—Cuando tenía cinco años, mi madre tuvo un accidente automovilístico, mientras iba en ruta a su trabajo —Sus ojos se abren de par en par—. Estuvo dos años en coma y otro año hospitalizada con visitas a un psiquiatra, ya que cuando salió del coma, se volvió un poco loca —Le hago un gesto con la mano—. A mí me pellizcaba, me mordía, porque pensaba que yo también había muerto y quería “verificar” si era así o no; decía muchas cosas incoherentes y le costó un año recuperarse del todo —Asiente y se queda pensativo unos segundos.
—Eras muy pequeña cuando eso paso. Dos años en coma, que heavy —dice incrédulo.
—Así es y por lo mismo, me tenían engañada con que mi madre estaba de viaje, por su trabajo —explico—. Y como para los niños el tiempo transcurre diferente que, con los adultos, así que no sentí tanto su ausencia —Él asiente y apoya sus brazos en la meza con sus manos entrelazadas y apoya su barbilla mientras continúo con la historia—. Pero a medida que fui creciendo, ella se puso muy estricta con las amistades, con los permisos para salir; siempre me dice “mi casa, mis reglas” y es por lo mismo que quiero salir de su casa.
—Pero ¿es para tanto? —pregunta con duda.
—La verdad es que sí. Soy muy solitaria por lo mismo. A mis amigas las veo muy rara vez. No salgo mucho, ya que me pone horarios para salir, o tengo que avisar con días de anticipación si quiero ir a alguna parte y dejar claro con quién —Busca mi mirada, pero yo la evito a toda costa—. Para poder venir contigo, tuve que contarle que conversamos hace tiempo en el chat, que nos hemos visto por webcam y contarle lo poco que sabía sobre ti —mis mejillas se incendian y bajo la mirada—. Esto es mi mejor espanta cucos... La mayoría siempre dice que me revele, que salga sin avisar, que ya estoy grande...
—Y así es… Pero, de todos modos, creo que te entiendo —dice con duda.
—No sé si alguien me entienda, la verdad. He intentado salir sin avisar, hacerme la rebelde, pero es mayor el daño, que el beneficio —digo lo más sincera posible.
—¿Cómo? ¿Por qué? —pregunta.
—Porque cuando vuelvo a casa, me trata pésimo, me insulta hasta que se cansa. Ella también tiene sus complicaciones de salud, una vez terminamos en la urgencia de un hospital, porque su presión se alteró demasiado hasta que se puso morada —explico, sintiendo que toda esta información está comenzando a asustarlo—. Además, siempre está amenazándonos, a mi padre y a mí, que se lastimará si hacemos algo que a ella no le parezca —Se aclara la garganta, por lo que lo miro rápidamente a los ojo—. No quiero que me lastimen, ni lastimar yo devuelta, no va conmigo —agrego—. Tengo que aguantar hasta poder salir por la puerta ancha, como debe ser ¿no? —Vuelvo a mirar al suelo, casi derrotada, por lo que no he logrado ver su cara, ni ver cómo reacciona al respecto. De pronto siento que con su mano toma mi barbilla para que lo mire y veo que se acerca lentamente, posando suavemente sus labios contra los míos.
Comenzamos un beso suave primero, hasta que siento su lengua pidiendo acceso a mi boca, por lo que el beso se profundiza aún más. Su mano sobre mi mejilla lo hace aún más especial y yo siento que estoy en las nubes, ya que no esperaba esto para nada.
Nos separamos lentamente para poder respirar y él inmediatamente busca mi mirada, la cual esquivo rápidamente.
—¡Wow!... tenía muchas ganas de hacer eso —Vuelve a tomar mi barbilla con su mano, pero esta vez busca mi mirada —¿Por qué no me miras a los ojos? —pregunta un poco ¿sentido?
—Dicen más de lo que quiero decir… no es por otra cosa —digo tímida, mientras me vuelvo a sonrojar.
—¿Hay algo más que me quieras decir? —pregunta coqueto.
—Ehm... no… creo que no… —digo dubitativa, mientras me mira con una sonrisa y vuelve a buscar mi mirada.
—Entonces mírame a los ojos, aún no logro saber de qué color son —Me estudia, mientras me observa.
—Son pardo... es una mezcla entre marrón y verde —digo como si no fuera la gran cosa. Luchando contra mí misma para poder mirarlo a los ojos.
—Son muy lindos, y expresivos... igual que tú —dice mientras yo siento como me derrito en el asiento. —¿Vamos? —pregunta y no sé qué cara pongo, que se larga a reír.
—Tranquila, vi una plaza muy bonita por aquí cerca, para que demos un paseo —asiento, mientras él llama al mesero y paga la cuenta.
—Está bien, vamos —Le sonrío, mientras lo observo sin que se dé cuenta. Espero no babear, porque es guapísimo.
Nos levantamos al tiempo y siento su mirada recorriendo mi cuerpo, mientras camino delante de él, pone una de sus manos en mi espalda baja para salir de la cafetería y siento cómo me tiemblan las piernas de los nervios. Ya sé que ya me besó, pero ahora quiero sentirlo más cerca de mí. Necesito besarlo y abrazarlo, colgarme de su cuello y saber que no saldrá corriendo, como siento que pasa con todos; aunque la verdad es que nunca ha sucedido.
Yo y mis miedos —Pienso, mientras vamos caminando hacia el parque, hablando de cosas banales.
Miro la hora y me doy cuenta que me queda sólo una hora para estar con él, por lo que me atrevo a decir:
—Gracias por el beso... —Lo miro fijamente por unos momentos y vuelvo a alejar la mirada.
En un movimiento que no logro entender, se gira y queda frente a mí, pasa sus manos por mi cintura y vuelve a darme un suave y delicioso beso, mientras subo mis brazos hasta rodear su cuello con ellos y colgarme en este beso, que no tenía idea necesitaba tanto.
—De nada —dice separándose parcialmente de mis labios y continuar besándome. Sonrío sobre sus labios y corto el beso, no sin antes acariciar su cabello en la zona de la nuca.
Nos quedamos en la misma posición, mirándonos. Siento su respiración cerca de mi rostro.
Desenredo mis dedos y aparto mis brazos de su cuello, le acaricio la mejilla y él toma mi mano, la acaricia y la baja, hasta entrelazar sus dedos con los míos.
No sé por qué, siento que esta es la despedida —pienso.
—Me gustó encontrarte, Emilia —dice mirándome a los ojos.
—Y a mí que me encontraras... ¿querrás volver a verme? —pregunto tímida.
—Creo que sí —contesta sin dejar de mirarme.
—¿Crees que sí?… A mí me gustaría volver a verte —digo y creo que mi cara explotó porque siento arder las mejillas.
—Claro que sí, linda —aprieta mi nariz —sólo quería presionar para que lo dijeras tú —Me río y le doy un pequeño empujón en su pecho—… Creo que ya debo ir a casa —Hago un puchero.
—No me mires así, ya nos veremos de nuevo, ¿sí? —Lo abrazo y pongo mi cabeza entre su pecho y su cuello, escuchando sus latidos.
—Me encanta-ría… —digo en su regazo, mientras levanto la mirada y busco la suya. —Ahora no podré dejar de mirarte a los ojos —digo, mientras le sonrío.
—No dejes de hacerlo —Pide y vuelve darme un casto beso en los labios y me sonríe—. Hablamos luego, ¿sí?
—Ajá... Que llegues bien a casa —Vuelvo a dar un corto y suave beso en sus labios.
—Y tu... —Vuelve a besarme, pero esta vez mantiene el beso para hacerlo más profundo, acercándome con sus manos en mi nuca. Se separa de mí y comienza a caminar en sentido contrario al mío.
Miro hacia atrás y veo que está mirándome, por lo que levanto la mano y le hago adiós suavemente.
Miro la hora y ¡mierda!, debo tomar un taxi para llegar a casa, no quiero un sermón de mi madre, ¡no hoy!
Al llegar a casa cené con mis padres, mamá me hizo un par de preguntas sobre la cita, pero no quise dar muchos detalles.
Ya cuando estuve en mi habitación encendí el computador esperando verlo conectado, pero no hubo rastro de Cristian. Como de costumbre mi cabeza siempre me boicotea, por lo que comencé con un mar de dudas e inseguridades y para acallar esas voces, opté por conectarme a una de las salas del chat a las que estaba acostumbrada; estuve un par de horas y me desconecté para luego ir a dormir.
(…)
Mis días pasan sin mucha novedad, me preocupo de hacer bien mi trabajo freelance por las tardes, mientras que en las mañanas sigo enviando curriculum para postular a nuevos trabajos con mejores pretensiones.
Al despertar, por las mañanas, hago tres series de abdominales y eso es una inyección de adrenalina, que me da la energía para no echarme a morir. Sí, me he puesto las pilas y he comenzado a ejercitarme, ya que también tomé la vieja bicicleta estática de papá y pedaleo una hora al día, mientras le doy play a Shot In The Dark de AC/DC, ya que me motiva demasiado y no me hace pensar tanto.
Si quiero cambios, estos deben partir por mí, “mente positiva, mente positiva”, me repito muchas veces al día, ya que sería más sencillo seguir cayendo en un pozo sin fondo donde todo es oscuridad, pero ya no quiero más oscuridad en mi vida. Necesito, anhelo ser feliz.
¿Ya les comenté que nunca he sido buena para hacer ejercicios? Soy demasiado competitiva conmigo misma. Cuando me he inscrito en gimnasios, termino reemplazando mi gordura por masa muscular, entonces no bajo nada de peso.
Mi destino es ser gorda —Pienso mientras sigo pedaleando—. Pero al menos, quiero ser una gorda bonita, apretadita y feliz ¡Ja!… es válido ¿no?
Ya es miércoles y no sé nada de Cristian, no se ha conectado ninguno de estos días, y tampoco he querido escribirle, ni presionar; supongo que eso fue todo, como me lo temí, salió corriendo con todas las cosas que le dije sobre mí ¿Me habrá encontrado tan fea? ¿Quién va a querer tener “algo” con alguien como yo? No tengo vida, no puedo salir, es como si estar conmigo fuera equivalente a encarcelarse de forma voluntaria y no conozco a nadie, que quiera hacer algo como eso por alguien.
Eso sólo existe en las películas —Me digo a mí misma.
Por la noche, como todas las noches, me conecto al chat y a la sala donde nos “leímos” por primera vez, pero no hay rastros de él, ni siquiera en Messenger, que es por donde normalmente conversamos y nos “veíamos”.
Me enfrasco en una conversación con varios “cyberamigos”, por lo general, conversamos de música, bandas de rock ¿Les comenté que soy metalera? Aunque la verdad no me gusta que me etiqueten, ni me encasillen, creo que ya cargo con varias etiquetas sin quererlo.
A veces también comentamos otro tipo de cosas a fin. Y aunque resulte irónico, soy una de las chicas más populares en el chat, soy una de las moderadoras de esta sala, así que, si no me conocen, me conocerán, pienso riéndome de mí misma y soy siempre bastante pesada, tengo un humor muy sarcástico, que no todos entienden, por lo que podríamos decir que, soy una “chica ruda”, aunque debo decir que es una forma de protegerme del bullying y que me hieran con facilidad.
Estoy tan concentrada en la conversación con los demás participantes del chat que no me doy cuenta y,
Cristian: ¡Hola, hola! ¿Cómo estás, Emi? —Odio que me digan Emi, pero a él le perdono todo.
Emilia: ¡Ah! ¡Hola, desaparecido :-P! Entretenida, ¿y tú? —trato de tomarlo con calma, sin parecer desesperada por saber de él.
Cristian: Así te leo, como siempre tienes la última palabra, ¿no? —pregunta por la conversación que se está desarrollando en el chat.
Emilia: ¡Así es! ¡Mi palabra es ley! xD Jajajajaaja —Sííí, claro, eso no me lo creo ni yo.
Cristian: Pensando —contesta y no sé a qué se refiere.
Emilia: ¿Pensando? ¿El qué? —Cuestiono, esperando ansiosa su respuesta.
Cristian: En lo del sábado —Abro los ojos, ¡me quiero morirrrrrr!
Emilia: ...Ah —Ya quedé como estúpida.
Cristian: ¿Tú no has pensado en mí? —Obvio que sí, ¡idiota!
Emilia: La verdad es que sí... Pero he tratado de no pensarlo mucho, ¿sabes? —Ahora aparecen las mariposas del demonio.
Cristian: Y, ¿por qué no?, a mí me ha gustado conocerte… —¿Y qué mássss?
Emilia: A mí también, mucho… A pesar de que no quería darle muchas vueltas al asunto, ya que, creí que te habías ido—¡Cuek! ¿Tenías que escupirlo así, sin más?
Cristian: ¿Cómo? ¿Ido a dónde? —Revoleo los ojos.
Emilia: No sé… Pensé que no te había gustado y que por eso no te habías vuelto a conectar —estúpida, estúpida, estúpida.
Cristian: Nada que ver, linda, es que estuve con mucho trabajo y salí tarde todos estos días, por lo que llegué muerto a casa —¡Kill me please!
Emilia: :-O ¡Aah!… ¡Arriba el ánimo entonces! ¡Ya falta menos para el fin de semana! —trato de animarlo y que olvidé las estupideces que dije antes.
Cristian: Con uno de tus besos, creo que me volvería el alma al cuerpo —¿morí verdad? Porque me siento flotando en las nubes.
Siento que se me sale el corazón por la boca al verlo tan guapo, ya que encendió la webcam. Le tiro un beso mientras veo cómo él lo recibe con ambas manos y ahora veo que lo lleva hasta su corazón y creo que me he infartado.
Emilia: ¿Me quieres matar de algo? —Se ríe.
Cristian: ¿De amor? —Ni se imagina que acabo de sufrir otro micro infarto sólo con leer lo que ha dicho. No sé qué responder.
Emilia: … ¿A ti te gustaría eso? —Levanto una ceja desafiante.
Cristian: Puede ser… pero vamos con calma… —Respira, respira… inhala, exhala.
Cristian: ¿Cuándo nos vemos otra vez? —Escupe de pronto.
Emilia: ¿Mmm?… no lo sé. Como te dije antes, pensé que no querías nada con respecto a mí —¡Bien campeona! ¡Lo has arruinado nuevamente!
Cristian: ... No estaría aquí, si fuera así. No sigas con eso, de verdad me has gustado. Me gustas —Y ahí estoy yo, sonriendo como una tonta a la cámara, sólo me falta babear.
Emilia: Y tú a mí —También sonríe y no puedo creer lo guapo que es. ¿Les comenté que se le hacen dos hoyuelos en las mejillas cuando se ríe?
Cristian: Agenda una nueva cita para volver a vernos, ¿sí? —Suspiro y asiento mientras levanto el pulgar.
Cristian: Ya me voy a la cama, descansa, ¿sí?
Emilia: Tú también, Cris… Sueña conmigo —Me tapo los ojos, pero dejo lugar entre los dedos para verlo y él se ríe.
Cristian: Como no tienes idea. Besos, linda —Y así sin más, se desconecta y me deja aquí con una guerra mundial en el estómago.