Prólogo.

1143 Words
En medio de la furia del combate, Alain escuchó un grito familiar. Giró la cabeza, y allí, entre las ruinas del castillo, vio a Amalya. Estaba de pie, mirándolos, con una expresión de horror en su rostro. ‍‍‍‍‍‎ Alain sintió cómo su corazón se rompía de nuevo. ‍‍‍‍‍‎ Ella lo había elegido a él. A Arthur. Y ahora estaba viendo cómo ese hombre lo destruía. ‍‍‍‍‍‎ El golpe final llegó antes de que Alain pudiera reaccionar. ‍‍‍‍‍‎ Arthur lo derribó con un corte limpio en el costado, y Alain cayó al suelo, su espada terminó resbalando de sus manos, el dolor fue inmediato, agudo, pero no tanto como la traición. Fue al mirar hacia Amalya cuando Arthur aprovechó de clavar el frío del filo de su espada en Alain. ‍‍‍‍‍‎ — ‍‍‍‍‍‎Yo siempre gano, primo. ‍‍‍‍‍‎—Comentó Arthur, arrodillándose junto a él con una sonrisa cruel mientras clavaba con fuerza el frío acero de su espada en el pecho de su primo Alain. ‍‍‍‍‍‎ Alain intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía, el sabor de la sangre llenaba su boca, y el frío comenzaba a apoderarse de él. Todo estaba terminando. Lo entendía. ‍‍‍‍‍‎ Con su último aliento, Alain miró a Amalya una vez más. ‍‍‍‍‍‎ Quería decirle algo, pero las palabras no salían, lo único que pudo hacer fue levantar una mano hacia ella, como intentando alcanzarla con su mano, suplicando en silencio por un último momento juntos, pero ella no se movió. Y entonces, la oscuridad lo envolvió, el filo de la espada atravesando su pecho fue lo último que vio y lo último que recordó. ‍‍‍‍‍‎ El mundo alrededor de Alain comenzaba a desvanecerse mientras su cuerpo caía al suelo, la herida en su pecho le robaba las fuerzas y el dolor se convertía en un murmullo lejano. ‍‍‍‍‍‎ La visión se le oscurecía, como si una sombra negra se extendiera desde los bordes de sus ojos, envolviendo todo en un velo de oscuridad. La figura de Arthur se difuminaba, y las voces y el estruendo de la batalla se apagaban poco a poco. ‍‍‍‍‍‎ Alain sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía y, de repente, cayó hacia un abismo profundo y sin fin. ‍‍‍‍‍‎ A medida que descendía, un eco resonaba en su mente, una voz antigua y profunda que le llamaba por su nombre. Sus ojos, aunque cerrados, comenzaron a percibir destellos de luz y siluetas difusas. Se encontraba de pie, vestido con su armadura de gala, pero el entorno era completamente diferente, estaba en un espacio místico y nebuloso, lleno de luces etéreas que danzaban en el aire. ‍‍‍‍‍‎ Enfrente de él, un oráculo de aspecto imponente y sabio lo miraba con ojos penetrantes. ‍‍‍‍‍‎ — ‍‍‍‍‍‎Tu destino ha sido sellado por la maldición de aquellos que no pudieron aceptar la unión de dos almas destinadas a amarse más allá del tiempo y del olvido. ‍‍‍‍‍‎—Expresó el oráculo, con su voz resonando como un eco en la mente de Alain, que penetraba y aturdía su mente perturbada por los sucesos. ‍‍‍‍‍‎ — ‍‍‍‍‍‎¿Una maldición...? ‍‍‍‍‍‎—Murmuró Alain, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. A pesar de su armadura y su semblante de guerrero, la desesperación y la confusión se reflejaban en sus ojos, como si buscaba una solución o alguna respuesta a su trágica vida a la tragedia que acababa de ver pasar. ‍‍‍‍‍‎ — ‍‍‍‍‍‎Aquellos que os impidieron estar juntos han dejado su marca. Hasta que la maldición no sea rota, tu alma seguirá vagando, incapaz de unirse a la de ella. Solo en otro tiempo, en otra vida, podrás encontrar el camino de regreso hacia ella. Pero deberás recordar, y luchar contra el destino, si quieres vencer. ‍‍‍‍‍‎—Declaró el oráculo, su voz profunda resonaba, como si el sonido se reflejara en las paredes invisibles del lugar, en la oscuridad que rodeaba a Alain. ‍‍‍‍‍‎ Cada palabra era como una sentencia, y el eco de su mensaje se perdía en aquel espacio etéreo, envolviendo a Alain en una sensación de incertidumbre y desesperanza. Él sintió que algo en su pecho ardía, como una llama de determinación que intentaba resistir el peso de aquella profecía sombría. ‍‍‍‍‍‎ Las palabras del oráculo se desvanecieron lentamente, y Alain sintió cómo una sombra líquida le envolvía, arrastrándolo a un río de oscuridad. No podía moverse, no podía luchar, pero en su pecho ardía la promesa de regresar a su amada. ‍‍‍‍‍‎ Y entonces, justo cuando la oscuridad estaba a punto de tragárselo, sintió una ráfaga de luz invadirlo. La voz del oráculo se desvaneció y todo se tornó en un fulgor cegador. ‍‍‍‍‍‎ Allí, Alan despertó, jadeante y sudoroso, en una fría habitación de hospital. Su respiración era pesada, como si hubiera estado corriendo durante horas, y su corazón latía frenéticamente. ‍‍‍‍‍‎ A su alrededor, los monitores parpadeaban y el eco de las máquinas parecía tan lejano como el campo de batalla de sus sueños, pero había algo que sí era claro, la promesa de una vida pasada había encontrado su camino hacia el presente. ‍‍‍‍‍‎ Pero entonces, al mirar a su alrededor, lo comprendió. ‍‍‍‍‍‎ Estaba en la clínica, en su cama, rodeado de máquinas que pitaban con insistencia. Había vuelto. Pero las imágenes del sueño seguían grabadas en su mente, tan vívidas que casi podía sentir el peso de la espada en su mano. ‍‍‍‍‍‎ — ‍‍‍‍‍‎Amelia... ‍‍‍‍‍‎—Susurró Alan, su voz apenas parecía un pequeño suspiro, pero ese nombre fue el primero que salió de su cansada voz. ‍‍‍‍‍‎ Lo primero que hizo fue buscarla con la mirada, pero no estaba allí. ‍‍‍‍‍‎ ¿Qué significaba todo eso? ¿Fue solo un sueño, o algo más sucedía? ‍‍‍‍‍‎
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