Estaba en mi hogar cuidando de mi esposo. Él había solicitado unos días para estar conmigo, considerando importante estar a mi lado para que yo no tuviera que moverme de la cama y cuidar de mi operación. No solo yo estaba contenta con el resultado de la cirugía, también él se mostraba feliz, ya que cada vez que podía, tocaba con delicadeza y se ofrecía a hacerme las curaciones.
Algo que me tenía desconcertada era la ausencia de Julius. Durante todo ese tiempo no había recibido ni un mensaje, mucho menos una llamada. Pero eso me servía, debía mantenerme alejada de él mientras mi esposo estaba a mi lado.
—Mi amor, deberías cambiar el tamaño de tu sostén. Los que tenías antes ya no te serán útiles —Emanuel me dijo mientras acariciaba y limpiaba mis senos.
—Realmente no necesito llevar sostén, Emanuel. Estas prótesis de silicona mantienen mis senos completamente erguidos y en su lugar, no es necesario —respondí.
—¿Cómo es eso, Loraine? ¿Piensas salir a la calle sin nada debajo de tu blusa? —sus ojos se abrieron con sorpresa, retiró las manos de mí y me miró seriamente.
—Por supuesto que no planeo llevar nada sobre ellos, además, un sostén podría afectar la cirugía, así que no quiero correr riesgos después de lo costosa que fue —expliqué.
—Bueno, Loraine, entiendo cómo eres, pero te ruego que sigas siendo recatada. Ya sabes cómo son las personas en esta ciudad, y las especulaciones no se hacen esperar —concluyó.
—Tranquilo, mi amor, estas tetas serán solo para ti —le aprieto la cara con mis nuevos senos y él casi babea.
Ya habían pasado dos semanas desde mi cirugía, y resultaba extraño que Julius no me hubiera escrito nada. Supongo que ya sabía que me había operado, ya que fui con un médico que él me había recomendado.
Llegó la hora de regresar al trabajo. Esa mañana me puse un top bastante pequeño que dejaba al descubierto mi escultural adquisición, un vaquero bastante ajustado, con el cabello suelto y un labial rojo. Antes de salir de casa, me cubrí con un abrigo bastante grande para que Emanuel no dijera nada, pero antes de pisar la oficina, me lo quité.
Si antes me había convertido en el centro de atención, ahora era aún más llamativa. Me había puesto unas tres tallas más, y como soy tan delgada, se veían bastante bien. Las mujeres me miraban con desprecio y los hombres con deseo.
—Señorita Loraine, buenos días. Veo que el frío no es algo que la detenga por estos tiempos. ¿Cómo sigue de salud? —mi jefe, un viejo gordo de unos setenta años, me estaba esperando en mi oficina.
—Buenos días, Saul. ¡Vaya recibimiento! ¿Puedo saber a qué debo el honor? —pregunté.
—Bueno, quería informarte de que tu antiguo asistente renunció por motivos personales, así que por ahora estarás sin uno hasta que logremos cubrir la vacante. Además, me enteré de tu procedimiento estético, así que vine a cerciorarme de lo que decían —mientras el hombre me hablaba, sus ojos no dejaban de mirar mis senos, y lo peor de todo es que su lengua rodeaba sus labios ferozmente.
—Ah, entiendo. Gracias por el aviso —respondí cortante mientras me subía un poco más el top.
El hombre se levantó de la mesa y enseguida se acercó a mí, rozando su nariz por mi cuerpo y haciendo gestos obscenos con la lengua. No quise asumir algo que fácilmente pudiera estarme imaginando, así que le mostré una expresión de confusión, me alejé de él y lo enfrenté.
—¿Pasa algo, Saul? —pregunté.
—No, solo que quedaste preciosa. Podríamos hablar de un ascenso —respondió el hombre, volviendo en sí de inmediato.
Observé cómo se alejaba de mi oficina con una sonrisa apenas esbozada en mis labios. No estaba interesada en ganármelo como benefactor; simplemente quería mantener mi trabajo y lucir el cuerpo por el que tanto había trabajado.
Me senté para cumplir con mis deberes, cuando no pasaron ni diez minutos, recibí el tan esperado mensaje en mi teléfono.
«¡Prezioza! Cómo te he extrañado, y veo que has montado unos deliciosos melones en tu pecho. Estoy loco por estrenarlos. Te espero en el bar a la misma hora de siempre».
Respondí automáticamente con un "ok", y salté de felicidad. Estaba completamente emocionada porque el mafioso viera mis nuevos senos.
El día se me pasó lento. Antes de salir, logré ejercitarme una hora en el gimnasio, ya que llevaba bastante tiempo sin ir. Además, le envié una foto a mi esposo desde allí. Quedó embobado con mis senos, así que estaba convencido de que estaba haciendo ejercicio.
Me dirigí al bar y llegué puntualmente a las siete de la noche. Bajé mi top aún más, dejando ver un poco el rosa de la areola de mis pezones. Todos los hombres parecían fieras al acecho, no dejaban de mirarme y decirme una cantidad de improperios, pero eso no fue algo a lo que le diera importancia.
Cuando vi al hombre por el cual había hecho este gran sacrificio, mi corazón comenzó a latir con desespero; se quería salir de en medio de esas dos bombas.
—¡Prezioza, pero qué hermosa has quedado! Ven, acércate a mí, bella—, dijo Julius mientras me lamía los labios. Ni siquiera fue un beso, fue un lametazo, y eso me encendió de inmediato. Luego, con sus manos, palpó cada uno de mis senos, me bajó la blusa sin importarle quién estuviera presente y comenzó a darles lametazos.
—Así me gusta, qué cosa tan preciosa. Me encantan, su tamaño, su textura, están fenomenales—, expresó él.
—Gracias, espero que tengas en cuenta que esto lo hice solamente por ti—, le dije.
—Lo sé, prezioza. Por esa razón te quiero demasiado. Ven, siéntate a mi lado—, me dijo mientras me pasaba una copa de alcohol.
Hice lo que él me pidió y le di un gran sorbo a la copa. Él encendió un cigarrillo y me ofreció, aunque yo no fumaba.
—No, yo no fumo— le dije negando con la mano.
—Pues desde hoy fumarás. Dale, prueba—, insistió.
Cuando le di la bocanada al cigarrillo, casi me ahogué, pero después de unos cuantos soplos más, ya lo hacía con facilidad, pues en mi juventud, por un corto periodo de tiempo, lo había hecho y me gustó.
—Las mujeres que fuman tienen tanto estilo, se ven tan sensuales—, comentó él mientras echaba el humo en mi cara. Esa tarde, estaba un poco extraño.
Luego llamó a varios hombres para que vieran mis senos y comenzó a pedirles billetes para que les permitiera tocármelos.
—Por favor, Julius, estoy recién operada. No quiero que nadie que no seas tú me los toque —
—Son míos, porque tú eres mía. Así que, de acuerdo o no, simplemente vas a aceptar lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
—No, claro que no. Yo no soy un objeto de tu posesión. ¿Qué te pasa?
—Demasiado tarde, prezioza. Ya pagó cien el primero, así que descúbrete, por favor, y deja que él palpe esa nueva adquisición.
Me quedé boquiabierta. Un hombre como de su edad comenzó a mirarme con obscenidad. Me asusté por un momento, pero el mismo Julius me bajó el top y dejó mis senos apuntando al aire.
El hombre, sin pensarlo dos veces, me apretó los senos, haciendo que yo sintiera un leve dolor.
—Por favor, no lo haga tan duro — le quité sus manos de mis senos.
—Mamita, pagué 100 por cinco minutos.
Miré a Julius completamente asustada. Él simplemente asintió con su cabeza, prácticamente ordenando que debía dejarme tocar.
Detrás de ese hombre, pasaron unos cinco más, hasta que me levanté con furia y enfrenté a Julius.
—Pero ¿qué te pasa, imbécil? ¿Acaso estás creyendo que soy un maldito objeto de exhibición?
—¡Cálmate, Loraine! No olvides mi advertencia.—no quiero que sigas haciendo estas cosas, exhibiéndome como si yo fuera una cualquiera y ven para acá esos billetes, eso me corresponde a mi
Intenté arrebatarle los billetes, pero él los apretó aún más.
—Te daré el 30%, así que eso es más que suficiente.
—Julius, por favor, es que yo no soy tu prostituta.
—Sé que eres una simple directora del periódico, pero en el fondo de tu ser, eres una vil y simple puta, y eres una de mis favoritas.
Cuando él me dijo esas palabras, por más ofensivas que sonaran, me hacían sentir en el cielo, como si estuviera viviendo una fantasía. En ese momento, mis ojos comenzaron a brillar mientras lo veía.
—¿En serio? ¿Significa que por fin me harás tuya y estarás conmigo?
—No, querida prezioza, aún no. Porque tus tetas quedaron muy deliciosas, pero tu trasero no me gusta. Así que simplemente vamos a hacer una cosa: debes ir al gimnasio al menos cuatro días a la semana, te pondrás en dieta. Quiero que pierdas absolutamente toda la grasa del cuerpo. Ah, y también tendrás una compañía, Devora, una de mis chicas, te dará instrucciones de cómo quiero que moldees tu cuerpo. Nos vemos en dos meses.
—¿Estás bromeando, verdad? — le dije mientras un par de lágrimas salían de mis mejillas.
—No, prezioza, o bueno, solo un poco. Pero debo irme del país por un par de meses a solucionar unos asuntos de mi padre. Es el tiempo adecuado para que cambies lo que necesito. Después volveremos para que te operes ese delicioso culo.
—¿Me darás el dinero?
—Si te portas bien, sí.
Se levantó y se fue como siempre. Estaba ansiosa. No era la primera vez que él provocaba este tipo de situaciones. Estaba desesperada, descontrolada, sobre todo demasiado perdida. No tenía idea de cómo solucionar lo que estaba pasando por mi cabeza. Muy seguramente necesitaba ayuda profesional.