Capítulo 3 Síntomas

1217 Words
Todo parecía no moverse, como si las cosas no cambiaran con rapidez. ¡¿Por qué él aún no firmaba el divorcio?! Mientras tanto Yamel se enfocaba en pasar la entrevista del trabajo que Liah le había conseguido e iba conversando con ella. Necesitaba distraerse, enfocarse solo en ella, dejar atrás eso que solo le había dado tormentos y malos ratos. — ¿Segura que pasaré la entrevista?— preguntó a Liah aún sintiéndose atónita por el cambio de pelo que esta se había hecho. Demasiado atrevido y un tanto exagerado, tal como era Leah, aquello reflejaba toda su personalidad. — Obvio, amiga. Luego de que consigas el trabajo nos iremos a vivir juntas y haremos una gran fiesta por tu libertad. — habla Liah emocionada. También a la espera de que Yamel al fin sea libre. — No estoy segura de cuando será eso. — ¿Aún ese imbécil se niega a darte el divorcio? —no entendía a qué se debía tanto retraso. Yamel estaba a punto de responder pero la llamaron para entrar a la entrevista, se despidió y terminó la llamada, retirándose los auriculares y dejándolo en su bolso. Ya dentro habló lo mejor que pudo y dio a conocer el porqué debería obtener el empleo. El resultado fue inmediato. ¡Tenía trabajo! Liah y Yamel quedaron en ir a celebrar cuando tuvieran tiempo, pues Yamel la llamó de inmediato para darle la noticia. Ahora se dirigía hacia la casa que aún era su hogar. Cuando Yamel regreso a casa se encontró a Eduardo acostado en el sofá, lucia un poco enfermo. Iba a seguir su camino hacia la habitación para ordenar sus maletas pero se detuvo ante el gemido de dolor que soltó Eduardo. No pudo evitar sentirse preocupada y se acercó a él para saber qué pasaba. — ¿Quieres que te lleve al hospital?—preguntó cautelosamente. — No es necesario, solo tráeme algo para el dolor. — ordeno este. Buscó deprisa uno vaso de agua y le llevó la pastilla para que Eduardo se sintiera mejor. A pesar de su insistencia para que ella se la diera directamente, Yamel la dejo en su mano y luego subió a la habitación. Hace años que Eduardo le había pedido que no se le acercara así que esta no quería que el se sintiera aún más resentido con ella. Evitaba mantener cualquier tipo de acercamiento con él, a menos que fuera estrictamente necesario y ahora mismo no lo era. Dejó salir un suspiro y volvió con una manta para Eduardo. — Deberías haber ido al hospital o la casa de Sabrina. Pronto no estaré aquí y no habrá quien te cuide. — habló en voz baja poniendo la manta sobre su cuerpo. — No creo que eso llegue a pasar. — dijo Eduardo en un tono dominante. ¿A qué se refería con eso?— No quiero seguir hablando, mejor toma un baño y quítate ese olor tan raro que tienes. Yamel volvió a la habitación y tomó una larga ducha. Cuando salió se encontró con todas las ropas de sus maletas fuera de su lugar. Frunció el ceño y se vistió rápidamente sin decir nada. Cuando bajo nuevamente encontró a Eduardo todavía acostado en el sofá, no tuvo más opción que quedarse junto a él. Sin darse cuenta la noche cayó dejándola completamente agotada y sin querer quedo dormida al lado de Eduardo. Cuando me despertó al otro día en su habitación quedó confundía, sentía como si estuviera dentro de un sueño. Eduardo estaba parado frente a ella con el desayuno en la mano. Se frotó los ojos para verificar si era real. —¡Achís! Su propio estornudo la sacó de la ensoñación haciendo ver que era real lo que estaba viendo. Sentía la cabeza un poco caliente, se tocó la frente e intentó levantarse de la cama. — No te levantes todavía.—dice, dirigiéndose hacia ella con calma.—Anoche te refriaste, así que te hice un caldo para que te sientas mejor. — Eduardo se acercó con el plato y le dio de comer como si fuera una niña. No sabía si era por la preocupación que estaba demostrando por ella o porque se sentía mal pero no puede evitar pensar que el dolor de estómago le había afectado la cabeza a su esposo. Nunca la había tratado con tanta delicadeza. Dejó que la alimentara. Sus ojos no se podían apartar de él. Sentía que si dejaba de mirarlo en cualquier momento desaparecería de la habitación y la atención que le estaba mostrando solo era un invento de su malestar. Lo único que logró darle un choque de realidad fue la llamada repentina de Miranda para decir que vendría a la casa a comer junto con Esther la madre de Eduardo. — No me siento muy bien hoy así que no podría atenderlas como se debe y no quiero que te enfermes abuela. — dijo con cariño, desde hace años la llamaba de esa forma. Eran muy cercanas. — Eso es lo de menos cariño. Esther y yo ya vamos en camino.—insiste ella al teléfono. — Esta bien, las espero aquí.—aceptó. Colgó la llamada y le hizo saber a Eduardo sobre la visita de su madre y su abuela. — Pues será mejor que te pongas decente.—comenta, otra vez con aquel tono frío, poco le duró. Eduardo salió de la habitación y esperó a que Yamel bajara. Yamel estaba acurrucada en el sofá cuando llegaron Miranda y Esther. — ¡No puedo creer que hayas dejado que nuestra niña se pusiera así! — Miranda se acerca a Yamel y comienza a revisar que todo estuviera bien. — ¿Por qué la tienes aquí abajo? Sostenla y subamos a la habitación ahora mismo. — Puedo subir sola abuela.—dice al escuchar la sugerencia de la abuela. — No. ¿Sigues ahí parado todavía?—mira de reojo a su nieto y este se mueve hacia Yamel. Eduardo no dijo nada, tomó a Yamel en brazos y se dirigió rumbo a la habitación con Miranda y Esther detrás de ellos. Yamel no pudo evitar sentirse acalorada, sus mejillas tomaron un tinte rosado. Era la primera vez que estaba tan cerca de su esposo, aunque podía ver la indiferencia en el rostro de su esposo todo su cuerpo sentía un hormigueo ante la cercanía con él. — ¿Por qué tus ropas están fuera del armario? — pregunto Esther intrigada. — Sobre eso… — Yamel evitó la mirada de ambas mujeres y se acomodó en la cama donde su esposo la había dejado. — He conseguido un trabajo y estaré viviendo junto con mi amiga. — No tienes que vivir lejos de tu esposo por eso. ¿hay algo más que no nos hayas contado? ¿Es Sabrina? — dice esto último mirando a su nieto. — Yamel debe descansar abuela, hablemos en otro momento. Te llevaré a ti y a mamá de vuelta. Eduardo evitó el tema con facilidad y sacó a Miranda y a Esther dejando a Yamel para que descansara. Lo último que pensó Yamel antes de dormirse fue que vivir lejos de Eduardo se estaba volviendo cada vez más difícil. Necesitaba marcharse y no dejarse confundir más por él.
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