Loraine
Después de enviarle el video a Julius, noté su repentino silencio. No recibí ni un solo mensaje de su parte, lo que me dejó en vilo. Ansiaba saber qué pensaba sobre lo que había hecho por él, y mis pensamientos se centraban únicamente en él.
—Mi hermosa, este fin de semana ha sido increíble. Volver a sentir esa pasión contigo ha sido inigualable. No puedes imaginar cuánto te deseo, mi amor — Emanuel me miraba con ojos llenos de amor mientras conducía de regreso a la ciudad.
Ya en camino de vuelta, mi esposo estaba encantado con todo lo que había hecho a su pedido del gánster, lo cual me daba cierta satisfacción. Sin embargo, había grabado otro video por si acaso Julius requería algo más.
—También estoy muy feliz de haber revivido esa pasión contigo, mi amor. Estos momentos de intimidad entre nosotros realmente hacían falta. Espero que podamos repetirlos pronto —respondí con una sonrisa.
A pesar de los halagos de mi esposo, mi mente solo podía pensar en Julius. Estaba ansiosa y consumida por la incertidumbre de su silencio. No sabía qué significaba, pero en el fondo deseaba que le hubiera gustado el video.
Pasaron tres o cuatro días, y volví a mi rutina de trabajo, vistiendo de manera discreta, sin los escotes sugeridos por él y mucho menos faldas cortas. Decidí enviarle un mensaje, un simple "hola", pero no recibí respuesta. Tantas dudas inundaron mi mente que decidí ir en busca de él al bar, en contra de todas las expectativas.
Esa tarde me vestí de una forma diferente, un poco más llamativa que no chocara con la presentación del bar.
Al entrar, todas las miradas se posaron sobre mí. Busqué con la mirada los cubículos privados donde solía encontrarse, pero no lo vi. Me dirigí a la barra para pedir algo de beber y esperar a ver si regresaba.
—Buenas tardes, señorita. ¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó amablemente el cantinero.
—Una botella de agua, por favor —respondí.
El hombre comenzó a sugerirme licores de la casa, incluso un cóctel diseñado para mujeres como yo. No estaba segura si era simple cortesía o si estaba tratando de seducirme.
—Solo una botella de agua por ahora, gracias. Es muy amable —le dije con seriedad, mientras me sentaba rígidamente en la silla y escudriñaba el lugar con la esperanza de verlo. Pero después de dos horas y tres botellas de agua, aún no había señales de él. Decidí que tenía que ir al baño cuando de repente sonó una notificación en mi teléfono.
«Te di la oportunidad de escapar de mí, pero veo que has venido a buscarme. Me encanta que hayas tomado la iniciativa. No puedo verte en persona ahora, pero sé todo lo que haces. La noche es joven para beber solo agua. Ve donde el camarero y pide un Bellini»
Al leer el mensaje, no pude evitar sonreír como una tonta. Sabía que podría enfrentarme a una de esas propuestas extravagantes que tanto estaban sacudiendo mi vida personal, pero que daban vida a mi alter ego, ese lado mío que anhelaba una vida s****l activa y desenfrenada.
Regresé a la barra y me senté en una posición diferente, llamando al cantinero.
—Hola, ¿podría prepararme un Bellini, por favor? —pedí.
El cantinero abrió los ojos sorprendido y me dedicó una sonrisa traviesa. Imaginé que ya tenían alguna clave. Dos minutos después, me sirvió el cóctel.
—Aquí tiene, señorita. Lo preparé especialmente para usted. Es una invitada bastante especial —dijo con complicidad.
—¿Ah, sí? Muchas gracias —respondí, devolviéndole la sonrisa, y me dispuse a tomar la afrodisíaca bebida. El cantinero seguía mirándome fijamente, lo cual me ponía bastante incómoda. Una de mis piernas empezó a temblar de nervios, y mis mejillas se ruborizaron por el alcohol.
Entonces, llegó otra notificación a mi celular.
«Eres tan preciosa y deseable que no puedo culpar al cantinero por estar encantado contigo. Por eso, vamos a darle una oportunidad»
Esta vez, no ignoré el mensaje y respondí:
«¿Oportunidad? ¿Oportunidad para qué? No estoy entendiendo nada.»
«La oportunidad de hacerlo feliz. Está ansioso por meter su boca entre tus piernas, y tú vas a hacerlo. En este momento, ordenaré un cambio de turno, y él se irá contigo. Tú se lo propondrás. Dirás que ya sabes cómo funciona esto. La habitación es la número 51 en el segundo piso. Esta es la prueba definitiva».
¡No! No lo haré. Es un desconocido para mí y no quiero tener relaciones con él. Sé que estoy profundamente involucrada en todo esto, pero no puedo llevar nuestro juego tan lejos. Lo siento, pero esto se acabó —me levanté indignada de la mesa. De repente, el cantinero estaba a mi lado. Se había quitado el delantal y su reluciente sonrisa me sorprendió.
—¿Te vas ya? —preguntó él, que, para ser honesta, no estaba nada mal. Tenía alrededor de veinte años, piel blanca, cabello rizado n***o, un cuerpo espectacular y un carisma arrollador.
—Sí, debo irme. Gracias por tu atención y servicio —respondí bruscamente. Él apenas sonrió y bajó la cabeza un poco antes de mirarme de nuevo con un toque de coqueteo.
—¿Quieres tomar una copa conmigo? Sería un honor —dijo.
Justo en ese momento, sonó mi teléfono de nuevo. Era un nuevo mensaje de Julius.
«Sé una buena chica esta noche y te prometo que en los próximos días seré yo quien esté entre tus piernas, haciéndote completamente feliz. No sabes cuánto deseo probar esos cálidos jugos, preciosa»
Esas palabras se convirtieron en un detonante para mí. Si había algo que me obsesionaba, era tener a Julius a mis pies, o mejor dicho, entre mis piernas. Solo pude emitir un gemido ahogado y miré de nuevo al cantinero.
—Mucho gusto, soy Loraine —me presenté.
—Encantado, soy Ian —respondió el cantinero, extendiendo su brazo para que lo tomara y llevándome hacia una mesa vacía. Pedimos dos Bellini más. El trago hacía su efecto, junto con las palabras de mi mafioso, me estaban convirtiendo en una mujer liberada, que no le importaba haber conocido a aquel joven apenas unos momentos antes. Simplemente soñaba con el momento en que Julius finalmente me hiciera suya.