Kailus caminó con sigilo entre los árboles buscando a su presa. Un zorro de colores inusuales, con pelaje entre dorado y naranja brilloso. Sabía que los comerciantes humanos de las tierras del norte pagaban muy bien por esas pieles, y quería ganarse unas cuantas monedas de oro para comprarse para él y sus hermanos unos arcos, carcaj y flechas dignos de unas hadas, ya que Marco se había negado a darles unos por estar aún muy “pequeños”. Así que ahí estaba él junto a su hermano Edgrev, con sus simples arcos, flechas y carcaj de entrenamiento. -Kailus, deberíamos irnos ya, está anocheciendo – dijo Edgrev, asustado. Estaban en lo más profundo del bosque, cerca de la frontera con las tierras del sur, que para ellos eran aún desconocidas. No sabían qué había más allá, pero según lo que recorda