Alias el Traidor.
¡POV DE FABIEN LANÚS!
—¡Este café está simple! —, coloco la taza con fastidio en el escritorio, al hacer contacto con la madera riega un poco, incluso cae sobre una carpeta. Ella limpia rápidamente al mismo tiempo que se disculpa —¡Sal de aquí! —, traqueteo los dedos y me giro con dirección a la ciudad. Suspiro ofuscado porque aquella mujer me saca de quicio, y no solo ella, todas las mujeres me apestan. Pero al menos las demás no me miran como ella, no que yo las vea. En cambio, ella, ella me mira con ojos diferentes, cada vez que se para frente a mí su mirada se ilumina, sonríe con cada palabra que suelta y eso me hace enfadar, súper enfadar.
Aunque ella trate de esconderlo, por más que se esfuerce su mirada la delata, conozco esa mirada, la conozco perfectamente porque un día yo también miré así a una mujer, a esa perversa mujer que sin importarle nada se metió con el cabron de mi hermano.
Aunque se que Amaya no fue, que ella no es culpable por lo que otra mujer hizo, no puede dejar de fastidiarme su presencia, ella se ve tan noble, pura y casta, pero sé que solo es una careta, porque por dentro es igual de perversa que ella, todas son iguales.
Tras de eso Amaya es una inútil, ni siquiera sirve para hacer un café, si por mi fuera la hubiera corrido el mismo día que ingresó a trabajar, pero mi padre me pidió que le dé trabajo por ser la hija menor de su mejor guardaespaldas.
—Joven—, y ahí viene de nuevo, con su jodida voz de doncella —Le traje su café—, entrecierro los ojos y suspiro —Se lo dejo en el escritorio—, no digo nada, sigo en silencio contemplando la ciudad, se que ella sigue ahí, mirándome cómo suele hacerlo —¿Necesita algo más?
—Si—, digo al girarme y clavar mi verdosa mirada en la suya —¡Piérdete! —, presiona los labios y se gira. Me quedo observándola salir, debería sentirme culpable por tratarla así, pero no siento ni la más mínima compasión, no la tendré con ella ni con nadie, ninguna otra mujer podrá obtener de mí, lo que obtuvo ella. Llámenme patán o como quieran hacerlo, pero este soy yo, Fabien Lanús, y nadie me hará cambiar, nadie.
Agarro el esmoquin y salgo de la oficina, tras cerrar la puerta un silencio perdura, todos se concentran en sus labores, pareciera que no hacen nada más que solo trabajar, cuando segundos antes se escuchaba un murmullo minúsculo.
Paso de largo sin detenerme hablarle a nadie, ya estoy acostumbrado que hablen a mi espalda, detenerme a decirle de cosas es como encender fuego en una bodega de gas, sé que explotaría en cualquier momento y al hacerlo podría asesinar a todos. No, mentira, no soy capaz de asesinar a nadie.
Llego al parqueadero y saco el control, desbloqueo el coche y subo en él, me dirijo hasta una cafetería y me tomo un café, tal cual me gusta, no como los que Amaya me hace.
—¿Algo más caballero? —, habla seductoramente, incluso puedo sentir su mirada cayendo en mi rostro, entrecierro los ojos y refuto.
—Nada más, gracias—, la mujer sigue ahí, esperando no sé que. Levanto la mirada y la fulmino con esta.
—¿Seguro? —, pregunta con una sonrisa de medio lado.
—Muy seguro, solo he venido a tomarme un café caliente y relajarme. Ya me lo trajiste, ahora, retírate—, la sonrisa dibujada en su rostro se esfuma, seguido se va moviendo su trasero como una diva.
Mientras bebo de apoco el café recibo una llamada de mi madre, contesto de inmediato —Cariño, ven almorzar hoy.
—Ahí estaré mamá—, termino el café y dejo el p**o sobre la mesa. Salgo de la cafetería y vuelvo a la oficina, ya relajado, sin tensiones ni malhumorado. Cuando paso por el puesto de trabajo de Amaya no la veo ahí, me doy la vuelta y pregunto —¿Dónde está ella? —, una de las mujeres responde.
—Señor, los viernes Amaya se va a esta hora, ella estudia la universidad—, entrecierro los ojos y continúo hacia mi oficina. Me siento tras el escritorio y mi mal humor vuelve, y siempre es ella la que me lo trae de vuelta. Cómo es posible que apenas sean las nueve y media de la mañana y ya no esté en la oficina. Así es como piensa ganarse su sueldo, pasando una hora en la empresa y el resto del día fuera, definitivamente esta niña queriendo ser independiente me frustra. No veo la necesidad de que trabaje y estudie. Su padre fue el mejor guardaespaldas que mi padre pudo tener, le salvó la vida en más de una ocasión, por eso papá le ayudó a poner una agencia de seguridad, la cual ahora es la mejor del país. Esa niña, Amaya Basol, no tiene necesidad de trabajar, le está quitando el lugar a alguien que verdaderamente lo necesita.
Pasado el medio día vuelve, la veo tras el vidrio de mi oficina, llega toda acalorada porque ventea su rostro con la carpeta, me quedo observando sus movimientos hasta que su mirada depara en mí. Entrecierro mis ojos al momento que los suyos hacen contactos con los míos. Al minuto siguiente ingresa y se para como siempre, al frente y con sus manos unidas —¿Necesita algo? —, sin despegar la mirada del computador le respondo.
—Hace dos horas te necesitaba ¿Dónde estabas? —, suspira al momento que la miro.
—En la Universidad, estudio y trabajo.
—Durante el mes que llevas, ¿haces esto todos los días? ¡Desaparecer!?
—No, solo los viernes. Estudio viernes, sábado y domingo, señor. Por eso los viernes pedí cuatro horas para poder asistir a esas clases.
—¿Y a quien se las pediste? Por qué no recuerdo que haya sido a mí.
—A su papá.
—Pues mi papá ya no está en esta empresa, soy yo el presidente y es conmigo con quién debes hablar—, digo sin desconectar el contacto visual —De ahora en adelante tendrás que pagar con horas extras esas horas que te tomas de los viernes.
—¿Y como le pagaré esas horas extras?
—Trabajando más de las horas laborables. De qué otra forma podrías pagarme—, ella asiente y se da la vuelta —Aun no he dicho que puedes irte—, se detiene y me regresa a ver. Agarro una carpeta que está a mi lado y la acerco hacia su dirección —Quiero eso listo para hoy—, nos retamos con la mirada, ella suspira, agarra la esa y se va.
Tras cerrarse la puerta cierro el computador y agarro mi esmoquin y salgo de la empresa. En el trascurso de unas horas llego a casa, tras abrir la puerta me encuentro con mi reflejo bajando de las gradas.
¡Ese cobarde está aquí!
¡Ese miserable ha vuelto!
—No quiero peleas—, Sigila mi padre saliendo del despacho, pasa de largo al comedor —Los esperamos en la mesa.
Una vez que mi padre desaparece mi acerco a él, quién se detuvo al pie de las gradas, nos miramos fijamente, y vaya que somos como dos gotas de agua, es inevitable no confundirse, cualquier persona que no sepa de que tengo un gemelo podría confundirme con él, pero es que ella si sabía, y el miserable de Iker también sabía que ella era mi prometida, y se la cogió sin importarle nada, según él, le dijo a ella que no era yo, pero ella hizo caso omiso y continúo.
—¿¡Qué demonios haces aquí!?
—Esta tambien es mi casa, puedo venir cuando me de la gana—, siento ganas de partirle la cara, pero Emilia aparece y coloca sus brazos en nuestros hombros.
—Vamos toritos, nuestros padres nos esperan en el comedor—, nos obliga a caminar en esa dirección. Soltando un suspiro le quito la mano de encima y me regreso —Fabi…
—Voy a lavarme las manos—, digo al subir las gradas. A pesar de que en la planta baja hay un baño, decido asta la habitación y me encierro ahí, suspiro profundo para tratar de calmar la irritación que me causa ver a Iker. Quiera o no debo soportarlo, mi padre ni mi madre me permite pelearme con él. Recuerdo claramente el día que mi padre nos apartó y se paró delante de mí, y me dijo “No he criado animales” me obligó a abrazar a Iker y a disculparnos. Si no fuera por él y mi madre, hace rato que habría dejado de tener un hermano.
Después de lavarme las manos por varias ocasiones, porque estaba haciendo tiempo para no bajar y compartir la mesa con Iker alias juniors el traidor, las seco y bajo. Al llegar al comedor mamá me sonríe y quiña un ojo, también me tira un pequeño beso, y sé que es porque aún después de lo sucedido me esfuerzo por no armar escándalos cada vez que ese sinvergüenza nos visita.
—¿Cómo va la empresa? —, pregunta con una sonrisa escondida. Evito responderle y llevo la primera cucharada a la boca.
—Va bien—, dice mi padre —Tu hermano es el mejor en asuntos de negocios, deberías aprender de él—, ahora soy yo el que sonrío, pues sé cuánto le revienta que mi padre me ponga por encima de él —Si te animas a quedarte, puedes aprender al manejo de la empresa y junto a Fabi compartir la presidencia—, eso ya no me agrada, mientras más lejos esté ese traidor, mejor estoy.