El intento de huida, 2

1197 Words
Cuando llegamos me quedé boquiabierta, el restaurante era uno de esos elegantes, las luces tenues y la música suave creaban algo romántico y por supuesto nada que ver con nosotros tres. Y eso me hizo sentir incómoda y fuera de lugar en medio de tanto lujo. Román, con su traje impecable y su aire de autoridad, parecía encajar perfectamente. Renato, siempre a su lado, observaba todo con una mirada fría y calculadora. Pero cada vez que su mirada verdosa caía en mí esa frialdad desaparecía y parecía una persona totalmente diferente. También sabía perfectamente que cada uno de mis movimientos iban a ser vigilados de cerca. Un mesero nos llevó a una mesa al fondo del restaurante, lejos de la entrada principal. Y por supuesto que mi querido marido eligió el lugar estratégicamente, asegurándose de que no tuviera una salida fácil, pensé, mientras caminaba. En el momento en qué tomamos asiento en la mesa pude sentir una opresión en el pecho que aumentaba con cada minuto que pasaba. Román, con su mirada penetrante, me sonrió de manera que no alcanzaba sus ojos. —Espero que disfrutes la cena, Annika –me dijo con una voz que pretendía ser amable pero que yo ya sabía que estaba cargada de control. Renato se sentó a mi lado, alerta. Por un momento sentí una mezcla de miedo y determinación, sabía que tenía que actuar con cuidado. No podía permitirme un error. Miré a Román, tratando de mantener mi voz firme. —¿Puedo ir al baño? –pregunte, intentando que mi tono sonara casual. Román me miró por un momento, sus ojos evaluando cada matiz de mi expresión. Dioses, mi corazón latía con fuerza, pero aún así le sostenía la mirada, mostrando una valentía que no sentía del todo en esté momento. Sabía que cualquier signo de debilidad podría ser mí perdición. Román, con una mirada que indicaba que entendía más de lo que decía, asintió lentamente. —Por supuesto mi amor. Ve al baño –dijo con su voz suave pero con un filo de advertencia. Con elegancia me levanté, sintiendo las piernas temblorosas bajo el vestido. No necesité darme la vuelta para saber que uno de esos idiotas me había seguido. Cada paso que daba hacia el baño, ellos me estaban poniendo a prueba y por supuesto que no me iban a quitar mi deseo de libertad. Con un pequeño empujón abrí la puerta del baño, sintiendo el frío del metal en mis dedos temblorosos. El baño estaba al final del restaurante, un lugar apartado y casi olvidado. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra ella, respirando hondo. Desde el momento en qué me levanté de la mesa supe que me habían seguido, pero en mi interior esperaba que me diera al menos unos minutos de privacidad. Miré mi reflejo en el espejo, mis ojos negros tenían una pizca de miedo. Este sería mí momento, el momento en qué escaparía, y no me iba a permitir fallar. Me acerqué al lavabo y dejé correr el agua, el sonido me ayudó a calmar éstos estúpidos nervios. —Puedes hacerlo, Annika –me dije a mí misma en voz baja —Tienes que hacerlo. Por un momento cerré los ojos reuniendo el coraje que necesitaba. Sabía muy bien que Román y Renato no me dejarían irme fácilmente, Pero también sabía que no podía seguir viviendo bajo el control del señor y el joven King Par de idiotas. Mi libertad estaba a solo unos cuantos pasos de distancia, con miedo cerré el grifo y me dirigí hacia la puerta y abrí lentamente y con cuidado me asomé al pasillo. —Mierda. Renato estaba allí, fingiendo desinterés mientras revisaba su teléfono. Dioses, tenía que actuar rápido sí quería salir de aquí. Con bastante cuidado salí del baño y comencé a caminar hacia la entrada principal del restaurante, mis pasos eran rápidos y decididos. Cada segundo contaba, y no podía dudar, yo saldría de aquí. El corazón me latía con fuerza en el pecho, pero no me detuve. La salida estaba a la vista, justo cuando pensaba que lo había logrado, una figura familiar apareció en el pasillo. Román, con su mirada penetrante y su estúpida sonrisa burlona, bloqueó mi camino. Y detrás de él pude ver a Renato, en sus ojos había preocupación. —¿A dónde crees que vas, mi amor? –preguntó, su voz sonó suave pero llena de amenaza. En seco me detuve, mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad para encontrar una salida. —Solo necesitaba un poco de aire –respondí, tratando de mantener la calma. Quise llorar cuando Román se rió. —No me mientas –dijo, dando un paso hacia mí —Sabes que no puedes escapar de nosotros, ya te lo había dicho antes bonita. Por instinto retrocedí, desgraciadamente mi espalda chocó contra la pared del pasillo. —Román, por favor –suplique con desesperación. Pero él no mostró piedad. —Te hemos dado todo, Annika –habló en voz baja y peligrosa —Y así es como nos estás pagando. Cuando él extendió la mano hacía mí, reaccioné rápido golpeando su brazo con todas mis fuerzas, pero aún así Román me tomó del brazo. —No puedes huir de nosotros Annika entiendelo –repitió, apretando su agarre. Tenía que actuar rápido porque sí no lo hacía todo se iría al carajo. Con un movimiento rápido levanté la rodilla y golpeé a Román en la entrepierna. Él soltó un grito ahogado y aflojó su agarre lo suficiente para que pudiera zafarme. Sin perder un segundo, corrí hacia la entrada, mí corazón latía con fuerza en mi pecho. Durante la huida pude escuchar a Román maldiciendo detrás de mí, pero no me detuve. Cada paso me acercaba más a la libertad, y no podía permitirme mirar atrás. La puerta principal estaba a solo unos metros de distancia, tenía que llegar antes de que Román se recuperara. La adrenalina corría por mis venas, dándome la fuerza que necesitaba para seguir corriendo. La salida estaba tan cerca que casi podía tocarla, tan solo unos pasos más y sería libre. Llegué a la puerta principal y la empujé con todas mis fuerzas, sintiendo el aire fresco de la noche en mi rostro. Pero antes de que pudiera dar un paso más, una mano fuerte me agarró del brazo. —Detente Annika –dijo Renato. Con terror me dí la vuelta miré al hombre de ojos verdes. —No puedes detenerme –dije con voz firme. —Por favor muñequita no me dejes. —Me estás lastimando Reno, por favor suelta mi brazo. —Yo te quiero Annika. En ése momento la suerte estuvo de mí lado cuando una camarera se acercó a nosotros, varias personas sé habían levantado de sus asientos. —¿Hay algún problema? Antes de que Renato reaccionará hablé rápido. —Si, él y su hermano me han secuestrado. Señorita por favor llamé a la policía. Y sin perder tiempo me liberé de su agarre. Y no perdí la oportunidad, tenía que alejarme a toda prisa y salí corriendo hacia la oscuridad, dejando atrás el restaurante a Román y a Renato.
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