Capítulo 2 La aldea Mocoan
Los recolectores de arroz veían como una plaga se apoderaba de sus cosechas, unos enormes gusanos negros llenos de pelo pudrían el alimento que acompañaban con el agua dulce de un río de aguas claras. Sorprendidos observaban detalladamente a los gusanos, originando por primera vez en la vida de todos una furia hasta llamarlos engendros de Satanás, sin saber realmente que eran obra de Dios dándoles una señal. Una señal que ninguno podía captar, parecían estar ciegos en la creencia de un Dios que le dio vida a la tierra, incluyendo a la horrible plaga que había llegado, esta afectaba al único alimento que llamaban cereal, la primera pareja en descubrir el lugar, ya que este alimento era muy abundante y el nombre nació de “ser real” por su sabor infinito. Nadie sabía que lo que había llegado a su terreno era algo inmensamente grande frente a los ojos e imposible de creer, pues aquella semilla en el costal de un hombre, solo los llevaría a la muerte.
El cuervo con sus ojos rojos, seguía observando la tristeza de los recolectores y el miedo en sus miradas, su horrible canto espantó a todas las aves santas que comían del cultivo en el suelo, pues sintieron que era la presencia de un ser del infierno. Después de lograr quitar varios gusanos de la cosecha, los recolectores llenaron sus sacos de piel de vaca de tanto arroz para sus familias y luego marcharon a su destino, es decir el hogar en el que vivían, el cual era una pequeña aldea llamada “Mocoan”, que significaba “Prosperidad eterna”. Esta era una aldea situada en la región selvática de Colombia, habitada por cien personas que vivían en pequeñas chozas de paja vieja distribuidas a lo largo de un hermoso y tranquilo valle como indicaba su nombre, de clima tibio, poblado de numerosos silbidos de pájaros y arrullos del viento, aparte de los insectos y tórtolas que pisaron esa tierra por primera vez antes de ser descubierta y antes de multiplicarse de seres que hicieron de la hierva alta, un hogar feliz.
La primera pareja en establecerse allí y por la que Mocoan había nacido, tenían un hijo llamado Aureliano Vitola, quien sería el primero de todos en experimentar el mal que había caído a sus tierras y que estaba a punto de nacer. Como dato curioso del lugar, es que en la aldea que había crecido en población, nadie sabía que edad tenían, solo se medían con una vara y su largo era la edad. Entre todos los recolectores estaba el papá de Aureliano, Abelardo Vitola, quien tenía en su poder la semilla que necesitaba de órganos para nacer y de carne para crecer. Su hijo era un niño que medía uno punto veinticinco, era tan dulce, cariñoso y así tan pequeño era muy inteligente.
Montado en un árbol de olivo, Aureliano, miraba las nubes pasar y a los pájaros volar, mientras que abajo niños de su misma edad lo llamaban para lastimarlo como solían hacerlo en su soledad, cuando vieron que los recolectores volvían y entre ellos el papá de Aureliano, corrieron rápidamente del miedo, ya que sus padres podrían pegarles por molestar el hijo de uno de sus compañeros. Alegre bajó del árbol y corrió hasta su padre dándole un fuerte abrazo. Su padre era un hombre supremamente serio, de cabello n***o y lacio como su hijo, justo y dedicado al labor del cual comían su hijo y su esposa, aunque cargaba consigo una triste historia que lo perseguía de día y de noche, haciendo de sus días felices, un total martirio. Después del abrazo, Abelardo Vitola lo carga llevándolo hasta su pequeña choza, allí estaba su esposa, la señora Esther Brown, una mujer hermosa de cabellera negra y ojos azules, que siempre se dedicaba a los labores de su humilde choza, al igual que su esposo, era parte de la historia que lo perseguía, pues ella hacia el papel de villana, en el que luchaba por el amor de él contra una pobre mujer que se encontraba muy lejos de sus vistas.
Al llegar, los dos saludaron a Esther, Abelardo dándole un beso en sus rojos labios y Aureliano dándole un abrazo hasta dejarla sin aliento de la alegría, cuando vieron que se encontraba preparando el pan de cada día, sintieron que sus estómagos pedían del dulce alimento, lo cual era arroz con verduras y agua fresca. Aureliano era un niño hacía la diferencia respecto a sus pensamientos, ya que se preguntaba siempre el motivo de vida que tenía la aldea, en donde no le gustaba vivir para comer; vivir para soñar; vivir para respirar y vivir para jugar, por razones que no sabía explicar, ni obtener respuestas ni de parte de sus padres, ni de algún habitante de la aldea.
La aldea Mocoan estaba repleta de pequeñas chozas de paja las cuales podían habitar solo personas de a tres, y si la familia sobrepasaba esa cifra, tocaba construir una nueva choza. Entre todas allí estaba la de Abelardo Vitola y su familia, él con su mirada triste sentado sobre un tronco de madera gruesa, le dio la noticia a su esposa que una horrible plaga había llegado al campo del cual vivían, todos los días comían arroz sin saberlo, puesto que lo llamaban cereal Todos eran personas inocentes pertenecientes a la gente que sobrevivió al diluvio enviado por Dios años atrás, vivían lejos de la civilización, donde tenían un estilo de vida diferente y no sabían no el lo más mínimo, de la existencia de una aldea habitada por personas que no sabían de su edad, del año de su nacimiento y ni siquiera el futuro invisible en su tierra.
Al escuchar las palabras de su esposo, Esther lo consoló diciéndole que no se preocupara, que sus vidas no serían arruinadas por unos insignificantes gusanos, aunque no era eso que los llevaría al dolor de sus almas, sino la semilla que esperaba ser tragada y crecer como una vez lo fue en la creación de Dios. Sin darse cuenta mientras consolaba a su esposo, Esther se percató que lo que preparaba para comer se quemaba, al sentir el olor a quemado, dio un pequeño brinco diciendo: ¡Ay el cereal! Y Abelardo junto a su hijo se echaron a reír del caso tan divertido.
—Oh, se nos ha quemado vuestro arroz —dijo ella con su rostro ahumado
—Ja, ja, ja, ja —rieron al verla
—¿De qué estáis riéndose? Esto no es gracioso
—No es nada querida, es solo que ahora te vez más hermosa —le respondió su esposo
—Es cierto madre, tu cara parece un carbón —le dijo su hijo carcajeando
—Que chistosos, bueno vale, paren ya, ¿Qué haremos ahora?
—No sé tú pero tu rostro ha calmado mi hambre
—Calla ya Abelardo, esto es serio
Sin saber que hacer, Esther tomó el caldero y arrojó todo al bote de basura, Abelardo le pidió preparar nuevamente cereal del que recién había traído, en el que se encontraba la semilla proveniente del jardín Edén. En ese instante, Aureliano le pide permiso a su madre para salir a jugar y a la vez respirar el humo que los hacia toser. Sonriendo salió corriendo mientras sentía la frescura del viento en su angelical rostro, la tarde estaba hermosa, se detuvo en el momento cuando escuchó a los pájaros cantar, comenzaron a caer hojas secas de los árboles que retoñaban. Entonces cerró sus ojos y empezó a dar vueltas mientras reía, cuando sintió que cayó al suelo debido a que lo empujaron, los abrió y vio que eran los niños que lo molestaban diariamente. En estos se reflejaba en sus rostros la maldad, eran niños mamertos que esperaban verlo solo para atacarlo y lastimarlo verbalmente. Aureliano sentía siempre que otra persona vivía lo mismo, sin embargo, nunca supo que no era una sensación, sino una realidad. Aureliano se levantó asustado y les preguntó el por qué siempre lo molestaban, y también le dijo que le gustaría muchísimo que llegarán a hacer amigos, pero estos al escucharlo se echaron a reír y lo llamaron raro, al igual que nunca andarían con él y que le preguntara al viento lo que les preguntó a ellos, para que así el viento fuera su amigo y él fuera amigo del viento.
Después de escuchar ciertas palabras, Aureliano salió corriendo derramando lágrimas de dolor, y aquellos niños reían expresando diversión, los cuales parecían no tener sentimientos. Al llegar a su choza, sus padres lo ven con los ojos lagrimados y le preguntaron que era lo que tenía, Aureliano solo les respondió que estaba feliz pero no les decía el por qué, entonces los tres se pusieron a preparar el arroz que Abelardo había recolectado, ya que, el anterior se había quemado, Aureliano empezó a pelar cebollas y su padre a hacer un fogón de leña, mientras Esther sacaba poco a poco del costal, el arroz para ir a lavarlo. Rato después, cuando ya estaba a punto de echarlo al fogón, vio una extraña semilla allí mezclada sin saber que esa semilla provenía del jardín Edén del árbol de la ciencia del bien y del mal. No pudo descifrar de que fruto era, más pensando que tenía un buen sabor decidió cocinarlo dentro del arroz, ignorando que estaba puesta allí por el mismo satanás. En ese preciso momento, Dios viendo tan mal hecho, hizo de los cielos una oscuridad que cayó en toda la aldea para evitar que alguno de la familia de Aureliano consumiera lo que sería la reencarnación de la muerte.
Los aldeanos se asustaron tanto que observaban el cielo y sentían que quedaban ciegos, todo obra de Dios para evitar que creyeran en la verdad ante sus ojos, más el peligro no duró mucho, porque, Aureliano se quedó dentro de la choza y miró detalladamente el arroz en el fuego y consumió un poco estando allí la semilla, por eso entonces los cielos se volvieron a abrir volviendo la luz, ya que Dios no pudo soportar saber que en el interior de un ser humano empezaba a crecer una planta que provenía del árbol del jardín Edén, de hace muchísimos años cuando inició la creación. Después de que todo pasó los padres de Aureliano; Abelardo Vitola y Esther Brown entraron a su pequeña choza, allí él les dijo que el cereal tenía un sabor amargo y le preguntó a su madre: ¿Qué le has echado al cereal mami? —nada —le responde ella. —su padre decide probar y le dice a su hijo que el cereal como ellos lo llamaron tenía sabor a cereal y que no tenía ningún sabor a amargo.