Capítulo 1 El comienzo de todo

1219 Words
Loraine Martins Una noche más, un nuevo dolor que invade hasta lo más profundo de mis entrañas, ruego porque el tiempo pase y por fin poder liberarme de esta tortura, nada es como antes, cuando mi cuerpo era vendido a los mejores postores y el dinero no era problema. Era el segundo hombre de la semana, había estado duro para mi últimamente, ya no era la favorita del lugar como lo era antes de haber cumplido mis 30 años, una lágrima recorre mi mejilla, mientras por enésima mes, elevaba mis plegarias al cielo. Me giré para verlo a la cara, él ni siquiera se inmutaba del dolor que me estaba causando, pues a su parecer, el dinero que había pagado por mí debía valer toda la pena. Comencé a moverme como sabía, solo con la intención de quitármelo de encima, pero por el contrario, chocar mis caderas contra las suyas, lo único que le causaba, era más excitación. —Así me gusta, eres una buena perri**, tienes un trasero de encanto, bendito el hombre que invirtió en ti— el hombre me empotraba cada vez más fuerte, yo solo podía morder la almohada para no gritar de dolor… maldecía para mis adentros, en esos instantes era que deseaba no haber conocido nunca a Julius Ricci. —¿Ya casi acabas? — no puedo evitar preguntarle a aquel horrible hombre, esa noche me había tocado complacer a un hombre de unos 75 años, calvo y gordo, pertenecía al grupo de mafiosos amigos de Julius y habia pagado una buena suma por mí, cosa que ya no pasaba últimamente, pues desde que cumplí los 30, ya no era tan atractiva para los posibles compradores. —¡¡Oh sí seguro nena!! Acabaré dentro de ese redondo culote— sus palabras me parecían tan asquerosas como él, quería regresar el tiempo, volver al pasado y nunca haber caído en las manos del mafioso que arruinó mi vida por completo, me había enamorado y creía que todo esto era un acto de amor por él… que equivocada estaba. Cuatro años atrás… Me levanté de la cama un poco más tarde de lo normal, parpadee lento tratando de conectar mi cerebro a mi cuerpo, respiré profundo y agradecí al cielo por estar viva y tener por un día más, la vida que tenía. —¡Buenos días, mi dulce encanto! ¿Cómo ha despertado tu día hoy? Aunque sinceramente, la pregunta es innecesaria; cada día resplandeces con más belleza que el anterior. —Gracias, amado mío. Siempre tan galante. Pero ambos sabemos que las cosas han cambiado desde que nuestra pequeña llegó a nuestras vidas. Mi cuerpo ya no es el mismo —susurro mientras me acerco a Emanuel y le obsequio un tierno beso en los labios. Llevamos más de cuatro años de matrimonio, uniendo nuestras vidas bajo la sombra de un influyente político de la ciudad. Aunque yo también provenía de una familia respetable, estar casada con él me brindaba beneficios inigualables, como mi destacada posición como directora de noticias en el periódico local. —Para mí, siempre serás la belleza encarnada, sin importar los cambios de tu cuerpo. Eres un ser excepcionalmente dulce y simplemente irresistible —Emanuel se acerca a mí y me cubre de besos tiernos. Mi esposo, aunque afectuoso y cariñoso, carecía de pasión ardiente. Nuestra vida íntima era una danza de timidez y control, quizás también culpa mía por permitirle llevar las riendas en todo. —Querido se nos hace tarde para ir a trabajar— le dije apartándolo de mi cuerpo con mis manos, pero él seguía insistente. —Serán solo diez minutos, delicia, acuéstate en el sofá, te haré mía antes de ir al trabajo, ¡te deseo! — mi esposo comenzó a besarme, sus besos bajaron por mi cuello hasta llegar a mis senos, que, aunque pequeños, eran mi punto más débil, deseaba con todas las fuerzas que él los tomará en su boca y los saboreara, pero a pesar de los años, aún no teníamos confianza en la intimidad. Después de unos siete minutos en los que Emanuel cabalga sobre mí, siento como se derrama dentro, su liquido caliente me da la señal de que ya ha terminado, y yo ni siquiera he comenzado todavía. —¿Disfrutaste? — me preguntó con una sonrisa encantadora y varonil. —¡Por supuesto! — respondí con una sonrisa fingida. No quería decepcionarlo en absoluto; mi amor por él era inmenso. —Cariño, se ha hecho tarde. ¿Quieres que te lleve al trabajo? — preguntó mientras se acomoda. —No, cariño. Voy en mi auto. Además, quería hablar contigo. Empezaré a ir al gimnasio. Mi prima Greis me ha invitado al que ella frecuenta. Entonces, quería saber si podrías recoger a la niña del jardín. Así tendré el tiempo necesario para ejercitarme. —Claro que sí, preciosa. Puedo encargarme de recoger a la niña toda la semana si así lo deseas. Si crees que es necesario ir al gimnasio, está bien. Aunque no está de más recordarte que para mí eres perfecta —Emanuel era el hombre que cualquier mujer sensata desearía. Además de ser un abogado con un salario envidiable, provenía de una familia respetable. Era amoroso, caballero y, sobre todo, me ayudaba mucho con las tareas del hogar. Un hombre completo y lleno de virtudes, solo que carecía en el aspecto s****l. —Bueno, por ahora no sé cuánto tiempo me llevará. La verdad es que no soy muy aficionada al ejercicio, pero iré después de la oficina—.Eso lo decía consciente de mi poca fuerza de voluntad. —Eso me gusta preciosa, que tomes tu tiempo para ti, te amo— Emanuel se acercó y frotó su nariz sobre la mía dándome un besito esquimal, que dulzura. Definitivamente, la vida no pudo premiarme con el mejor hombre ¡Él! Emanuel salió y yo me acomode mi vestido, solo hizo falta un paño húmedo para limpiar el rastro del sexo que acabamos de tener, me puse un labial rosado y salí para la oficina. En el periódico local era admirada por mis subalternos, mi trabajo era impecable y bien ganado . Mi posición laboral era el resultado de mi arduo trabajo y dedicación, así que me sentía satisfecha. Tenía una familia maravillosa, un empleo envidiable y, en general, una vida tranquila. De repente, mi teléfono interrumpió mis pensamientos; era Greis. —Hola, querida. ¿Te recojo finalmente para ir al gimnasio? —estaba exhausta y no sabía qué responder. —No lo sé, Greis. Ha sido un día agotador en el trabajo. Solo quiero ir a casa con Emanuel y Melany. —Mira, Loraine, sé que tu esposo te adora, pero si sigues aumentando de peso como una cerda, él encontrará a alguien más joven y delgada que tú. Así que pasaré por ti en 20 minutos —mi prima corta la llamada. Cuando se le metía algo en la cabeza, no había manera de hacerla cambiar de opinión. Minutos después, me encuentro envuelta en una truza deportiva que mi prima muy amablemente me había prestado. Greis tenía un cuerpo espectacular; sin hijos y rondando los 25 años, era el centro de atención. Aunque en el gimnasio solo había personas bien cuidadas y hermosas, por un momento me sentí fuera de lugar.
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