Capitulo V

1884 Words
Su vestimenta era tan convencional como la de cualquier transeúnte, quizás con un ápice extra de elegancia. El Conde aborrecía la simpleza en su imagen personal. Sin paso apresurado, se encaminaba a la morada de los Francos con el ánimo taciturno al recordar que su fiel aliada había sido capturada tras obedecer sus órdenes y marcharse a la casa de un purificador. Howard no dejaba de recriminarse por lo ocurrido, era como si hubiese colocado la cabeza de su amiga en una guillotina. Aunque ya no existían posibilidades de salvarla, el Conde estaba dispuesto a evitar que una situación semejante se repitiera. No volvería a ofrendar a un m*****o de su tribu. Presionó el timbre, cuando yacía frente a la puerta y enseguida tuvo respuesta. -¿Quién es usted? –Inquirió curiosa Sonya. Los Francos no era una familia distinguida en el vecindario, menos fuera de allí, así que la presencia de un desconocido era intrigante para la joven. -Mi nombre es Howard y estoy buscando a la señora Estela Franco. –Vociferó el Conde con un suave acento británico y tono aristócrata. El nombre con el que el desconocido se presentó no pasó de desapercibido para Sonya, aunque prefirió no formar un escándalo, recordando que Kisha le había advertido de su asocialidad. -Mi madre está cumpliendo algunos pendientes, no tardará en llegar. -¿Te importa si la espero? –Interrogó el Conde con desganas. Lo último que quería era pasar una tarde en la casa que significó el infierno para Kisha, pero las alternativas que tenía eran pocas. Sonya se apartó de la entrada y abrió la puerta en su totalidad, haciendo un ademán de mano que lo instigó a pasar. Cuando el Conde ya se figuraba en el interior de la vivienda, Sonya cerró la puerta. -¿Puedo ofrecerte algo? –El vampiro negó con la cabeza, al mismo tiempo que se despojó del inmenso abrigo y lo colocaba sobre el respaldo de unos de los muebles que adornaban la sala de estar, en el que no dudó en sentarse, Sonya se acomodó en otro. -¿Dónde está tu madre? -En la casa de reposo, visitando a mi abuelo. –El hombre sintió un amargo afecto al oír del vejestorio. Purificadores de su misma calaña eran los que más arremetían en contra de su especie y no cesaban. Todo lo que Howard deseaba realmente era acabar con la beligerancia de los humanos y volver a establecer el orden en su reino. Despejó su mente y se enfocó en lo que su sobrenatural sentido advertía, la temperatura de su acompañante rebasaba la normalidad. Recordaba con exactitud el primer encuentro que tuvo con Estela: El Conde paseaba por las calles del reino bajo el oscuro cielo de una noche gélida sin ignorar las suaves pisadas que oía detrás de él luego de haber abarcado un menesteroso barrio. Con la errada idea de que se trataba de un guarda de la monarquía esperando el momento indicado para emboscarlo, condujo a su perseguidor hasta un callejón para que las sombras fuesen las únicas testigos de su muerte sin embargo, haber apreciado a una madre cuyo objetivo era salvar a su hija de la enfermedad que la asesinaba con lentitud, lo cohibió. Estela estaba sometida ante una impetuosa desesperación que la motivó a acudir ante él como último recurso. Howard le prometió a aquella valerosa madre que haría todo lo posible por curar a su hija y no eludiría su palabra. Recobró el sentido de la realidad cuando la puerta se abrió y dejó al descubierto una sorprendida Estela que había quedado inmovilizada en la entrada con las bolsas de la compra colgando a sus lados. -Sonya ve a tu habitación –Ordenó Estela con la voz temblorosa, su hija no se hizo rogar y la obedeció inmediatamente. -¿Qué está haciendo aquí? –Continuó la recién llegada mientras abandonaba la sala de estar, seguida por el Conde quien se detuvo en la entrada de la cocina observando a la dueña de casa organizar las compras en los estantes. -Vine a verificar el estado de Sonya. Supe que su cuidadora tuvo un severo percance –Dijo con un dócil tono sarcástico que acreció la zozobra de la mujer. A pesar de las enseñanzas extremistas que su padre le impartió, Estela aprendió a no calificar a todos los vampiros con la misma nota porque, al igual que los humanos, entre ellos existían los buenos y los malos, Kisha pertenecía al primer grupo y Estela lo sabía, por esa razón su captura la había acongojado, aunque ella no pudo hacer mucho para evitar el allanamiento por parte de los guardas de la monarquía la madrugada pasada. -Hoy ha sido un buen día para ella. Por primera vez en varios días ha sentido fuerzas para levantarse de su cama, además de que no ha puesto protestas para comer. –Informó la mujer con optimismo. El Conde asintió con la cabeza. Lo que la mujer describía eran noticias alentadoras sin embargo, se hacía pronto decir que ya estaba recuperada. -Entenderá que acudir a esta casa implica un riesgo para mí y para mi gente. –La mujer asintió con la cabeza. –Por eso, me llevaré a Sonya a mi tribu hasta que su salud mejore definitivamente. -¿Es una broma? –Interrogó incrédula la madre. -Una de mis aliadas está siendo ejecutada en estos momentos, por culpa de su padre. – Replicó el Conde, enfadado. -No te llevarás a mi hija. –Determinó Estela, mostrando su anverso temeroso. Howard mantenía la calma, recordando que no estaba frente a una mala persona, todo lo contrario, el valor que dominó a Estela en ese instante era plausible, su hija era lo más valioso que aquella mujer tenía y saberlo era suficiente para que el Conde hiciera todo lo que estuviese a su disposición para salvarla, aunque ella se negase. -La condición de Sonya puede agravarse en cualquier momento. Si no la llevo conmigo puede terminar… -¿Llevarme a dónde? –Interrumpió Sonya inesperadamente. Ambos posaron su mirada en la importunada joven que estaba abarrotada de curiosidad. -Regresa a tu habitación. –Reprendió Estela con alteración. -Creó que esta conversación me concierne –Añadió decidida la joven. -Tienes razón, esta plática es de tu interés. Las dejaré solas para que conversen –Se apresuró a decir el Conde dejando a la alterada mujer con la palabra en la boca. El británico volvió a la sala de estar y se colocó el abrigo que antes había dejado sobre el espaldar de una silla para finalmente abandonar la casa. (…) El palco donde se encontraban los miembros de la realeza se robaba la mirada de todos los presentes quienes murmuraban y comentaban la evidente ausencia de la hermana del monarca. La atención mal obtenida, incomodaba a Víctor. Desde que su padre falleció y él recibió el cargo de rey, se afanó por tener un reinado tan honrado e intachable como fue el de su progenitor, pero Debora no le era de ayuda para cumplir su cometido. Su hermana siempre llamaba la atención, en pocas ocasiones de una buena manera. La voz gruesa y firme del portavoz pausaba la función de Lucaccio quien aguardaba con titubeo la orden que le permitiría sujetar la flecha en el arco y lanzarla en dirección de Kisha que estaba sujeta a un pilar a mitad del coliseo, justo en frente de él. La mirada del verdugo y la de la apresada se cruzaban entre sí. Quizás, el valor que la vampira demostraba era la razón por la que Luca dudaba en su objetivo como arquero. Solía apreciarlos como criaturas hostiles y violentas, pero su más reciente captura no mostró ninguna resistencia, tan sólo aceptó su destino, sin abatirse. Finalmente, el portavoz pronunció su sentencia final. -Verdugo de nuestros verdugos. ¡Acaba con ella! –Lucaccio tomó una de las flechas que yacía en su espalda y la ajustó al arco, apuntando hacia su víctima. El ritmo de su corazón se disparó y sus manos empezaron a temblar imperceptiblemente. Todo lo que proseguía era mecánico, sólo tenía que soltar la flecha y ella se clavaría en el corazón de la vampira sin embargo, lo que parecía ser algo instintivo se convirtió en aparatoso. -¡Alto! –Gritó con determinación Debora quien llegaba a la arena del coliseo y se posó frente a Kisha quedando en medio de la vampira y el verdugo. Una vez más la hermana del monarca se robaba la atención de todo el reino, dejándolos atónitos, especialmente a Víctor quien veía la escandalosa escena desde lo más alto del lugar. -¿Qué estás haciendo? –Preguntó confundido Lucaccio, bajando la flecha que no se atrevió a lanzar. -No puedo dejar que la mujer a mis espaldas muera injustamente. –Habló Debora quien paseaba su mirada sobre los ocupantes de las gradas, sabía que entre el público habían varios vampiros, y entre ellos, el causante de las pequeñas, pero notorias cicatrices que adornaban su cuello. -Sáquenla. –Ordenó el monarca a los guardas que lo respaldaban en el palco, uno de ellos hizo un ademán para que los hombres en la arena se pusieran en acción. Entre la muchedumbre de los asientos, se realzó Raymond que emitió un agudo y perturbador silbido, amenazando con destruir los tímpanos de los mortales. Fue todo lo que se necesito para desatar el pánico entre las persona que no dudaron en correr despavoridamente buscando la salida. A pesar del potente y agudo silbido, Debora no fue afectada de la misma manera en la que los demás humanos sufrieron. Sin perder más tiempo se volvió hacia Kisha y la desató del pilar en el que estaba inmovilizada. -Sígueme. –Dijo la humana, la vampira no dudo en hacerlo. Durante su vertiginoso escape esquivaron a las cientos de personas que también buscaban una salida. Su huida fue frenada por tres guardias que se interpusieron en el camino de las mujeres. La sobrenatural empuño las manos, haciendo que el traje de hierro que vestían los hombres se encogiera hasta comprimir sus cuerpos, finalmente los guardas se desplomaron en el suelo, aunque su camino no estaba despejado, aún. Esta vez era Lucaccio quien lo interceptaba. -¡Debora apártate! –Exigió el verdugo encarándolas con la flecha puesta en su arco y su mirada encontrándose con la de Kisha. -¿O qué? ¿Dispararás?–Desafío la humana, aunque conocía bastante bien al hombre frente a ella y no acostumbraba traicionar sus principios. -No lo hará. –Aseguró la presa, detallando, en los ojos claros del verdugo, un atisbo de incertidumbre, el mimo que se reflejaba hace unos segundos cuando le perdonó la vida. Las dudas y demoras fueron ventajosas para Raymond quien se apareció detrás de Luca. Para luego inclinar, forzosamente, su cabeza y exhibir más su cuello. Enseguida clavó sus colmillos en el humano. La voz del rubio se desgastó en un deplorable gritó agónico que emitió segundos antes de caer inconsciente. -¡No! –Articuló angustiada Debora, despalmándose de rodillas junto a su amigo. Kisha corrió la poca distancia que la separaba de Raymond y lo abrazó edificantemente, él le correspondió con la misma vehemencia, tal vez con un poco más de consuelo.
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