—Loraine, eres preciosa. Me gustaría tocar tu rostro, parece tan terso. ¿Puedo? —Ian me miraba con deseo. Ni siquiera era necesario palpar su entrepierna para saber que estaba completamente excitado y listo para mí. Simplemente asentí con la cabeza, y él comenzó a acariciarme la mejilla con suavidad. De repente, su mano se deslizó hasta mis labios, provocando un gemido involuntario. Ian introdujo su dedo índice en mi boca, y yo empecé a chuparlo. Mientras lo hacía, él no dejaba de mirarme a los ojos, llenos de brillo y excitación. Ian estaba perdiendo el control.
—¿Te gusta? —pregunté entre besos.
—Me fascina —respondió, y se lanzó hacia mí para besarme con pasión. Por un momento, intenté resistirme, pero entonces sentí la vibración en mi teléfono. Fue como si algo dentro de mí me impulsara más hacia él. Empecé a mover mi lengua dentro de su boca, chupando la suya. Ian estaba abrumado por los gemidos. Su mano comenzó a acariciar mi pierna, ascendiendo lentamente por mi cuerpo hasta llegar a mis senos.
No hubo necesidad de palabras. Mis besos le daban todo el permiso que necesitaba para acceder a mi cuerpo. Sentí cómo apretaba mis senos uno tras otro. Me separé de su boca y dejé caer mi cabeza hacia atrás, recostándome en el sofá. Desabroché mi blusa ante su mirada lujuriosa. Ian estaba ansioso, y no dejaba de acariciarme mientras me desnudaba para él. Estaba inmersa en un trance de deseo y pasión, olvidándome por completo del lugar en el que estábamos.
No solo yo estaba disfrutando de ese momento. Alrededor de nosotros, había más mesas con personas haciendo lo mismo: hermosas bailarinas en bikini dejando su desnudez frente a hombres mucho mayores, quienes, además de meterles los dedos entre las piernas, les colocaban fajos de billetes.
—Tus senos se ven deliciosos. ¿Puedo chuparlos? —Ian me miró deseoso, sus manos muy cerca de mi entrepierna.
—Claro que puedes, pero hazlo lento y suave. Eso me gusta demasiado. Y mientras lo haces, quiero que pongas dos dedos dentro de mí —respondí.
Él abrió los ojos ante la invitación y llevó uno de mis erguidos pezones a su boca. Comencé a gritar de placer mientras Ian introducía dos de sus dedos en mi húmeda flor, haciendo suaves movimientos entre ella, haciéndome retorcer de placer. Luego los sacó y, con toda delicadeza, los llevó hasta mi boca para que probara mis propios jugos. Chupé sus dedos mientras él no dejaba de succionar mis senos, y mi entrepierna se abalanzaba más hacia él.
—Me estás volviendo loca, Ian —exclamé.
—Y tú a mí, Loraine. Eres demasiado deliciosa. Tu entrepierna está lista para que la pueda absorber —respondió Ian, sacando un pañuelo de su bolsillo y vendándome los ojos, lo que me excitó aún más. Sentí manos tomando uno de mis brazos y luego otro. Ian abrió mis piernas por completo y jugaba dentro de mí con uno de sus dedos, haciéndome arquear de placer.
Cuando creía que estaba experimentando el máximo placer, sentí una boca succionando uno de mis senos y luego otra succionando el otro. Empecé a gritar.
—¿Qué me estás haciendo, maldita sea?
Una voz gruesa que ya conocía me susurró al oído.
—Déjate llevar, preciosa. Sé que lo estás disfrutando tanto como yo —era Julius. Me estaba convirtiendo en una mezcla de locura y obscenidad, pues en mi mente se formaba la imagen de Ian y Julius haciéndome todo lo que me estaban haciendo.
Mis piernas estaban completamente abiertas cuando una boca se posó en medio de ellas y comenzó a darme lametazos. Me despojó por completo de mi ropa, dejándome expuesta. Podía sentir que era un hombre debido a la sensación de su barba rozando mi piel. Imaginé que era Julius. Su lengua invadía lo más profundo de mi ser, mientras que las otras dos personas no dejaban de chuparme los senos. Tenía tres sobre mí, tres satisfaciendo mis deseos más pecaminosos, y ni siquiera podía verlos para disfrutar de su placer en sus rostros.
Estaba al borde del éxtasis cuando sentí que algo me penetraba, pero no era un pene real, era un consolador que el hombre sin escrúpulos me incrustó profundamente mientras continuaba lamiéndome entre las piernas. No pude resistir más de dos minutos y un gran chorro salió de mí, empapando por completo a quien fuera que estuviera delante de mí.
De repente, comencé a sentir tres chorros de semen caliente caer sobre mi cuerpo, y me dejaron acostada sobre el sofá. No fui capaz de quitarme el pañuelo de los ojos. En ese momento, la borrachera que me había provocado los Bellini comenzaba a disiparse y sentí una vergüenza terrible.
Nunca antes había experimentado tanto placer como en ese momento. A medida que aumentaban las demandas de Julius, también lo hacía el placer, y eso me estaba volviendo loca.
—¿Ian? ¿Ian, estás aquí? —comencé a llamar al cantinero, pero no había rastro alguno de él. Acomodé mi ropa y me quité el pañuelo. A mi alrededor, solo quedaban las mesas de otros clientes que estaban en la misma situación. Ni Ian ni Julius dejaron el más mínimo rastro.
Tomé mi cartera y me dirigí hacia el baño, donde me lavé un poco la entrepierna y me quité el maquillaje corrido de mi cara. Miré alrededor, pero Ian no estaba por ningún lado. ¡Maldita sea! Parecía que la supuesta seducción del cantinero era parte de un plan completo de Julius para llevarme a estos extremos, pensé. Al menos, él también me había poseído. El sexo oral que me había dado sería inolvidable, pero mi obsesión seguía siendo tener a Julius para mí algún día.
Salí del bar sin despedirme de nadie, sin intercambiar palabras con nadie. A diferencia de la vez anterior, parecía que lo que acababa de pasar nunca había ocurrido. Eso me brindaba cierta tranquilidad.