El infierno King

954 Words
El aire estaba denso, impregnado de un silencio inquietante que parecía absorber todos los ruidos del mundo exterior. Con cada latido de mi corazón, el pánico se intensificaba. Con miedo miré las escaleras, y un escalofrío recorrió mi espalda al recordar la forma en que Román había entrado en mi vida, en mi casa. Todo lo que antes consideraba un hogar ahora se sentía como una trampa. —Román, por favor —rogué, intentando mantener la voz firme aunque en mi interior todo era caos. Él se recargó despreocupadamente en el umbral. Sus manos estaban metidas en los bolsillos de sus pantalones, como si no le importara en absoluto el drama que se desplegaba ante sus ojos. Su risa resonó en la habitación, el hombre frente a mí era él mismo monstruo, con sus sonrisas burlonas, sus palabras crueles que revelaban su verdadera naturaleza. El tiempo se detuvo; mi mente gritaba que debía escapar. Miré hacia las escaleras, donde sabía que dormía mi hijo. Esa pequeña vida inocente era mi razón de ser, mi prioridad. Si algo le ocurría a él, yo perdería todo sentido de existencia. Sin pensarlo dos veces, me levanté del sofá y corrí hacia las escaleras con la desesperación grabada en cada paso. Román no hizo nada para detenerme. Sabía que tenía esa ventaja sobre mí; siempre había sabido cómo jugar con mis miedos. Y ahí estaba, como un depredador acechando a su presa, disfrutando de mi agonía. Logré alcanzar la escalera, pero un grito de advertencia murió en mi garganta cuando sentí sus ojos clavados en mi espalda. Pero fui tan estúpida de creer que podría huir de él de nuevo. El primer escalón me sorprendió: resbalé y caí. Con el impacto, una punzada de dolor recorrió mi cabeza, y la habitación empezó a girar como un torbellino de sombras. La caída me robó el aliento; el dolor fue tan intenso que perdí la noción del tiempo y el espacio. Mis sentidos se desdibujaron, pero aún pude distinguir a Román acercándose, su figura oscura trazando un camino a través de la bruma de mi confusión. —No te preocupes, mi amor —dijo mientras se arrodillaba a mi lado, su tono era sorprendentemente suave y casi paternal. Sus manos me acariciaron el cabello con una delicadeza irreal. —Por favor… no lo lastimes —logré murmurar, forzando las palabras a salir de mi boca, mientras la sensación de desvanecimiento me envolvía. —Lily cuidará de él —respondió, como si eso pudiera calmar mis temores. Pero esa idea sólo despertó más preguntas en mí. ¿Cómo sabía él el nombre de la niñera? ¿Por qué sentía que algo no estaba bien? Su voz sonó amable, como una melodía que intentaba acunar mis miedos. Pero esa dulzura me resultaba un eco distante de la verdad. Aquello no era un refugio, sino una máscara que ocultaba el abismo. Luché por mantener mis ojos abiertos, por aferrarme a la realidad, pero mis párpados eran demasiado pesados. Entonces, todo se desvaneció. Cuando la oscuridad me tomó, una imagen se me apareció en la mente: mi hijo, corriendo por el jardín, riendo, ajeno a la tormenta que se cernía sobre nosotros. Un sentimiento de culpa me inundó; sabía que tenía que protegerlo, que debía regresar. Pero la fiebre de la inconsciencia rápidamente comenzó a consumir mis pensamientos. Desperté en un lugar distinto. La luz era tenue, perforando a través de cortinas blancas. Sentí que el entorno era familiar, pero algo en mi interior me decía que estaba atrapada en una ilusión. La cama era suave, tal vez demasiado. Intenté moverme, pero mis músculos parecían estar hechos de plomo. —¿Klaus?—llamé, mi voz apenas en un susurro. El silencio me respondió, pesado y opresivo. En ese instante, me di cuenta de que estaba sola. Una sensación de terror se apoderó de mí al pensar en dónde podría estar mi hijo. Y entonces recordé las palabras de Román: “Lily cuidará de él”. Pero, ¿quién era realmente Lily? Tratando de concentrarme, me forcé a recordar. Había diferentes posibilidades, diferentes escenarios llenos de pánico. Al parecer, Román había elaborado un plan; eso me aterraba aún más. Podía imaginarlo acechándome, jugando con mi mente, con cada movimiento calculado. Era un maestro en el arte de provocar terror. Me incorporé lentamente y observé el cuarto. Las paredes estaban decoradas con fotografías familiares, pero los rostros eran sombras de tiempos dominados por el temor. Aquí había vivido con mis abusadores, y aquí solo quedaba el eco de los gritos. Algo se atascó en mi garganta y sentí un vacío profundo. Al levantarme, un golpe resonó en la puerta. Tiempos de tensión y angustia volvieron a inundar mi mente. ¿Era Román? ¿Lily? El corazón me palpitaba en las sienes mientras me acercaba cautelosamente a la puerta, mi instinto materno gritándome que no me acercara. —¡Mamá! —Una voz infantil atravesó el silencio. El sonido era como un bálsamo que curaba las heridas del alma. El dolor se disolvió en un instante. Desempaqué la desesperación y abrí la puerta de golpe. Allí estaba mi hijo, con los ojos llenos de miedo y lágrimas, pero también con esperanza. Lo abracé con fuerza, como si mi vida dependiera de ello. —Estoy aquí, estoy aquí... —repetía, sintiendo su pequeño cuerpo temblando contra el mío. En ese momento, el mundo se desvaneció de nuevo a su alrededor. Nada importaba más que su seguridad. Y entonces, mientras lo apretaba entre mis brazos, escuché pasos pesados detrás de mí. Una sombra se proyectó en la puerta: Román. Su sonrisa fría volvió a aparecer, y con ella, el pánico regresó. —Bienvenida a casa mi amor.

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