Una luz se cuela por la ventana, y mis párpados se abren lentamente. No tengo ni idea de dónde estoy, pero siento un dolor de cabeza palpitante que me hace apenas capaz de tragar saliva.
Me sobresalto al darme cuenta de quién está frente a mí.
—Vaya, ¿qué haces aquí? —exclame.
—Estás en mi casa, Loraine. ¿O debería decir Eli? —responde Ángel con su voz áspera y una sonrisa burlona.
—¿Qué hago aquí? —pregunté en voz baja, escudriñando a mi alrededor, intentando recordar cómo terminé durmiendo en su cama. Es imposible que esa noche también haya acabado en la cama con él.
—¿No recuerdas, verdad? —dice.
—No, no recuerdo nada, la verdad. Me siento adolorida, maldita sea. Parece como si me hubieran acabado el trasero a golpes —me levanto y me giro, tratando de inspeccionar mis nalgas. Estoy completamente desnuda en la cama de Ángel, pero ya me da igual que me vea así. Después de todo, todo el mundo ya me ha visto así la noche anterior.
Me di cuenta de que tenía unos morados gigantes, unas marcas como si me hubieran dado con un látigo.
—¿Por qué estoy así, Ángel? ¿Qué me pasó?
—Loraine, consumiste éxtasis, y también demasiado alcohol. Mi maldito hermano hizo contigo lo que se le dio la gana anoche. De verdad me gustaría que por tus propios medios recordaras qué fue lo que pasó.
Tomé asiento por un instante, intentando calmar mis nervios. Flashes borrosos de memoria cruzaron mi mente. Recuerdo estar bajo la figura de un hombre mayor y corpulento, quien me golpeaba con una fusta de cuero mientras yacía completamente desnuda debajo de él.
Luego, me vi en el centro del bar, bebiendo y sin ropa. No lograba encontrar mis pertenencias ni el dinero que había ganado en mi actuación de striptease. La confusión y la desorientación se apoderaron de mí.
Cuando varios hombres intentaron abusar de mí, Ángel apareció para rescatarme. Con delicadeza, me levantó en sus brazos, envolviéndome en una sábana para cubrir mi desnudez, y me sacó del bar. Dudo que haya hecho algo malo cuando llegamos a su casa.
—Tengo recuerdos muy difusos, Ángel. No me siento bien. Estaba completamente desorientada y confundida. Me drogaron, pero nunca consumo drogas. Lo que tu hermano me hizo anoche es extremadamente humillante.
—Claro que lo es, Loraine. Pero es que tú se lo has permitido. Yo te lo advertí cuando aún estabas a tiempo de escapar de toda su miseria. Pero veo que cada vez estás más fascinada con sus actos —me reprochó Ángel.
—Yo no estoy fascinada con sus actos, Ángel. Es que simplemente tu hermano tiene un poder de manipulación increíble. No comprendo cómo con un solo chasquido de sus dedos, me tiene ahí, en sus brazos, como si yo no valiera nada.
—Tú sí vales demasiado, y te lo digo de nuevo. Aún estás a tiempo de salir de sus garras. Lo que se viene para ti, no se lo deseo a ninguna mujer —añadió Ángel con ojos vidriosos, hablándome con compasión y ternura. Me sentía mal por él, pero también por mí. ¿En qué momento me dejé llevar por tantas cosas?
—¿A qué te refieres? Explícamelo mejor —pedí.
—Pues que él simplemente te quiere convertir en una de sus prostitutas. Él tiene una gran obsesión con las mujeres, pero está enfermo. Se encapricha con una mujer y hasta que no las convierte en un ser completamente diferente a lo que era antes, no deja de hacerles daño. Las manipula, jurándoles amor eterno, diciéndoles que las hará su mujer, que él las hará suyas, como si tuviera la maldita v***a forrada en oro, y todas caen a sus pies —explicó Ángel.
—No, tú me dices eso porque él ha tenido más mujeres que tú. Además, creo que a ti no te gustan las mujeres —replicó con un toque de diversión.
—¡No te gustan las mujeres! Admítelo —añadí en tono juguetón, mientras le hacía cosquillas en el abdomen con mis dedos. Ángel no pudo evitar sonreír, mis caricias lo hacían reír, parecía un niño pequeño.
—Por favor, no hagas eso, me estás haciendo cosquillas y soy demasiado sensible —le rogó Ángel.
—¡Ay, no puede ser, eres sensible! —me lancé sobre él, desnuda como estaba, y comencé a hacerle cosquillas por todo su cuerpo. Ángel se carcajeaba como si estuviera tocando el cielo, manteniendo sus manos hacia atrás para no tocarme. Siempre conservaba esos límites del respeto, que ni siquiera tenía yo por mí misma.
Sin esperarlo, Ángel quedó encima de mí, me observó, apenas pude ver cómo pasaba el nudo que tenía en su garganta. Yo aclaré la mía y él se levantó de mi cuerpo lleno de silicona.
—Discúlpame, Loraine. No quise hacerlo —se apresuró a decir Ángel.
—No ha pasado nada, Ángel. Está bien —respondí, tomando su mejilla y acariciándola. Él despertaba tanta ternura, tanto amor, que era imposible hacerle daño a un hombre tan especial como él. Y no era como esos típicos hombres detrás de una laptop haciendo informes contables. No, él era rudo cuando tenía que serlo, inspiraba respeto y nadie se burlaba de él. Físicamente era un grandulón de músculos marcados y rostro esculpido, bien cuidado y arreglado. No bebía alcohol, no fumaba, y mucho menos consumía drogas. Era el hombre que te hacía sentir vergüenza por la cantidad de defectos que uno podía tener.
—Loraine, no encontré nada de tus pertenencias anoche. Parece que tus maletas quedaron en la oficina de mi hermano y algunas mujeres que trabajan allí se aprovecharon del escándalo de anoche y se robaron todo. Quise averiguar quién había sido, pero era evidente que ninguna iba a señalar a la culpable. Lo siento —me informó Ángel.
—¿Qué? —mi rostro palideció enseguida.
—Por eso estás desnuda. Además, no me atreví a ponerte algo de mi ropa. No me gusta tocarte sin que estés despierta o sin tu permiso —explicó.
—Ángel, ¿y ahora qué voy a hacer? En esas maletas tenía todo lo que comprende mi vida, hasta mi teléfono celular, mis documentos, mis papeles de mis cosas. Todo —exclamé preocupada.
—Tal vez Julius tenga alguna razón sobre las cosas. Creo que es necesario que hables con él —sugirió.
—¿Por qué permitió que pasara todo esto? No lo entiendo —expresé mi confusión.
—Jamás lo vas a entender. Si quieres, toma una ducha. Ya te pasé una camiseta y un pantalón deportivo que eran de mi hermana. Seguramente te quedarán bien. Iremos a comprar algo de ropa —propuso Ángel.
—Pero es que yo no tengo dinero, y mucho menos tengo donde vivir. No tengo nada en absoluto, ni dinero en el banco porque mi marido me lo quitó para la manutención de mi hija. Mis padres no quieren verme, no tengo empleo, ni siquiera tengo ropa interior —desahogué, sintiéndome miserable. Era como si no solo me hubieran robado mis pertenencias la noche anterior, sino también mi vida entera.
Las lágrimas comenzaron a caer a borbotones, sin haberme siquiera visto en un espejo para saber en qué estado estaba. Ángel cubrió mi cuerpo con una sábana y se acercó a mí, dándome un abrazo y un beso en la cabeza. Me quedé ahí, llorando en su pecho, sin saber cuánto tiempo había pasado.
De repente, noté el olor a sudor que emanaba de mi cuerpo y me sentí avergonzada, separándome de él.
—¿Podría darme una ducha? —pregunté, con la voz aún entrecortada.
—Claro que sí. Ya te prepararé algo de ropa de mujer. No importa cómo te quede, ya iremos de compras —respondió Ángel.
—Gracias, Ángel. No sé cómo voy a pagarte por lo que estás haciendo por mí —expresé, sinceramente agradecida.
—Sería el hombre más feliz del mundo, y bien recompensado, si decidieras darle otro rumbo a tu vida —respondió Ángel, con una mirada llena de esperanza.
Entré en el baño y abrí la ducha, dejando que el agua caliente cayera sobre mi cuerpo. Estaba adolorida, cansada, maloliente, y sobre todo, sentía como si en mi entrepierna me hubieran golpeado con un bate. Pasé bastante tiempo bajo el agua, deseando borrar los recuerdos de la noche anterior con cada gota, aunque sabía que eso no sería posible. En ese momento me preguntaba, ¿qué hubiera sido de mí si Ángel no hubiera llegado a rescatarme?