Capítulo 27 De no creer

999 Words
—Emanuel, mi amor, ya te he dicho que quiero operarme el trasero y sacarme dos costillas. Déjame hacerlo —aquella mañana se convirtió en una intensa discusión con mi esposo, especialmente por el tema del dinero. —Entiéndelo de una vez, Loraine. No voy a permitir que sigas gastando más dinero de nuestros fondos familiares, y mucho menos en tonterías como estas. ¿Qué te pasa? Mira los cambios que has tenido, estás preciosa, no necesitas más —respondió Emanuel, frustrado. —No lo comprendes. Simplemente no entiendes nada. Quiero mejorar, déjame, por favor, Emanuel. Si no me das dinero, lo sacaré prestado. Ese fondo familiar también es mío; la mitad de mi sueldo está allí. ¡Por favor! —rogaba, sintiendo la desesperación apoderarse de mí. —De verdad que es imposible, Loraine. Si sigues así, tendremos que buscar una solución a nuestros problemas. No puedo permitir que pongas en riesgo todo por lo que hemos luchado —insistió, con tono firme. —No se pondrá en riesgo nada, te lo prometo —aseguré con determinación. —Haz lo que te dé la gana —concluyó, resignado. Aquellas palabras fueron lo que necesitaba escuchar. Ya había programado la cirugía, así que no pasaron dos días antes de someterme nuevamente al quirófano. Esta vez, como Emanuel no estaba de acuerdo, tuve que contratar una enfermera para que me cuidara. El dolor era mucho más intenso que el de mis cirugías anteriores. Me sentía como una loca. No entendía cómo había pasado de ser una mujer desgarbada para convertirme en una especie de "exótica puta". Pasé dos semanas en recuperación, y solo faltaba una semana para que regresara el mafioso, lo cual implicaba que debía estar completamente lista para recibirlo. Había invertido cientos de miles de dólares en cirugías, más de la mitad del fondo familiar, sin contar todo lo que gastaba de mi sueldo en ropa, accesorios, cremas, maquillaje y demás. Emanuel no tenía problema en mantenerme, pero si me separaba de él, estaría en la ruina, ya que estaba gastando más de lo que podía permitirme. Cuando volví al gimnasio con mi nueva cola y una cintura más pequeña, la reacción de Devora fue impresionante. —Cariño, estás hermosa. Julius te amará —me aseguró ella, mientras yo aún sentía algunos dolores. —¿Tú crees eso? —le pregunté, con dudas flotando en mi mente. —Por supuesto que sí. ¿Quién no? Yo ya lo hago. Créeme, estaría encantada de estrenar ese maravilloso cuerpo. Te haría sentir los orgasmos más deliciosos del planeta —respondió con una sonrisa traviesa. —¡Qué dices, mujer! Eso ni siquiera lo pienses. Tengo mi sexualidad bien definida —repuse con firmeza. —Apuesto a que no es así, bella Loraine. Pero está bien, eres la chica del jefe y no te tocaré, a menos que tú quieras —dijo, aceptando mi rechazo con elegancia. Sonreí y comenzamos suaves ejercicios para continuar moldeando mi cuerpo. Al día siguiente, regresé al trabajo y todos me miraban, pero especialmente mi jefe. Después de haber sido completamente invisible para él, ahora me había convertido en su centro de atención. —Loraine Martins, te has puesto muy bien en estos días de ausencia. Me debes bastante tiempo de trabajo, ya que tus vacaciones ya fueron cubiertas y los permisos para las cirugías que te hiciste, ¡no existen! —me recriminó, marcando su autoridad. —Supongo que algo así me lo esperaba. No te preocupes, trabajaré horas extras —me quité el abrigo y lo coloqué sobre mi silla. El repugnante individuo no dejaba de mirarme con lascivia, y debo admitir que con este cuerpo era lo único que despertaba. —También tengo algo importante que decirte —anunció él. —¿Algo importante? ¿Qué sería? —respondí sin darle mucha importancia. —Tus compañeros han presentado quejas sobre ti, especialmente desde que te hiciste esas cirugías y cambiaste drásticamente tu forma de vestir —dijo mientras se levantaba de su silla y se acercaba lentamente a mí. —¿Y qué hay de eso? —pregunté con desdén. —Significa que ya no eres tan importante en este periódico, querida Loraine. Si quieres conservar tu puesto y evitar que cancelen tu contrato, tendrás que arreglártelas conmigo —explicó con tono amenazante. —Espera un momento, no estoy entendiendo. ¿Cómo que arreglármelas contigo? —cuestioné, sin comprender del todo su insinuación. Sin darme la oportunidad de responder o de expresar si estaba de acuerdo, el hombre bajó la cremallera de su pantalón y me mostró su repugnante m*****o erecto. Lo acercó a mi rostro, me agarró la cabeza y me gritó. —¡Chúpamelo, perra! Es la única forma de que conserves tu puesto —exigió Saul, el hombre que ahora se mostraba como una desagradable amenaza. Un torrente de ira invadió mi corazón y mi cuerpo. Nadie me había humillado de esa manera. Las cosas eran completamente diferentes cuando las disfrutaba y consentía, pero no así. Me levanté y le propiné un fuerte empujón, dejándolo tendido en el suelo con su v***a al aire. —¡A mí me respeta, Saul! ¿Qué demonios piensa que está haciendo? ¿Qué porque me puse estas tetas puede tratarme así? Está muy equivocado —mis gritos resonaron hasta el elevador. —Estás despedida, Martins. ¡Lárgate de aquí, perra insolente! ¡Solo pareces la puta de un mafioso! No quiero verte, me das asco —escupió Saul antes de arreglarse la ropa y abandonar mi oficina. Ahora estaba sin trabajo. ¿Cómo iba a explicárselo a Emanuel? Cuando le conté a mi esposo que me habían despedido del periódico, su furia aumentó aún más. Ni siquiera me creyó cuando le expliqué que había sido culpa de mi jefe, que se había sobrepasado conmigo. Aquello me entristeció profundamente. Además, el miserable de mi jefe se había encargado de difamar mi reputación en toda la ciudad, por lo que no pude conseguir otro trabajo.
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