Capítulo 28 Estaba quedando muy poco

1960 Words
Julius aún no había hecho acto de presencia, ni me había llamado ni dicho nada. Así que, una vez más, decidí buscarlo por mis propios medios. Me gustaba cómo lucía, lejos quedaba la imagen de aquella mujer sin curvas, sencilla y modesta. Ahora me sentía enérgica y empoderada. Vestida con una falda corta que resaltaba mis nuevas nalgas y una blusa con un generoso escote, encendí un cigarrillo y entré al bar. Los hombres me miraban con deseo y más de uno me hacía propuestas indecentes. Me dirigí a la mesa donde solía encontrarme con Julius, pero para mi sorpresa, había desaparecido por completo. Se había convertido en una mesa común y corriente. Sentí cierta perplejidad, algo había sucedido. Entonces, una voz que reconocía habló a mis espaldas. —¿Loraine, eres tú? —dijo Ángel. —Oh, hola, Ángel, sí, soy yo —respondí, girándome hacia él y notando su expresión de sorpresa. —¿Qué te has hecho? —preguntó con curiosidad. —Lo que me haya hecho no es asunto tuyo. ¿Dónde está tu hermano? —inquirí. —Lo siento, pero él está fuera del país —respondió Ángel. —¿Y cuándo regresa? —Dentro de un mes. La verdad es que el asunto de negocios de mi padre no se resolvió, así que tendrá que tomarse su tiempo fuera —explicó. —¡Maldita sea! —mis ojos se llenaron por completo de lágrimas, amenazando con escaparse, pero no quería que Ángel percibiera mi fracaso. Así que, simplemente, tragué el nudo en mi garganta y salí de allí. De repente, sentí cómo su mano tomaba mi brazo y me giraba hacia él. —¿Quieres tomar un café? —me preguntó Ángel con voz suave. A pesar de su masculinidad y su escultural cuerpo, mucho más impresionante que el de su hermano, con una mirada penetrante, era dulce y cariñoso. Era difícil no ser afectada, pero mi corazón estaba cegado por Julius. —Sí, quiero. ¿No te da vergüenza salir así conmigo? —le pregunté. —No, tú no me avergüenzas. Lo único que me preocupa es el frío implacable que hace en la ciudad en estos días, pero nada más —respondió con calma. Tomé mi abrigo y lo coloqué, salí a su lado. Caminamos un par de cuadras en silencio hasta llegar a un hermoso café que nunca había visto antes. Ángel pidió dos capuchinos y se quedó mirándome. —Has quedado muy atractiva, Loraine —comentó. —Gracias, Ángel. Pero estos cambios me han traído más problemas que alegrías. Los hombres me miran con lujuria y deseo, y para colmo, perdí mi trabajo porque el imbécil de mi jefe intentó abusar de mí —respondí con frustración. —¿Cómo que intentó abusar de ti? ¿Saul Rey? ¿El director general del periódico? —preguntó sorprendido. —Sí, él mismo. Me dijo que si no accedía a sus demandas, perdería mi trabajo. Y aquí estoy, buscando empleo. Lo peor es que arruinó mi reputación y ahora me está costando mucho conseguir un nuevo trabajo —expliqué, sintiendo una oleada de angustia. —¿Necesitas dinero? —Ángel puso su mano suavemente sobre la mía y me miró con compasión. Retiré mi mano y respondí desafiante. —No soy millonaria, pero aún conservo medios para vivir —respondí, tratando de calmar cualquier preocupación que Ángel pudiera tener. —No quiero ofenderte, y mucho menos que pienses que estoy intentando pasarme de la raya contigo. De verdad, no lo haría. Eres hermosa y deseable, pero siempre te respetaré. Además, sé que quieres a mi hermano, así que nunca me interpondría en eso —aseguró Ángel con sinceridad. Sonreí aliviada. El silencio reinó por unos minutos mientras disfrutábamos de nuestro café. Hacía tiempo que no experimentaba esa paz. Estar con Ángel era agradable. Emitía una energía tan diferente a la de su hermano, y de hecho, no parecían familia. Si Julius me hubiera visto, seguramente habría hecho que otros veinte tipos pagaran por tocar mi nuevo trasero. Era absurdo, y lo peor era que yo lo permitía. Durante una hora, conversé con Ángel. Me contó varios aspectos íntimos de su vida, sobre lo difícil que era estar en su familia y cómo la gente los estigmatizaba. Aunque él podía tenerlo todo, le faltaba algo muy importante: la libertad. En cualquier momento, la policía podría capturarlo por algún delito, o los rivales podrían matarlo. Yo no compartí mucho sobre mí, porque sabía que ellos lo sabían todo. —Bueno, fue muy agradable hablar contigo, Ángel. Gracias por todo —le dije sinceramente. —Loraine, no dudes en decirme cómo te sientes, y mucho menos en pedirme lo que necesites. Sea cual sea la situación que estés atravesando, quiero que sepas que estaré aquí para ti —me aseguró. Lo miré completamente confundida. No entendía ni una sola de sus palabras ni por qué me las decía. —No entiendo, Ángel. ¿Por qué me dices eso? —inquirí confundida. —No lo sé, Loraine. Tal vez me gustas, o tal vez no. Simplemente quiero que sepas que es verdad. Y por favor, evita ir al bar. Ese lugar solo te traerá desgracias —me advirtió con preocupación. —Ay, Ángel. Gracias por el momento, pero de verdad, ya no hay vuelta atrás para mí. Estoy completamente enamorada de tu hermano y haría cualquier cosa por él —le confesé sinceramente. —Eso lo sé, pero ten cuidado. No dejes que las cosas se salgan de control, Loraine —me instó Ángel, con una mirada seria. Se quedó mirándome. No me había fijado antes, pero tenía una boca deliciosa, una nariz perfecta, unos ojos color miel que irradiaban dulzura. Su piel estaba impecable y sana, y sus dientes blancos eran perfectos. Tenía el rostro de un ángel, pero de uno celestial, no como su hermano, que era sexy pero era el diablo en persona. —Gracias, pero ahora tengo que irme —anuncié. Me acerqué a él y le di un beso húmedo en la mejilla. Ángel soltó un pequeño gemido, que apenas percibí, así que repetí la misma operación en la otra mejilla. Sí, estaba actuando como la peor de las mujerzuelas. Cuando llegué a casa, me llevé una sorpresa increíble. Mis padres estaban sentados en la sala, junto a Emanuel y mi hija. También estaban mis suegros. Cuando abrí la puerta, todos me miraron como si fuera un monstruo. Mi madre se tapó la boca y empezó a llorar. Mi padre se puso de pie y me dio una bofetada. —Mírate, sin vergüenza. Cuando Emanuel nos llamó, no imaginé que tú estabas convertida en esto —me recriminó. —¿Convertida en qué, papá? ¿Por qué me golpeaste? —pregunté, con una lágrima rodando por mi mejilla. —En una prostituta, Loraine Martins. Quiero que sepas que te desheredo. Ya no eres parte de mi familia. No quiero volver a verte nunca más —sentenció, furioso, antes de salir por la puerta. Mi madre estaba tan desconsolada que ni siquiera podía articular palabra. —¿Te quedas o te vas conmigo? —le preguntó mi padre a mi madre, quien se levantó de la silla y me miró llena de dolor. —Mamá, mami, yo... —intenté decir algo, pero ella simplemente me dio un beso en la mejilla y salió tras mi padre, quien ahora también me desheredaba del patrimonio familiar. Mis suegros me miraban con desprecio, especialmente el padre de Emanuel, quien no hacía más que menear la cabeza en señal de negación. —Eres una vergüenza para nuestra familia, Loraine. Espero que mi hijo se divorcie de ti. Vámonos —me espetó también a mi suegra, cuya mirada reflejaba más decepción que enojo. Cuando finalmente quedamos solos con Emanuel, arrojé mi bolso a un lado y me dirigí hacia él, furiosa. —¿Qué demonios, Emanuel? ¿Por qué los has llamado? —le espeté. —Ya no puedo soportarlo más, Loraine. Estás destruyendo tu vida, nuestro matrimonio, y no puedo seguir permitiéndolo. Nuestra hija está en medio de todo esto. También estoy yo. Quiero que te vayas de esta casa —respondió, con voz cargada de dolor. —Emanuel, cariño, pero estabas de acuerdo con todos los procedimientos estéticos que me hice. ¿Por qué ahora me echas de casa? —repliqué, tratando de entender. —Nunca estuve de acuerdo con eso, Loraine. Tú tomaste todas esas decisiones por tu cuenta. Yo nunca te di mi aprobación. Ahora quiero que te marches. Ni siquiera te preocupaste por cuidar a nuestra hija. Perdiste tu trabajo, no pasas tiempo en casa y me has mentido todo este tiempo —dijo Emanuel, con los ojos llenos de lágrimas y los labios temblando de dolor. Me sentía miserable y pensé que tal vez el sexo podría resolver las cosas. Por suerte, nuestra hija se había quedado dormida en una silla, así que la llevé a su habitación. —Ven, mi amor. Todo tiene solución. Encontraré un trabajo y volveré a ser como antes —intenté consolarlo. —No, Loraine. Ya no eres la misma de antes. Mira cómo has cambiado. Eres otra persona. No quiero estar contigo —me rechazó, aunque yo insistí con besos, él se negaba. Entonces, desesperada, me arrodillé y comencé a desabrochar su pantalón, pensando que el sexo podría arreglarlo todo. Pero fue un error, una vez más los roles se invirtieron. —¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que te trate como la zorra que eres? —me espetó Emanuel, lanzándome violentamente sobre la cama y rasgándome la ropa con furia. —Emanuel, espera, amor, podemos resolver esto hablando. Por favor, no me lastimes —intenté calmarlo, extendiendo una mano en un gesto de rendición, pero sus ojos ardían en furia. Se desabrochó el cinturón de su pantalón y comenzó a golpearme con él, desnuda como estaba. —¡No, por favor! —grité de dolor mientras los latigazos caían sobre mi piel. —¿Crees que no me di cuenta de las marcas en tu cuerpo? ¿De tu olor a sexo cada vez que llegabas? —me lanzó otro golpe, aún más fuerte. —Amor, por favor —suplicó, pero los golpes me lastimaban, especialmente siendo tan reciente mi operación. —¡Abre las piernas, puta! —ordenó con voz dura. —¡Emanuel, no! —protesté, pero ante su amenaza con el cinturón, cedí y las abrí, prefiriendo ser penetrada a seguir recibiendo golpes. Se quitó por completo los pantalones y se abalanzó sobre mí con brusquedad, propinándome una bofetada que me rompió la nariz, y luego me penetró con fuerza, dolor y rabia. —¡Eres una puta! Y mereces que te trate como tal —gritó Emanuel, mientras yo lloraba desesperada y temerosa de lo que podría seguir ocurriendo. Después de unos cinco minutos, Emanuel se apartó de mí y se dirigió al baño para lavarse. Yo me quedé en la cama, llorando, sintiéndome desesperada, angustiada y profundamente triste. Había destrozado a un hombre que solo intentaba hacer lo mejor por mí, todo por alguien que no me daba nada. Emanuel ya tenía mi maleta lista. Me agarró del pelo y me arrastró hacia la calle, desnuda. Caí de rodillas, intentando entrar de nuevo, pero él comenzó a tirar mis pertenencias como loco. —¡Emanuel, no! ¡Por favor! —mis súplicas fueron ahogadas por mis lágrimas mientras él lanzaba la última maleta y cerraba la puerta en mi cara. Desnuda, golpeé y grité, rogando que me dejara entrar, pero fue en vano. Me quedé en la calle, completamente desnuda, desolada y desamparada. Mi vida, tal como la conocía, había llegado a su fin en ese momento.
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