Mientras tanto, los hermanos Ricci se enfrentaban a un grave problema en los negocios familiares, causado por Julius. Algunos envíos no habían llegado a su destino, lo que resultaba en una significativa pérdida económica.
—¡Maldita sea, Julius! ¿Qué te costaba estar pendiente de los envíos? ¡Podrías haber prestado atención a los negocios tanto como lo haces con tus asuntos personales! —, exclamó Ángel, visiblemente enfadado. Cada vez que su hermano cometía un error, él era quien debía enfrentar las consecuencias, limpiando el dinero.
—No me hables así, Ángel. No tienes ningún derecho. Además, no fue mi culpa. Tú también podrías haber estado pendiente. No soy el único responsable de este negocio—, respondió Julius, defendiéndose.
—¿Cómo le explicaremos a papá la grave pérdida económica? —, preguntó Ángel preocupado.
—No tendremos que decírselo. Sacaremos dinero de nuestros propios fondos para cubrirlo, así él no tendrá problema— sugirió Julius.
Ángel se acercó y agarró la chaqueta de su hermano, apretándola con fuerza. "¿Estás loco o qué, maldito? ¿No entiendes la gravedad de la situación? Si la mafia del clan de los Verón robó esa mercancía, podrían matar a papá y luego irán por nosotros, Julius".
—¡Suéltame, idiota!— Julius se zafó bruscamente de las manos de su hermano y se ajustó el traje.
"Si algo así llega a pasar, tú serás el único culpable. Deja de concentrarte en las mujeres que tienes y ponte a trabajar en lo importante", recalcó Ángel con firmeza.
—¿A quién te refieres? ¿A mi nueva adquisición? No es mi culpa que te guste una de mis chicas. Te advierto una cosa: ella es solo mía. No quiero que interfieras en mis planes con ella, porque la convertiré en una verdadera muñeca de la mafia, en una completa esclava. ¿Entendiste? —, replicó Julius con determinación.
—Nunca he interferido en absolutamente nada, Julius, y no me interesan tus mujeres. Simplemente concéntrate. Nunca me he metido en los negocios familiares, pero si sigues descuidando nuestro patrimonio, te las verás conmigo—, respondió Ángel con calma, aunque sus palabras llevaban un tono de advertencia.
—No me asustas, hermano. Soy Julius Ricci. Jamás nadie se ha metido conmigo. Soy el rey de reyes. No por nada mi padre me entregó la parte más grande del negocio, mientras que tú solo tienes un pequeño papel en esta historia. Eres el contador familiar, un simple lavaperros—, espetó Julius con arrogancia, sus palabras cargadas de desprecio hacia su hermano.
Las diferencias entre ambos habían trascendido lo familiar para convertirse en algo personal. Desde que Loraine había aparecido en sus vidas, su relación fraternal se había visto alterada, aunque a Ángel le costara reconocerlo.
—Llámame como quieras, hermanito, pero aquí yo tengo el control del dinero de toda la familia. Tú solo eres un alborotador, un hombre tan ignorante que solo busca inspirar miedo. Así no vas a lograr nada. Eres solo un proxeneta estúpido que lastima a mujeres inocentes—, contraatacó Ángel, manteniendo la compostura a pesar de las provocaciones.
—¡Bingo! Creo que mi hermanito mayor se ha enamorado de una de mis chicas. Lamento informarte que Loraine no puede ser para ti. Encuentra tu propia esclava personal, porque ella ya es mía. Por cierto, ya llevo un tiempo sin ver a mi pequeña zorrita. Me acabas de recordar las peticiones que tengo para ella de nuevo—, remató Julius con un tono burlón y despectivo hacia su hermano.
Julius desapareció de la vista de Ángel, y aunque parte de sus palabras eran ciertas, Ángel no quería que su hermano hiciera daño a Loraine. Ella no era como las demás; estaba dispuesta a sacrificarse con la esperanza de que Julius la tomara como su esposa y así llegar lejos. Sin dudarlo, decidió que debía hablar con ella, protegerla y resguardarla del comportamiento despiadado de su hermano, quien solo pensaba en satisfacer sus caprichos sexuales sin importar los sentimientos de ella. Le revelaría la verdad sobre lo que había sucedido la última vez en el bar.
Loraine
Han pasado varios días desde que Julius tuvo el último contacto conmigo. Las cosas en casa no mejoraban; seguía encargándome completamente de las labores del hogar, mientras que mi esposo se mostraba cada vez más indiferente. Ya no buscaba mi compañía en la cama, y su actitud hacia mí era fría y distante. Lo peor de todo es que ni siquiera me hablaba con amor; me trataba como si fuera una desconocida para él.
La única persona con la que seguía en contacto era mi prima. Ella había regresado al gimnasio, y posiblemente había escuchado algo sobre los hermanos Ricci. Así que, solo para obtener información, la invité a cenar a mi casa aprovechando la ausencia de mi marido.
—¡Hola, querida! ¡Mucho tiempo sin hablar! Llegué a pensar que estabas molesta conmigo— exclamó Greis, abrazándome efusivamente. Yo correspondí al abrazo encantada; realmente necesitaba ese calor humano desde hace mucho tiempo.
—Greis, yo pensé lo mismo. Supuse que estabas enojada por todo lo que pasó esos días. Pero me alegra que no sea así. Es genial tenerte en casa—, respondí con una sonrisa, devolviéndole el abrazo.
Ambas nos sentamos en la mesa y compartimos la deliciosa cena que había preparado. Comenzamos a hablar de diversos temas hasta que, por casualidad, ella me preguntó por qué no había vuelto al gimnasio. Fue la oportunidad perfecta para hablar sobre el tema de Julius.
—Brenda, estás hermosa, prima. El poco tiempo que fuiste al gimnasio te sentó de maravilla. Pero ¿por qué no has regresado? Es demasiado bueno para la salud y el alma—, comentó Greis con admiración.
—Ay, Greis, Emanuel está de una actitud horrible. No quiere ayudarme con la niña para que yo pueda ir al gimnasio, así que simplemente estoy tratando de cuidarme desde casa—, respondí con pesar.
—Bueno, qué más da. Últimamente las ausencias en el gimnasio se han vuelto más frecuentes—señaló Greis.
—¿Ah, sí? ¿Por quién lo dices, Greis? ¿Ha faltado alguien más al gimnasio? Que yo conozca... —, pregunté intrigada.
—Sí, claro que los conoces. Los hermanos Ricci llevan un buen tiempo sin ir, y detrás de ellos un montón de usuarias que solo iban en busca de un contacto con ellos. Entonces ya sabrás que ese lugar está un poco desolado, amiga—, explicó Greis.
Me quedé mirándola, asimilando la información. La ausencia de Julius no era algo personal conmigo; posiblemente se debía a algo relacionado con su profesión de mafioso. No era sorprendente; él tenía enemigos poderosos que estaban dispuestos a pagar mucho dinero por su cabeza. Pero, afortunadamente para él, en la ciudad italiana en la que estábamos, era bastante querido. No solo por las mujeres, sino también por el placer que proporcionaba a los hombres y los pequeños mafiosos con su lugar de encuentro libidinoso.
—¿Sabes por qué no han regresado? Creo que algo deben estar tramando, y sería una buena noticia investigativa para el periódico—, comenté con un dejo de intriga.
—¿Para el periódico o para ti? —, me miró Greis con suspicacia.
—Pues para el periódico, Greis. No sé a qué te refieres cuando dices que, para mí. No tengo nada que ver con ese hombre— respondí, tratando de disimular mi nerviosismo.
—Eso me alegra demasiado, Loraine. Que finalmente hayas desistido de esa idea loca de mezclarte con ese tipo de gente. Ellos solo traen ruina y desgracia— señaló Greis con preocupación.
—Sí, claro, me imagino—, respondí evasivamente mientras me levantaba de la mesa para ir a lavar los platos. Los nervios me estaban jugando una mala pasada. Yo, más que nadie, sabía las consecuencias de meterme con ellos. Pero ya estaba involucrada hasta el cuello, y aunque eso me llenaba de pánico, era irresistible no hacerlo. Quería a Julius Ricci en mi vida, sin importar el costo.
Mi prima pasó un poco más de tiempo conmigo, y ya estaba bastante tarde, pero Emanuel aún no llegaba a casa, lo que me ponía de mal humor. Imaginé que él se sentía de la misma manera cuando yo era quien salía de la casa y tardaba en regresar.
Lo llamé varias veces, pero simplemente no contestó. Esa noche me costaba conciliar el sueño, no solo porque mi esposo no había regresado, sino también por lo que me había dicho Greis. ¿Será que Julius no volverá más a mi vida?
La luz del amanecer atravesaba mi ventana y mi esposo aún no había llegado. Nunca había pasado la noche fuera de casa. Lo llamé nuevamente, pero no obtuve respuesta. Pasé toda la noche en vela, preocupada y sin poder dormir ni un segundo. Me imaginaba lo peor: que Julius lo había secuestrado y le estaba haciendo daño por mi culpa.
Me di una ducha rápida y preparé a la pequeña Evelyn. Estaba dispuesta a reportar a mi esposo como desaparecido cuando, de repente, el muy cretino cruzó por el umbral de la puerta.
—Buenos días, Loraine. ¿Ya te vas? —, dijo, su voz enredada por la borrachera.
—¿Por qué no me avisaste que no vendrías esta noche? Me preocupé demasiado por ti. ¡No he dormido ni un solo segundo, Emanuel! ¡Eres un irresponsable! —, le reproché, mis gritos llenando la habitación mientras expresaba lo mal que me sentía.
—¿Ah, tú estabas preocupada por mí? Qué considerada te has vuelto. Cuando eras tú quien se ausentaba, yo no decía nada. También me preocupaba e incluso llegué a pensar que te había pasado algo. Ay, querida, mira que no es bueno probar de tu propia medicina— respondió con sarcasmo, dejándome aún más frustrada.
Emanuel salió directo hacia el cuarto, sin decir una sola palabra más, un río de lágrimas se posó en mis ojos, y se me hizo un gran nudo en la garganta, quería gritar, patalear y llorar por su actitud, en el fondo de mi corazón, siempre había amado a mi esposo con la bondad que una mujer enamorada puede hacerlo, y era obvio que me doliera lo que me estaba haciendo, lo peor es que yo no era nadie para poder juzgarlo en ese momento.
Tomé a mi hija en brazos y la llevé al jardín infantil, continuando hacia mi trabajo como era la rutina. La mañana se tornaba fría y aburrida, y la monotonía de mi vida era abrumadora, pero eso era lo que había elegido al casarme con Emanuel.
De repente, una notificación de mensaje sonó en mi teléfono, sacándome completamente de mis pensamientos. Mis ojos se abrieron de par en par al leer quién era el remitente: "¡He vuelto! Y esta vez quiero mucho más de ti. Quiero que seas completamente mía. Te espero en el bar a las siete de la tarde".
Mis manos empezaron a temblar de nervios. Era lógico que no podía cumplir esa cita, pero el deseo estaba ahí. Eran las tres de la tarde, y en una hora saldría del trabajo para ir por mi hija. ¿Pero qué haría con ella? Era obvio que Emanuel no volvería a cuidarla para que yo saliera.
Me quedé pensando unos minutos, sintiendo la presión. No sabía si simplemente dejarlo en visto o responder con negación y pedirle que se alejara completamente de mi vida. Opté por lo segundo. Debía actuar de manera sensata. Rápidamente tecleé en mi teléfono: "No vuelvas a escribir a mi teléfono. No quiero nada que ver contigo y tus asuntos. Adiós, Julius". Lo envié y, con la poca cordura que me quedaba, bloqueé su número.
Estaba sudando nerviosa. No quería que él me buscara personalmente, porque sabía que sería muy fácil volver a sucumbir ante sus encantos. Así que simplemente apagué mi teléfono, salí de mi oficina media hora antes y fui por mi hija en un horario no habitual para que él no se diera cuenta.
Lo iba a evitar y a recuperar mi matrimonio. Nunca más podría olvidar las palabras de mi prima, que me advertían sobre las desgracias que siguen a los encuentros con los Ricci.