—Pensé que no te gustaba lo que estaba pasando con ese psicópata —me dijo, sacando su mano y llevándosela a la boca para saborear sus dedos como si fueran un dulce, mientras me miraba fijamente a los ojos.
—¡Estás loco! —exclamé, sintiendo cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Mi dignidad se encontraba en el suelo. Cada vez que lo miraba, me cuestionaba si era yo quien no podía resistirme a sus encantos o si era simplemente mi instinto s****l reaccionando a sus actos.
—Sigue las instrucciones, dolce belleza. Te prometo que lo disfrutarás —me instó.
—Te juro que no, Julius. No lo haré —respondí con firmeza.
—Yo sé que sí. El olor de tu entrepierna te delata. Aprovecha esa tarjeta que tienes en tu poder. Te deseo, princesa —dijo antes de desaparecer como un fantasma ante mis ojos. Lo vi desvanecerse en el reflejo y arranqué el auto.
En pocos minutos, llegué a casa y me sumergí en mis responsabilidades, como siempre había hecho antes de conocer el gimnasio. Me tomé una taza de café y, cuando llegó mi esposo, sentí un impulso natural de hablar con él.
—Mi reina de la casa, es un placer tenerte aquí con nosotros —me dijo Emanuel, acercándose para darme un dulce beso en los labios.
—Gracias, mi amor. Pero justo de eso quería hablarte. He decidido volver a hacer mis rutinas en el gimnasio —anuncié, observando cómo el semblante de mi esposo cambiaba por completo, convirtiéndose en un poema de emociones.
—¿Ah sí? Pensé que ya habías logrado tu objetivo—me preguntó sarcástico
—Sí, mi amor, logré conseguirlo, pero quiero mantenerlo. ¿Hay algún problema con eso? Si quieres, podemos contratar a una empleada. No me importa pagar un salario a alguien que nos ayude —sugerí, intentando encontrar una solución.
—Loraine, no se trata de si alguien viene a ayudarnos o no. Sabes que soy muy desconfiado con todo el mundo. Tenemos una hija pequeña que debemos proteger. Pero está bien, si es lo que quieres, hazlo tranquila. Sigues contando con mi apoyo —respondió Emanuel, sin cambiar su expresión. Parecía más molesto, pero no podía echarme atrás. Nunca había pensado en mí misma, y aunque sabía que cometía un error, algo dentro de mí me impedía dar marcha atrás.
Esa noche, mi esposo no me dirigió la palabra. Al día siguiente, decidí vestirme de manera diferente. Me puse una minifalda, unas medias que resaltaban mis muslos y un top escotado de verano. También me puse unos tacones altos que no había usado en años y dejé mi cabello suelto. Cuando Emanuel me vio, casi se desmayó.
—¿Para dónde vas así vestida? —preguntó, desconcertado.
—¿Cómo que para dónde voy? Pues al periódico —respondí con calma.
—¡¿Qué?! Estás casi desnuda, amor. Por favor, nunca te has vestido así. ¿Por qué hoy sí? —se mostró preocupado.
—¿Crees que me veo mal? —pregunté, tratando de mantener mi determinación.
—Por supuesto que no. Todo lo contrario, te ves demasiado atractiva. Pero no me parece correcto que salgas así —replicó, preocupado por la situación.
—Amor, soy libre de vestirme como quiera y me siento cómoda así. Te amo. Nos vemos en la noche. Recoge a Melany en el jardín. Recuerda que voy al gimnasio —dije, tratando de terminar la conversación.
—Pero, Loraine... —comenzó a protestar Emanuel, pero lo ignoré y me dirigí hacia mi carro. Mis piernas temblaban mientras caminaba con esos tacones altos. Sentía calor, mucho calor. Sonreí para mí misma, sorprendida por mi propia audacia, y salí hacia el trabajo.
Al entrar, todos me miraron. Los hombres admiraban mi belleza, mientras que las mujeres me miraban con envidia. Jamás se hubieran imaginado que la jefa tan conservadora se atrevería a vestirse de esa manera.
Después de soportar mil miradas sobre mí, decidí salir temprano y hacer unas compras con la tarjeta que Julius me había entregado. Gasté todo lo que pude, compré un montón de ropa sensual, incluyendo algunas prendas deportivas bastante sugerentes que decidí estrenar en el gimnasio esa misma tarde. Aunque ninguno de los hermanos hizo acto de presencia, sabía que de alguna manera se enterarían de mi cambio. Orgullosa, regresé a casa para enfrentar a mi malhumorado esposo, quien casi se desmayó al verme llegar con tantas bolsas.
—Loraine, amor, sé que eres una mujer independiente, pero algo está pasando contigo. ¿Qué significa todo esto? —preguntó con preocupación.
—Mira, no te preocupes. Si piensas que estoy gastando el dinero de la familia, déjame tranquila. Nada de esto proviene de ahí, así que no te preocupes —respondí, tratando de calmarlo.
—¿De dónde has sacado el dinero entonces? —inquirió con más insistencia.
—Fue una comisión especial —mentí, y desde ese momento comencé a hacerlo con más frecuencia.
—Querida, eres el amor de mi vida, pero quiero que confíes en mí. Si hay algo pasando en tu vida, puedo ayudarte de forma incondicional. Recuerda que eres mi esposa y mi compañera de vida —me dijo, con sinceridad.
—Querido, simplemente compré ropa y regresé al gimnasio. Eso no es sinónimo de problemas. Además, deberías sentirte orgulloso de tener una esposa como yo. Quiero estar hermosa para ti, para que nunca tengas la necesidad de mirar a otro lado —le aseguré, tratando de convencerlo de que mis cambios eran para él.
—Nunca lo haré, preciosa. Eres el amor de mi vida y jamás miraría a otra mujer —reafirmó.
—Lo sé, pero quiero ser muy hermosa para ti —le dije mientras me acercaba, convenciéndolo de que todos mis cambios estaban destinados a él. Mi esposo me besó con ternura y terminamos la noche con pasión. Amaba a mi esposo, estaba segura de eso, pero quería experimentar lo que Julius me proponía. Solo pensar en él, en sus labios, su cuerpo, su masculinidad, me derretía y superaba cualquier noción de amor verdadero. Mis deseos por él desafiaban mi concepto de familia y realidad.