Capítulo 3: Imponiendo mi autoridad

1165 Words
Emanuele Nuevamente suenan unos disparos, esa es la única manera de hacer saber quién es él que manda, y es lo que le esperara a los que me traicionen, terminar poco a poco con el enemigo es mi mayor placer, así todos los negocios sólo serán míos. Miró con recelo, el hombre que está sentado en esa silla suplica perdón, claro eso no lo pensó antes de traicionarme. Limpió mis manos, quitando el rastro de aquel líquido rojizo de mis dedos. Escuchó que tocan la puerta y doy paso para que entren, levantó mi arma y apuntó hacia el frente. —Señor, ¿usted nos mandó a llamar? —Observó que es uno de mis hombres, respiro de inmediato con tranquilidad. Es uno de los más leales que tengo, eso hace que todo sea más fácil, aunque debo hablarle como si fuera un empleado común. —Sí claro. —Escupo al suelo y me río del sujeto que comienza a llorar—. Mire está foto, necesito que se grabe muy bien ese rostro. —Levanto la foto de la profesora de música, y sonrió con un toque de picardía. Nadie me reta, se notaba en sus ojos y en su tono de voz que lo hacía sin miedo alguno. —Señor puedo preguntar, ¿Quién es? —él me dice. —No le p**o para eso, necesito que investigue todo de ella, donde vive, como se llama, me entendió, memorice su imagen y vuelve. Ah y por favor, ahora sí hagan bien su trabajo y no se comporten como dos ineptos, ella no debe sospechar nada —los gritó fuerte y doblo mis cejas, escuchó los gritos de Mario y de repente él entra, y detrás de él hay dos de mis hombres deteniendolo. Mi hombre se lleva al sujeto que estoy torturando. —¡Dejenlo ya! —Habló con voz fuerte, y mis hombres salen. —Creí que siendo tu hermano, tenía privilegios al menos, pero me equivoqué solamente soy un objeto más acá, no permites que ni yo me acerque a ti sin tu autorización —Él dobla sus cejas y aprieta sus labios mostrando su molestia. —¿Qué es lo que te sucede? —Lo observó sin entender que es lo que está pasando. —Estoy cansado de que impongas tus normas en mi vida, por si se te olvida ya soy mayor de edad, tengo mis sueños, no pienso botarlos a la basura por tu culpa, y mucho menos para seguir tú mismo camino. —Mario agacha su cabeza, y eso me llena más de enfado, no entiendo porque busca llevarme la contraria. —Mario, este es nuestro destino, tenemos que honrar lo que nuestro padre nos dejó. —Mis ojos derraman una lágrima, y Mario levanta su mirada y la coloca sobre mí. —Desde que heredaste la mafia italiana, lo único que ha sucedido en nuestras vidas son desgracias, Emanuele hermano no quiero que corras con la misma suerte de mi papá, él está muerto por su ambición al poder, y tú vas por el mismo camino, no quiero destruir mi vida en lo mismo, quiero ser como las demás personas, estar en cualquier lugar sin temor a que en cualquier momento me asesinen, así vives cada día tú —él me habla con su voz melancólica, y aunque me conmueve no me puedo doblegar, debo mantener mi misma posición. —Te recuerdo que no lo herede yo solo, y es tu deber Mario, ahora que ya eres todo un hombre puedes hacerte cargo de los negocios junto a mí, estoy seguro que mi papá no se sentiría nada orgulloso de ver que uno de sus hijos es completamente débil, Mario por encima se te nota lo frágil que eres. —Tomó una de mis armas en mis manos y se la entregó a él, Mario la toma con sus manos y la coloca al frente de mis pies, se retira dos pasos hacía atrás. —¿Qué pretendes? Dañar mi vida, no entiendo porque te es tan difícil aceptar mi opinión, no entiendes que lo que más me apasiona en la vida es tocar piano. —él me mira fijamente a los ojos, aunque me duele tengo que pensar objetivamente. —¡No! Lo que estoy haciendo es mejorar tu vida, vas a tener mucho dinero y poder, estoy seguro que te va encantar, las personas te van a ver con respeto, es lo que merecemos por la sangre que corre por nuestro cuerpo, si lo deseas puedo contratarte un músico para que continúes con tus clases de piano, solo deseo lo mejor para ti —le hablo, mientras lo tomo de sus manos, él se suelta de mí realizando una expresión de enfado. —No quiero otra profesora diferente a Helena —él me grita, ella se llama así, es un nombre muy hermoso, como ella. —¿Por qué tienes tanto interés en esa mujer? Te preocupas más por ella, que por tus clases que según tú tanto te apasionan ¿Acaso te gusta? —Lo miró a los ojos y él me esquiva su mirada, cargándola de indiferencia. —Y sí ella me gusta ¿qué pasa luego? acaso crees que eres él único que tiene derecho a tener a la mujer que quiere a sus pies, pues te informo que no lo eres. —Mario empuja con su pie el arma hacia mí, bajo mi cabeza y siento que simplemente estoy defraudando la memoria de mí padre. —No me compares contigo, tengo lo que merezco, pero tú siendo un pobretón lo único que recibirás es lástima, —sacó dinero de mi bolsillo y se lo lanzó a su rostro, él levanta su mirada y me observa con desprecio. —Así tenga poco, al menos no soy un delincuente como tú lo eres, no quiero que me sigas vigilando, no te metas más en mi vida. —Mario sale y tira la puerta fuerte, me deja completamente desanimado, no comprendo porque no acepta su vida. Recuerdo las últimas horas de vida de mi padre, él mientras agonizaba tirado en el suelo con su cuerpo bañado en sangre, solo me suplicó que continuará con los negocios, yo no lo defraudaré. Las palabras de Mario solo me hacen pensar, Helena me interesa y en el orden de las cosas ella me pertenecería más a mí, han pasado por mi vida muchas mujeres, pero con ninguna me he sentido tan retado como con ella. Es perfectamente bella, su cabello rubio largo y ondulado, puedo decir con total seguridad que la hacen ver muy sexy, tono de piel trigueña, estatura baja, esos ojos grandes color azul como el océano, y sus labios gruesos que me provocan a besarlos. No ha nacido la mujer que se resista a mí y Helena no será la excepción, estoy muy seguro que se enamora muy fácil, de paso mi hermano va entender cuál es la realidad que más le conviene.
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