Cuando entré a casa, ta Mauricio estaba en el sofá, comiendo un sándwich y esperando por mí. Miro su reloj, confirmando la hora.
Antes de que me comentase algo, me adelanté y le dije:
–Sí, es un poco tarde. Tuve que bajarme en el centro para sacar dinero y luego, di una ojeada por los locales de allí cerca. Recuerda que este mes es el cumpleaños de mamá y no quiero andar corriendo a última hora como el año pasado.
–Ok–contestó parcamente y sin darle mucha importancia a mi comentario. Siguió comiendo su sándwich. Yo seguí hasta mi cuarto. Me desvesti y entré al baño a lavarme la cara. Me veía en el espejo y sentía la picardia y sinceridad de aquel beso travieso.
El entró, me abrazo por la espalda. Me viré hacia él para saludarlo. Me abrazaba fuerte contra su cuerpo. Se movían sus caderas. Yo no reaccionaba a aquel intento de convencerme para hacer el amor.
No salía de mi mente Ricardo. Respondí a su abrazo. Y me aparté con la excusa de tomar la toalla y secar mi rostro.
–Fue un día bastante fuerte–dije dejando entrelineas mi agotamiento físico.
Me miró desconcertado.
–Pensé que nos divertiríamos un poco hoy.
–Podemos divertirnos. Me preparas un sándwich y vemos una serie en Netflix.
–Está bien, ya regreso, escoge una buena película.
Salió de la habitación. ¿Me sentía algo culpable? Sí, no lo niego. Sentía necesidad de contarle donde había estado. Pero también sabía que no le parecería nada agradable. Me puse una bata de dormir. Y me recosté mientras pasaba los canales y veía las series que estaban en el Top 10. No podía decidirme, pues mi mente estaba fija en sus labios y ojos verdes.
De repente vi en la pantalla, el titulo de una nueva serie. “El diario de una profesora”. Leí la síntesis, la cual, para variar como ocurre con la mayoría de las plataformas de TV, sólo dan una microreseña que refería: una profesora que escribe en un diario su historia y sus fantasías sexuales.
Esperé a que Mauricio regresara para convencerlo de escoger esa. Si algo aprendí en estos siete años viviendo con él, es a inducirlo a apostar por lo que quiero. Siempre fue así.
Desde que estábamos en la universidad, siempre me gustó. Era fuerte y atlético, claro estudiante del área de deportes. Algo antípodo porque yo era de literatura y él de educación física. Muchas veces, discutíamos por su forma tan superficial de ver las cosas, pero luego cuando nos reconciliábamos entre las sábanas, olvidaba las razones de la disputa. Con los años, me convencí de que era mejor evitar algunos temas para no caer en discusiones que a la postre terminaban rasgando la relación. Hoy difiero de mi actitud debí oír sus opiniones y respetarlas. Igual exigir respeto por las mías.
–¡Aquí tienes mi amor!– dijo mientras colocaba sobre la cama la bandeja con un sándwich, un vaso de jugo y un pedazo de pastel de chocolate.
–Encontré esta en las Top 10, “Un viaje a la eternidad” ¿quieres verla? Suena interesante.
–Es ficción, sé que no te gusta ese tipo de películas– extiende la mano pidiendo el control para buscar por él mismo.
Se lo entrego, revisa una y otra vez, la lista. Lee cada una de las síntesis vacías que no dicen nada. Si fuese por ellos, nunca me habría atrevido a ver algunos filmes. Por ventura, soy más de leer entre líneas los títulos para escoger una película, pero Mauricio, sólo ve la portada y si le atrae, la escoge. Así que por suerte, al ver la imagen semidesnuda de la mujer escribiendo, la elegirá.
–Veamos esta, suena interesante “el diario de una profesora”
–Sí quieres, veamos esa–digo con un poco de desentusiasmo. “con eso será la estocada perfecta”, pienso.
Se recuesta, la película comienza con una escena donde, aquella mujer semidesnuda, abre su diario y comienza a escribir:
16 de septiembre:
Estoy sentada, en el jardín, esperando mi entrada a clase. La sub directora, se acerca y me pide ayuda para organizar a los chicos. Me levanto y comienzo a ordenar los estudiantes en filas. Tengo 23 años y estoy recién graduada, mi experiencia es poca, solo las prácticas en la fase de ida, en el aula de clases, con mi tutor. Mas, todo es tan diferente al momento de enfrentar la realidad educativa, que no dejo de repetirme a mí misma: Teoría vs Práctica, He allí, el dilema.
–Wow adoro las series narradas en primera persona.
Mauricio se encoje de hombros. No entiende de lo que le estoy hablando. Nunca me ha entendido. La mayoría de los seres humanos no viven para entender a los otros, sino para exigir ser entendidos.
Mientras Elena, va contando su historia mi mente, viaja a ese primer día en el liceo. Ser novata en ese oficio, es difícil, aún así no determina lo bueno que seas o llegues a ser en tu profesión. Tuve mucha suerte en agradarle a mis estudiantes, creo que era por ser bastante joven. Apenas 21 años cumplidos.
Me gradué en el bachillerato a los dieciséis años, luego estudié los cinco años de carrera sin contratiempos y con excelentes notas. En estos cinco años de experiencia creo haber hecho un excelente trabajo. Por mi edad, fue fácil conectar con muchos de ellos, y ser aparte de su profesora, confidente y consejera en algunos casos. Cómo por ejemplo cuando Lucía, a los 14 años quedó embarazada y quiso abortar a su bebé o cuando Edison, estaba envuelto en una pandilla, que robaba y ya había estado a punto de morir en uno de esos atracos.
Ambos vinieron a mí, para ser oídos y a ambos les ofrecí mi apoyo y consejos. Lucía tiene hoy una hermosa niña de cinco años. Y Edison trabaja de repartidor de Pizza en las noches, mientras termina su bachillerato. Me siento satisfecha por ello. Y no es vanidad, es hacer lo que te hace feliz, ayudar a los demás. Sin llegar a ser una alquimista en extremos.
De pronto, el ronquido de Mauricio me retorna a la realidad. La serie ha avanzado. Me colocó los lentes de montura. Bajo un poco el volumen y colocó los subtítulos para no despertar al narcoléctico de Mau.
Retrocedo la película para poder agarrar nuevamente el hilo de la historia.
Esa tarde tuve pocos estudiantes en clase. Salimos algo antes de la hora marcada para la culminación de los bloques. El director me mandó a llamar con una de las mujeres de limpieza. Acudí a su llamado, extremadamente nerviosa. ¿Mi primer día y ya me llaman a dirección? Me siento como el chico saboteador de la clase. Mis palpitaciones son más rápidas. Toco la puerta. Oigo la voz, pidiendo que entre a la oficina. Como es habitual en las instituciones privadas, la pared está llena de reconocimientos. El director, es un hombre alto, bien parecido, de unos 45 años no más. Me dobla la edad, es cierto pero me parece muy joven. Generalmente son viejos de unos 60 años. Me pide que me siente. Me pregunta cómo estuvo mi primer día de clase. No sé si decir lo nerviosa que estaba o aparentar una seguridad, de la cual carezco. Prefiero intentar lo segundo. Me mira impresionado. Lo cual es alentador para mí, eso significa que le convenció mi argumento a pesar de las situaciones reales que acontecen un primer día de trabajo, en un liceo. Me felicita y me da algunas instrucciones sobre las normas en el colegio. Su mirada es inquisidora. Observa mis pechos, como deseando que el botón se abra y deje ver mis protuberantes senos. No entiendo por qué siempre los hombres se fijan en mis senos y trasero. Eso me hace sentir invalidada como ser humano, que siente y piensa. Me levanto arregló mi falda. Me despido y salgo. Me sigue observando, siento sus ojos clavados en mi espalda. Oigo mi nombre en sus labios. “Señorita Elena, cierre la puerta por favor”. Desabotono mi camisa un poco, giro y regreso hacia la oficina. Disculpe director, olvidé cerrar; lo miro de frente y entrejunto la puerta con sumo cuidado y despacio, sin darle la espalda. Aún recuerdo su impresión al mirar mi brasier rojo.
Me sorprende la escena y sonrió con la habilidad de aquella mujer. Yo a su edad, ni pensaba en coquetear al director, me parecía algo sumamente irrespetuoso y fuera de lo ético. Viene a mi mente Ricardo, y es como si mi boca se cerrase con un zipper.
Los ojos se me cierran, decido apagar la tele y dormir. Fue una semana trajinosa y de jaleo.
Mau está de espaldas a mí, lo abrazo sin que de mis pensamientos salga aquel furtivo y mágico beso.
No sé cuantas definiciones le he dado ya, pero cada vez surge una nueva palabra que intenta describir mi emoción, trato de etiquetarlo y las palabras van y vienen, sin dar un adjetivo calificativo exacto. ¿Acaso no lo hay, hoy quiero exagerarlo en orden superlativo?
Me recuesto de su espalda. Sé que hasta ahora no me puedo quejar de nuestro matrimonio. Fue mi primer hombre. Mi primer amor. Y aunque no siempre estamos de acuerdo, es un buen hombre. Sin mencionar que él y mi madre, se la llevan muy bien. Ambos conservadores, moralistas y jueces de mi comportamiento.
Cuando hablo con ella, siempre me veo como en el banquillo de los acusados. Nunca está de acuerdo con mis proyectos u opiniones. A veces siento que confia más en Mauricio que en su propia hija. No me imagino si supiera lo que estoy sintiendo por un chico menor que yo. Y que de paso, cabe destacar, es mi alumno. Sería la primera en condenarme y llevarme a la horca.
De lo que sí estoy muy segura, es de que esos que suelen juzgar a los otros, lo hacen porque nunca se les presentó una oportunidad igual a la de sus juzgados. En ese caso, no serían tan crueles ni prejuiciosos.