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La luna del Alfa

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Blurb

En esta sociedad regresiva donde la jerarquía es la ley, los lobos salvajes están relegados a un estatus inferior. Su especie los convierte en parias. Sin embargo, a medida que se acerca al final de sus diecinueve años, le preocupa ser la única de su manada que no ha cambiado. Pero cuando la biología finalmente se impone, Rose pierde el equilibrio. Reclama a Nick Bermont, el hijo del alfa, como su pareja, sólo para ser rechazada públicamente delante de todos en la escuela. A pesar de la herida en su corazón, se mantiene firme. El dolor es constante, pero sobrevivirá. Después de todo, ¿quién querría un compañero arrogante e insensible como Nick? Por otro lado, Nick no se permite cometer errores; no puede aceptar a una loba Salvaje como compañera, a pesar de que su lobo parece sentirse inexplicablemente atraído por ella. Nick es el macho más fuerte de cinco generaciones, y su manada obedece sus órdenes sin rechistar. Pero una noche de pasión y las consecuencias pueden cambiar la historia.

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Capitulo 1
Rose —Oh, tengo uno, tengo uno—. Mi mejor amiga Nia se balancea sobre el tronco, mientras el whisky de maíz chapotea en su tarro de cristal. El fuego arroja chispas anaranjadas al frío aire de la noche. —¿Preferirías luchar contra un cambiaformas oso hambriento o contra un lobo loco por la luna?— —No existe tal cosa como un cambiaformas oso—. Me inclino sobre la olla que cuelga del trípode y la revuelvo al ritmo del metrónomo que coloco en el tocón de un árbol. Mi brazo me está matando. —No existía tal cosa como un cambiaformas lobo hasta que el Gran Alfa nos sacó añ mundo —. Nia eructa en su manga de franela. —No pelearía con ninguno de los dos. Es una propuesta perdedora. Yo correría—. Veinte golpes más hasta que vuelve a ser el turno de Nia. Mañana me van a doler muchísimo los bíceps. —Eres un asco en este juego, Rosie. Tienes que elegir uno—. —No, no lo hago. Le daría de comer al oso. Problema resuelto.— —Deja de buscar formas de evitar tomar una decisión, maldita sea. ¿Oso o lobo? Nia levanta la voz y, al otro lado del fuego, nuestro primo Bevan se sobresalta y patea su pata trasera, clavando al compañero de Nia, Pritchard, en el hocico. Ambos gruñen y se pelean entre sí durante un minuto antes de volver a desmayarse, con el hocico puntiagudo de Bevan descansando sobre el montículo peludo que es el vientre de Pritchard. —Oso.— —Equivocada. Un oso te destrozaría—. Nia bebe un trago de alcohol ilegal. Hemos estado en esto desde que se puso el sol y son casi las cuatro de la mañana. No sé cómo sigue siendo recta e inteligible. —¿Y un lobo loco por la luna no lo haría?— Paso la cuchara de madera por el almíbar n***o y húmedo. —Eso no viene al caso—. Nia arruga la nariz. —¿Cuánto falta para mi turno?— —Diez golpes—. —¿Y luego cuánto tiempo más?— —Hasta el amanecer—. Esta no es la primera (ni la décima) vez que se lo digo. —Esto es una tontería—. —Probablemente.— —La bruja nos está jodiendo—. —No lo dejaría pasar—. He sido aprendiz de Abertha desde que tenía siete años y la amo como si fuera sangre, pero ella te hará bromas y te hará perder el tiempo con mierdas y risitas, sin duda. —Pero tenemos los botones, ¿verdad?— Nia pregunta por centésima vez. Los cambiaformas en general son malos con la gratificación retrasada, y Nia es particularmente desafiante. Por eso la atiborré de licor. —Oh sí.— Los brillantes ojos dorados de Nia se encuentran con los míos. Sonreímos en alegre solidaridad. Estamos muy cerca. Llevamos años buscando los botones. Nia ha intentado levantarlos una docena de veces, pero la bruja es astuta. Ella cambiará las latas y deletreará los botones que se derramarán de tus manos. Como dije, tiene un sentido del humor muy n***o. Aunque esta es la noche. Entregamos este lote de lengua de dragón y la lata azul de galletas de mantequilla danesas es nuestra. —Tres, dos, uno…— cuento. —Cuchara.— Nia extiende su mano. Golpeo el cucharón en su palma y sacudo los brazos. Revolver una olla toda la noche te enseña sobre músculos que no sabías que tenías. Estiro el cuello y lo giro para mover la columna. Sentarse en un tronco toda la noche te enseña que todo tu trasero puede estar entumecido y aún así tienes que orinar. Hago un viaje rápido hacia lo más profundo del bosque y resuelvo . Cuando vuelvo, tomo un sorbo del whisky de Nia para calentarme el pecho. Ella se mueve en silencio. Dejo el vaso en el suelo helado y meto las manos en las mangas de mi chaqueta para calentarme los dedos. Es luna nueva y algunas estrellas de finales de noviembre se desvanecen a medida que nos acercamos al amanecer. Más allá del fuego, los nogales negros se alzan en lo alto, interrumpiendo la quietud de la noche con un golpe discordante cada vez que el viento libera una nuez demasiado madura de sus amarres. En las colinas, los lobos aúllan y sus aullidos se deslizan por el suave lago. —¿Desearías estar fuera con ellos?— Pregunto. Desde que Nia cambió por primera vez el año pasado, me siento culpable cuando se queda conmigo en lugar de correr con los demás. —No—, dice sin dudarlo. —Lo hago todo por los botones—. —Los botones de chocolate, sabes que son intocables, se tarda mucho en prepararlos. Ella sonríe y sus puntiagudos incisivos brillan a la luz del fuego. Es mentira. Sé que ella los hace por mí. —¿Creo que es extraño que tengas tantas ganas de comer chocolate si sabes que es dañino para tu lobo?— Es una pregunta inútil. No me importa mucho ser extraña. Soy aprendiz de bruja y el consenso entre los carroñeros es que no soy lo suficientemente extraña. No tengo ningún talento natural para maldecir, hacer travesuras o comunicarme con los muertos. Sin embargo, si se supiera que trabajo para botones, mi reputación no mejoraría. Los demás pensarían que es peor que trabajar por un salario: toda la indignidad del trabajo y nada de dinero en efectivo. — Nosotras. ¿ Somos extrañas por querer tanto un montón de botones de chocolate? Esa es Nía. Mi amiga. Cabalga o muere, como dicen los humanos. El metrónomo se ralentiza. Me inclino y lo reinicio. —Abertha ha estado creando botones de chocolate desde que era un cachorro. Así le pagaban los carroñeros cuando era joven. Recordando mi infancia con mi madre. —Oh.— El sonido es una suave conmiseración. Su madre también salió a caminar y no regresó. Sucede mucho en los pantanos donde vivimos. —Los haremos entonces. Sabes que siempre te respaldaré. Excepto contra un cambiaformas oso. Eso es simplemente estúpido—. Huelo. Me moquea la nariz por el frío. Hay un momento (sólo una fracción de segundo) en el que Nia sonríe, torcida y seria, y puedo imaginarla como era cuando éramos cachorros: antes de los piercings, antes de que se cortara el pelo n***o, antes de moverse por primera vez. tiempo y sus garras nunca más se retrajeron por completo. Veo a la niña que quería ser una loba alfa cuando fuera mayor. La chica que creía que eso era posible. Hemos crecido ahora. Sabemos que la vida en Moon Lake es un juego, y está amañado, y si bien cumplimos nuestras promesas, a menudo no podemos cumplirlas a largo plazo. El oro en los ojos de Nia se apaga. Nos estoy derribando. No hay necesidad de eso. Falta una hora para la mañana y la realidad pronto se arruinará nuestro día. —Está bien, tengo uno—. Me aclaro la garganta. —Si tuvieras que quedarte atrapada medio desplazada por el resto de tu vida, ¿la mitad superior lobo o la mitad inferior?— —Fácil. Mitad superior. No voy a renunciar al sexo humano ni a comer lobos. —¿Es realmente tan bueno?. —Sí.— Ella sonríe. —Es bueno. ¡Oh! Tengo uno.— Sus ojos han vuelto a brillar. —¿Nick Bermont o Brody Hughes?— Mi corazón late con fuerza y, sin previo aviso, el calor se extiende por mi pecho como té derramado sobre un mantel. Los dedos de mis pies helados en mis botas, las puntas heladas de mis orejas... están ardiendo. Gracias a Dios estoy sentada en las sombras. Sé que soy de color rojo brillante. Soy el peor sonrojo del mundo, una mancha roja en el horizonte. ¿El mejor colorete? Sea como sea, tenia que ser algún tipo de rareza médica. La piel no debería poder adquirir el tono de una amapola en plena floración. No es natural. De todos modos, no voy a responder la pregunta. —pasó — —No puedes pasar.— —Las reglas no las pones tú—. —Literalmente las hago—. Es cierto. Ella las hace. Ella siempre las ha hecho. Ella es quien toma las decisiones. Yo la sigo. —No podría elegir. No hay diferencia. Pantalones khaki. Camisa de vestir. Cabello aburrido—.

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