
—Porque sí —me miró fijo—, tenemos que hablar.
—Me caes mal, eres igual al viejo gordo —bufé.
Estaba muy enojada, ¿quién se creía que era? Apenas se presentaba y ya quería buscar problemas. Ya no me estaba agradando mucho el nuevo profesor.
—¿Qué quiere?
—Vas muy mal en mi materia y eso no me gusta.
Apenas comenzaba, ¿y ya decía que era su materia? ¡Pobre, que fantasía tenía!
—¿Te crees que ya es tu materia? Ay cariño, qué imbécil resultaste ser….
—Eres imposible —arqueó una ceja—, e irrespetuosa.
Me miraba fijamente, creo que podía darse cuenta de que no me gustaba matemática, ¿o no?
—¿Puedo irme?
—Sí —me miró—, pero esto no quedará así.
—¿Me está amenazando? —arqueé una ceja.
—No.
—Eso pareció, profesor —dije, acercándome a él, sonriendo.
—Señorita Vega, retírese, por favor —se limitó a decir, sin dejar de mirarme. Se notaba algo tenso por mi cercanía, quizás… Quizás le hice poner nervioso.
—Muy feo eso de amenazarme, profesor —susurré seductoramente pasando por su lado, rozando nuestros cuerpos.
Salí sin decir más nada. Busqué a mis amigas con la mirada, y enseguida las encontré. No tardaron mucho en preguntarme que había pasado, las conocía muy bien. Les conté un poco sobre la “amenaza” del nuevo profesor que, obviamente, no le di importancia alguna. Las demás asignaturas siguieron igual, aburridas, y yo seguía molesta con Pablo.
Llegué a mi casa, me dirigí a mi habitación a dejar las cosas del colegio y quitarme el odioso uniforme. Me puse ropa cómoda de entre casa, mis planes eran dormir la siesta. Fui a la cocina donde estaba mi madre preparando el almuerzo.
—Hola, mami —fui a su lado para besar su mejilla.
—Nohemí, tengo que hablar contigo —sonaba enojada.
—¿Qué sucede?
—Me llamaron del colegio, me citaron.
—¿¡Qué!? —abrí los ojos como platos.
—Me dijeron que no quieres estudiar y que le hablas mal a los profesores, esa no es mi hija —más enojada aún.
—No me interesa si es o no tu hija —me di media vuelta para irme a mi habitación—, no voy a comer.
Entré, me recosté sobre la cama, ese, sin dudas, no era mi día, estaba más que claro. Me quedé entre dormida, mi celular sonó, era Camila.
—¡Hey! ¿Dónde estás?
—Me quedé dormida, estoy lista enseguida.
Corté la llamada y fui a darme una ducha rápida para ir a la casa de Julián, siempre estaba con él, además de Camila y Rocío, éramos inseparables. Terminé de ducharme y me vestí, me puse un jean ajustado y una remera común, con zapatillas, estaba un poco frío el día, pero lindo.
Me encontré con él a media calle y nos fuimos a su casa, estaba solo, sus padres se habían ido de viaje.