Loraine
Desde mi última visita al gimnasio, me he sentido nerviosa y he tomado la decisión de no regresar por ahora. Una cosa era deleitarme con la vista del mafioso, pero otra muy distinta era enfrentarme a la posibilidad de hablar con él, eso era otro nivel que no podía permitirme
—¿Por qué no has vuelto al gimnasio, querida? Si es por nosotros, no te preocupes, estamos bien —mi esposo siempre tan atento.
—Estoy tratando de recuperar mi cuerpo. Sabes cómo es el tema de que los músculos se atrofian y, vaya, duele bastante —le miento para evitar tener que dar explicaciones.
—Te entiendo, mi amor. Espero que te recuperes pronto y puedas regresar. Por cierto, mira quién llegó —mi esposo señala hacia Greis, quien había venido a visitarme.
—Hola, nena. ¿Cómo estás? ¿A qué debo esta grata sorpresa? —Greis me saluda con entusiasmo, pero yo ya sabía de qué se trataba y no quería entrar en detalles.
—Amiga, dejaste la mensualidad del gimnasio sin pagar. ¿Qué pasó? —Greis me mira ansiosa, y temo que sospeche algo.
—No sé si regresaré. No creo que el gimnasio sea lo mejor para mí —trato de evadir la conversación.
—¿El gimnasio o el maldito mafioso? Alguien me dijo que se te acercó y que le permitiste que te tocara. ¿Es cierto eso? —Greis me reclama en voz baja pero con evidente molestia. No quería que mi esposo se enterara de nada.
—Sí, es cierto. Pero cállate la boca. No quiero que Emanuel se entere de esto. Simplemente me ayudó con un ejercicio, pero no pasó de eso —trato de justificar mis acciones.
—Espero que sea así. Solo ten cuidado, Loraine. Por favor, cariño, debes cuidarte. Eres muy inocente y no conoces los peligros que hay ahí afuera —Greis me mira con preocupación, como si fuera la más inocente de las criaturas.
—No te pases de graciosa, Greis. Simplemente no quiero regresar por ahora —le respondo con firmeza. Esa tarde, almuerzo con mi prima y mi esposo. Las palabras de Greis me hacen reflexionar. Si lo del mafioso no es relevante para mí, no hay razón para no regresar al gimnasio. Así que, al día siguiente después del trabajo, decido volver.
Sabía que era la hora en que Julius también asistía al gimnasio, así que debía enfrentar ese encuentro que tanto temía. Me puse una ropa deportiva amplia, que dejaba poco a la imaginación, y como si fuera una cita, los hermanos Ricci estaban entrenando en su lugar habitual, rodeados como siempre de las mujeres más voluptuosas y fáciles de la ciudad, que parecían rendirse a sus pies.
Pude notar cómo Julius se quedó mirándome y me esbozó una sonrisa de medio lado. Lo interpreté como un saludo y levanté las cejas en respuesta. Continué con mi rutina de ejercicios, aunque con poca concentración debido a la sensación de estar siendo observada.
Después de un agotador entrenamiento, me dirigí a las duchas, que afortunadamente estaban desocupadas. Pensé que había salido victoriosa y que mi temor era solo una ilusión. Me quité la ropa y, de repente, sentí un fuerte golpe cuando la puerta se cerró de golpe. Rápidamente me envolví en una toalla y me dirigí hacia mi teléfono, nerviosa. ¡Dios mío, algo estaba a punto de suceder!
Cuando me asomé para ver qué estaba pasando, me encontré con la mirada más encantadora que jamás había visto, unos pectorales tatuados, un tono de piel canela y el rostro más hermoso. Sí, era él, Julius Ricci, que había irrumpido en mi privacidad sin permiso.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué entras así? —pregunté tratando de mantenerme firme.
—Quiero hablar contigo —su voz era increíblemente sensual.
—Podrías haber esperado afuera de las duchas, cuando aún estaba vestida —respondí con determinación.
—No sabía que estabas desnuda —sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo, haciéndome sentir incómoda y nerviosa. No sabía si sentía miedo o excitación por su presencia.
—Te pido que por favor salgas, no está bien que estés aquí —le dije mientras él se acercaba lentamente hacia mí. Mi cuerpo temblaba, mis manos sudaban y apenas podía sostener la toalla que me cubría. Sentía su respiración más cerca, su altura me hacía sentir pequeña e indefensa frente a él.
—Loraine, siento unos fuertes deseos de besarte
—¡¿Qué?!— le respondí casi que dando un sobresalto
—Si, quiero meter mi lengua dentro de tu boca y saborearte, ¿me dejarías hacerlo?
—¿estás loco?
—Eso dicen, solo que, si no me dejas besarte por las buenas, tendré que ser rudo contigo y meterte mi lengua a las malas— Julius ardía, pude ver a través de su pantaloneta como el bulto de su entrepierna sobresalía, los nervios comienzan a jugarme una mala pasada, y siento como inconscientemente la mía está húmeda
—No, por favor, es que esto no está bien Julius yo soy una mujer casada, tengo una familia, esto no puede ser
—Nadie tiene que enterarse— Julius se pega más a mí, haciendo que sienta su cuerpo arder cerca al mío, su aliento es tan dulce y varonil, su respiración pesada corta la mía, y no sé cómo, pero resulte completamente desnuda frente a él, prensada en sus labios, permitiendo que me hiciera lo que me habia advertido, toda su lengua estaba al interior de mi boca haciendo exóticos movimientos, pegó más mi cuerpo al suyo y chillo de placer al sentir como su masculinidad rosa mi velluda pelvis.
—¡Espera!, no, no puedo seguir haciendo esto Julius , no por favor— Me agacho para recoger la toalla, pero él aprovecha el descuido y me pone de espaldas sobre la pared, mi corazón está agitado, me separa las piernas con una de las suyas, y comienza con su mano a meter los dedos dentro de mi flor, que estaba completamente húmeda y lista para que cualquier hombre entrara en ella, no tenía que ser él
—Estas muy apretada, me encanta— saca los dedos de mi entrepierna, y el muy maldito los saborea, haciéndome sentir el peor de los placeres mundanos, estaba probando de mi néctar, de mi excitación y yo moría por besar su boca y probar de mí.
Me da la vuelta y quedo frente a él, se agacha para besar mis senos, nunca en la vida nadie lo había hecho, jamás había estado con un hombre diferente a mi esposo, mientras se lleva uno de mis senos a su boca, con la otra mano sus dedos jugaban en medio de mis piernas, su lengua rodeaba mis pezones y me succionaba como si estuviera bebiendo de mí, sentia que iba a morir, cada lamida era más caliente, cada chupada y estocada con sus dedos me hacían estremecer, gemía como nunca, me sentia la mujer más fácil de todas.
—¡¡Eres tan deliciosa!!— él me repetía mientras turnaba cada uno de mis pechos, los movimientos de su lengua sobre mis pezones me hacían estremecer, los mordiscos fuertes y ansiosos me tenían al borde de explotar, anhelaba que su fuerte falo estuviera dentro de mí de inmediato, así que de una forma atrevida y aprovechándome de lo caliente que estaba, lanzo la mano para liberar su gran m*****o de su apretado pantalón, pero su mano me detiene.
Todo él se detiene frente a mí, dejándome chorreante, y con las manos alzadas, débil y ansiosa por él.
—Es un placer que debes ganarte, si quieres que yo te haga mía, debes superar unas pruebas—
—¿Unas pruebas? — le digo mientras sigo con mi respiración agitada y mi entrepierna llena de contracciones
—Una serie de pruebas que debes pasar para poder disfrutar de esto que sé que tanto deseas— él muy desgraciado se baja el pantalón y su m*****o duro y rígido salta ante mis ojos, podria decir que jamás había visto uno de ese tamaño y de esa belleza, completamente depilado y una talla que volvería loca a cualquier mujer.