Loraine
Regresé a mi hogar con una sensación de calma que no había experimentado en mucho tiempo, todo gracias a haber hecho caso omiso al gángster que había entorpecido mi vida. Por fin, estaba empezando a recuperar el control de mi existencia, la cual había sido perfecta hasta que aquel hombre malévolo hizo su entrada en ella.
—¡Eres mi preciosa hija! — dije con ternura mientras tomaba a Evelyn en brazos para llevarla dentro de casa. Aunque apenas podía esbozar una sonrisa y pronunciar unas cuantas palabras dulces debido a su corta edad, su simple presencia me llenaba de felicidad. Con una sonrisa en el rostro, me dirigí hacia la puerta de entrada, pero algo en el suelo llamó mi atención: una carta. Escudriñé a mi alrededor en busca de alguna presencia sospechosa, pero no vi a nadie. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, pero aun así decidí recogerla.
Después de colocar a mi hija en su sillita, me dispuse a leer la misteriosa nota anónima. En ella se encontraban estas palabras inquietantes: «Todo lo que tengo en este mundo son mi palabra y mi integridad, y no las comprometeré por nadie. ¿Entiendes?»
¿Pero que es esta mierda? ¿un ritual de mafioso o qué? ¿Cómo lo podía tomar? ¿Cómo una amenaza de muerte, como una advertencia?
Definitivamente, estaba muy loco si estaba pensando que con sus ridículas frases de mafioso iba a amedrentarme… ¡estaba equivocado!
Destrozando la nota en pedazos minúsculos, me aseguré de no dejar ni una pizca de evidencia de su existencia. Actuando como una madre y esposa devota, me lancé a preparar la cena. Llamé a mi esposo repetidas veces, pero al igual que la noche anterior, no recibí respuesta. Aunque reconocía mis propios errores, estaba haciendo todo lo posible para enmendar la situación.
El tiempo pasaba y Emanuel no regresaba, ni siquiera contestaba mis llamadas. Después de alimentar a mi hija y ponerla a dormir, volví a intentar comunicarme con él, pero seguía sin respuesta. A punto de caer rendida por el agotamiento de la noche anterior, mi teléfono recibió un mensaje de un número desconocido, mostrando una serie de fotos de mi esposo en el bar de Julius.
Me quedé boquiabierta al ver las imágenes: estaba rodeado de mujeres, una de ellas era la misma con la que yo había tenido aquel encuentro unos días atrás, y parecía que sus pechos estaban a punto de tocarle la cara mientras él estaba sentado en una mesa jugando póker. Recordé los días en que Emanuel luchaba contra la ludopatía en su juventud, una batalla que había dejado atrás al casarse conmigo y asumir el cargo político que su padre le había legado. Pero parecía que alguien conocía muy bien sus debilidades y estaba aprovechándose de ellas para chantajearme.
Seguido a las fotos, llego un mensaje:
«Hace algun tiempo te dije que si no seguías mis instrucciones posiblemente me daría el gusto de arruinar tu vida y la de tus seres queridos, te dije que tenía palabra y la estoy cumpliendo, sino quieres que tu esposo termine peor de lo que está ahora, tendrás que sacrificarte por él, con amor Julius … te deseo prezioza»
Mis gritos de desesperación y lágrimas descontroladas inundaban mi rostro. Me sentía abrumada por la impotencia y el miedo. A pesar de amar a mi esposo y mi hogar, aunque fueran monótonos, no podía negar la atracción que sentía hacia el mafioso, quien despertaba en mí los deseos más oscuros. Sin embargo, no podía tolerar que jugara con las vidas de aquellos a quienes amaba. Era completamente injusto.
Con un nudo en la garganta, le respondí: "¿Qué demonios quieres de mí, maldito psicópata? ¡Deja en paz a mi familia, para eso estoy yo aquí!". Su respuesta llegó casi de inmediato: "Me encanta ser un psicópata, especialmente el que te vuelve loca y te hace perder el control de esa manera. Te ves tan hermosa cuando gritas y lloras. Sin duda, tus expresiones de placer y dolor son tus mejores facetas... Mañana recibirás instrucciones. Te espero en el bar a las siete de la tarde. No te preocupes por el ludópata, ya me estoy encargando de que no vuelva por aquí".
Quise replicar, pero sabía que sería en vano. Responderle al mafioso era como hablarle al vacío, como si no tuviera ninguna oportunidad. Me resigné a hacer todo lo posible por asistir al bar al día siguiente. Además, era crucial encontrar la cámara con la que nos observaba. ¿Cómo había descubierto lo que acababa de hacer hace apenas unos momentos?
Un par de horas más tarde, vencida por el sueño, escuché la puerta de mi casa abrirse. Con el amanecer asomándose, vi a Emanuel entrar. Me levanté entre dormida y al verlo, me sobresalté. Estaba completamente golpeado, sin ropa, solo llevaba las llaves de la casa.
—¡Por el cielo! ¿Qué te pasó, mi amor? ¿Qué te hicieron? — Salí corriendo para auxiliarlo. Nunca imaginé que me dolería tanto verlo herido de esa manera. A pesar de estar un poco ebrio, estaba consciente de todo.
—Perdóname, Loraine. Tomé malas decisiones estos días y mira ahora las consecuencias. Espero que puedas perdonarme, querida. Estoy bien, solo me metí donde no debí hacerlo. Solo espero que me entiendas— explicó.
—No tengo nada que perdonarte. Lo único importante es que estás bien. Los dos vamos a estar bien, querido. Ven— le dije mientras lo apoyaba en mis hombros y lo llevaba hasta el baño. Con un botiquín, comencé a curar sus heridas. Julius había cruzado una línea, pero él pagaría por ello. No me importaba que fuera un mafioso aparentemente peligroso. Si él me había jurado una guerra, yo respondería de la misma forma.
Mi esposo se acostó a dormir un rato. Era sábado y ni mi hija tenía guardería ni yo tenía que ir al trabajo, así que me quedé cuidándolos como una buena esposa debería hacerlo. Las horas pasaban más rápido de lo normal y mis nervios iban en aumento. Se estaba acercando la hora de ir al bar y no sabía cómo escapar de casa. Tuve que mentir, como lo había estado haciendo últimamente.
—Emanuel querido, voy a ver la premier de una película con Greis. ¿Podrías quedarte con Melany un par de horas? — Le pedí, mencionando solo un par de horas porque supuse que no tardaría más que eso hablando con Julius.
—¿Es en serio Loraine? ¿Acaso no ves mi estado?
—Emanuel, lo siento. Ya había prometido ir. Pero si no es posible, no hay problema. Me llevaré a Evelyn. Solo quería dejarla porque es muy pequeña para ese tipo de películas para adultos, pero tienes razón. Me la llevo para que descanses—, respondí, intentando aplicar psicología inversa para que él accediera sin mucho cuestionamiento.
—Está bien, Loraine, querida. No te preocupes por eso. Entiendo que estás cansada y que en los últimos días no has tenido tiempo para ti, ni en los últimos meses. Vete tranquila, yo cuido a nuestra hija. Procura no demorarte, por favor. Estoy muy adolorido—, dijo Emanuel.
—Aprecio mucho tu comprensión, mi amor. Prometo no tardar mucho— le aseguré, acercándome para darle un beso apasionado en la boca. Había decidido cambiar mi estrategia. Detrás habían quedado los dulces besos esquimales. Había leído que una forma de mantener a los hombres a tu favor era con un buen sexo.
Me vestí con lo más común que encontré: unos vaqueros azules, unos zapatos deportivos y un abrigo n***o que me cubría hasta debajo de las nalgas, sin sujetador debajo. Al verme así, mi esposo no sospechó nada en absoluto.
Puntualmente a las siete en punto, me encontraba frente a la puerta del bar de la perdición. Al ser sábado, el lugar estaba abarrotado. Mujeres desnudas desfilaban con bandejas llenas de copas de alcohol, las mesas de juegos estaban llenas y había una multitud de hombres de todas las clases sociales. La música era ensordecedora y el ambiente estaba cargado.
Con paso firme, me dirigí hacia donde creía que Julius podría estar y, como esperaba, lo encontré rodeado de un harem de mujeres desnudas que le estaban dando masajes en todo el cuerpo. Al verme, hizo un gesto con los dedos y todas se apartaron, dejándolo solo para mí.
Su sonrisa blanca iluminó mis ojos, pero su mirada traviesa y sus deseos ardientes me perturbaban por completo. Sin embargo, no iba a permitir que viera mi debilidad. Sabía que se había aprovechado de eso en el pasado y acabaría conmigo si se lo permitía.
—¡Preziosa! Aunque esa ropa no haga justicia a tu belleza, sigues siendo atractiva para mí. Por favor, siéntate— dijo Julius, señalando el espacio vacío a su lado. A regañadientes, me senté como me indicó, con las manos sobre las rodillas. Estaba nerviosa y sudando, pero mantuve una expresión segura en mi rostro. No iba a dejar que ganara esta batalla.
—Al grano, Julius. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿No ha sido suficiente con todo lo que ya me has hecho hacer? —, pregunté, mirándolo fijamente.
Él seguía sonriendo mientras tomaba un largo trago de su copa. Luego, se acercó a mí y, sin pedir permiso, abrió mi boca y vertió el líquido que tenía en la suya: un trago amargo de whisky, completamente diferente a los deliciosos Bellini que había bebido antes. El líquido quemó mi garganta al instante, haciéndome dar un respingo.
—¿Estás loco, Julius? — exclamé.
—¿Por qué siempre haces las mismas preguntas y repites lo mismo? Que si estoy loco, que si soy un psicópata, que si estoy enfermo... Los dos sabemos que sí, así que eso sobra, querida. Lo único que puedo decirte es que estoy encantado contigo. Las últimas veces demostraste ser la mujer más sumisa de todas, y eso me excita, me llena de calor. Mira—dijo, señalando su entrepierna, que estaba demasiado erecta y visible a través de su pantalón. Luego, tomó mi mano y la llevó a su intimidad. Al sentir su calor y su deseo palpable, apenas pude contener un gemido. Mi cuerpo se estremeció ante la intensidad del momento. Estaba tocando lo que había deseado más de lo que había querido admitir.
Con un gesto brusco, retiré mi mano cuando él se levantó de la silla y se plantó frente a mí. Su tono de voz y sus movimientos indicaban que estaba un poco ebrio. Con deseo, me miró mientras mantenía la boca entreabierta.
Sin más preámbulos, se bajó la cremallera del pantalón y dejó al descubierto su m*****o erecto, grande y hermoso. Desprendía un aroma natural delicioso y estaba circuncidado, algo que nunca antes había observado de manera tan directa. La punta de su glande apuntaba directamente hacia mi boca.
Tomándome por la cabeza, me obligó a tomarlo en mi boca. Bueno, "obligarme" era un decir, porque de inmediato la abrí y me adapté a su tamaño. Comenzó a moverse con fuerza, sus embestidas eran intensas. Sentía cómo su m*****o se contraía dentro de mí y, automáticamente, me sentí fascinada. Me estaba volviendo loca, así que sin más, comencé a disfrutar del acto, succionándolo descontroladamente mientras mis manos acariciaban sus testículos.
No sé cuánto tiempo pasó, pero no dejé de saborearlo, de mirarlo. Lo saqué brevemente de mi boca para escupir sobre él y luego volví a tomarlo entre mis labios. Julius no hacía más que observarme, con los labios apretados y una expresión de placer infernal, lo que aumentaba mi deseo de darle aún más placer. Nunca antes había practicado sexo oral de esta manera.
Unos minutos después, sentí cómo su glande se tensaba y unas contracciones me indicaron que estaba a punto de eyacular. Continué con mis movimientos y, en un gemido ahogado, Julius retiró su m*****o de mi boca y comenzó a derramar su semen caliente sobre mi rostro. Después de vaciarse, tomó su mano y esparció el líquido por todo mi cabello y mi rostro, dejándome completamente sin palabras.
—Límpiame Loraine
—¿Qué? ¿Cómo puedo hacerlo? — le pregunte confundida
—límpiame con tu boca, no utilices las manos, déjame completamente limpio, que no quede un solo rastro
Nuevamente hice lo que me pidió, se suponía que yo iba a hablar con él, no a acceder a sus malditas insinuaciones. Despues de que lo limpie, con su mano me dio una fuerte bofetada, que me hizo chillar.
—Pero ¿Qué te pasa maldito imbécil? — le especte adolorida y arrogante
—Conmigo no vas a jugar más Loraine, quieras o no quieras serás mi maldita sumisa, de ahora en adelante harás lo que te pida, y si te rehúsas quien me las pagará será tu esposo y tu pequeña hija, ya viste de lo que soy capaz, además te tengo vigilada—
Un par de lágrimas cayeron por mis mejillas, no resistí más y le confese todo lo que estaba sintiendo en mi interior.
—Tú no tienes que obligarme a nada Julius , porque me gustas demasiado, no dejo de pensar en ti un solo instante, y has despertado en mi un instinto s****l increíble, pero no puedes seguir pidiéndome cosas que puedan afectar a mi familia, lo siento—
—Lo siento más por ti querida Loraine, porque a mí me encanta que las cosas sean así, ah, desde mañana te quiero mejor vestida, tienes una maldita tarjeta plateada, compra lo necesario, y hazte examenes médicos, vamos a operarte—
Cuando escuche eso, me levante desafiante frente a él.
—¿Operarme? No, eso sí que no, tu no mandas sobre mi cuerpo—
—Si te vas a operar, no me gustan, así como tú, si quieres que yo te posea y ser mi mujer, debes tener más que un simple cuerpo a medio tonificar, te quiero rubia, te quiero voluminosa, y con una cintura de avispa, regresa al gimnasio, vístete como una perra, tienes dos semanas para transformar ese cuerpo, de lo contrario, asumes las consecuencias ¿entendiste?
Julius ni siquiera me dio la oportunidad de responder. Cuando se marchaba, daba por sentado que la visita había terminado para esa noche. Aprovecharía para regresar temprano a casa. Me arreglé un poco y salí del bar. Justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral, vi a Ángel observándome. Sus ojos azules, dulces como el mar, reflejaban toda la ternura y bondad que su hermano no tenía.
Solo negó con la cabeza y se marchó. Ni siquiera pude ofrecerle una sonrisa. No comprendía por qué le afectaba tanto que fuera una esclava s****l de su hermano.