Mina y el Guerrero

Capítulo III /Despedida

El sin nombre parecía muy a gusto con su presencia. Mina se preguntaba una y otra vez mientras avanzaba: ¿De dónde será el sin nombre? ¿De dónde proviene? ¿Tendrá familia?”

Sus cavilaciones cesaron en cuanto notó la entrada de la pequeña choza. Llamó a la puerta, pero nadie salió a atender, pensó que quizá su abuela ya estaba dormida. Ya había anochecido sin tomar en cuenta todo el tiempo del camino de regreso, seguramente ya era muy tarde. 

―Permítame entrar primero para explicarle, no quiero que se asuste o piense…

Él sonrió.

―Descuide, esperaré.

Ella entró después de forzar un poco aquella puerta vieja mal enclavada. No la cerró la dejó abierta. Observó el fogón encendido, los tapetes vacíos. Parecía no haber nadie en la choza. Mina sintió una opresión en el pecho, era como si su corazón la avisara que algo muy malo estaba por ocurrir. 

Avanzó unos pasos hacia el fogón se escuchaba como el agua hervía en una olla sentada sobre el fuego. Detrás de la mesa, la anciana estaba tendida, parecía inerte tumbada en el suelo.

Sintió su corazón desprenderse de su pecho al ver a aquella única persona que era su familia, sin vida. Se inclinó a su lado, mientras las lágrimas recorrían su rostro. La abrazó y su cuerpo estaba frío, muy frío.

Los sollozos y el llanto salieron de su ser cómo una melodía triste, que desataba todo aquel dolor que le causaba haber perdido todo lo que tenía por madre y padre. Escuchó unos pasos acercarse, con los ojos aún llenos de lágrimas observó al sin nombre.

Aquel guerrero sentía su alma sumida en aquella angustia y dolor que a Mina traspasaba. 

Él había sido elegido para tener el don de la verdad, podía conocer un alma con sólo ver a una persona fijamente a los ojos. Mina tenía la mirada de un guerrero, había fuerza y unas inmensas ganas de sobresalir siempre ante cualquier cosa mala que sucediera, si bien como ser humano se sintiera afectada por lo que podía acontecer. Su ave mística lo había guiado hasta esa parte del pueblo y el destino lo hizo hallar a una muchacha valiente, aunque desdichada.

―Ella era todo lo que tenía…   ―Susurró ella con voz temblorosa.

El sin nombre se inclinó ante ella.

―Mina, lamento mucho lo que ha pasado. No es fácil caminar solo, pero no es imposible. 

―Disculpe, pero al parecer no podré ayudarlo…

Mina seguía aferrada aquel cuerpo sin vida. Era como si en sus manos sostuviera todo lo que podía significar el amor y la felicidad.

― ¡Me quedé sola de nuevo! No sé qué será de mí, pero por su memoria no puedo dejarme caer, ella no lo hubiera querido así.

El sin nombre se sintió muy satisfecho con aquellas palabras. No se había equivocado con Mina, ella tenía un espíritu fuerte.

―Entonces, me quedaré a su lado.

Ella dejó el llanto observándolo sin creer lo que había escuchado.

―Ahora, usted necesitará dinero, y compañía. Yo la ayudaré con lo que requiera.

Soltó de un brazo a su abuela, se limpió las lágrimas, sin comprender. 

―Ninguna persona da algo sin esperar nada a cambio.

Él sonrió amablemente.

―No tema Mina, no la quiero como mi mujer, si es lo que usted piensa. Me quedaré a su lado, y usted me enserará lo que conoce de este pueblo. Para mí es muy importante su ayuda.

El sin nombre no podía explicarle lo que había visto en ella. Temía complicar el destino de ambos. Conocer el pueblo era una de las muchas cosas a las que había llegado. Ese pueblo era muy popular en la región por sus plantas curativas, su buena cerveza y sus hermosas mujeres.

Mina se sentía confundida, no sabía hasta qué punto era bueno el sin nombre, ya que de ser un ladrón no podría llevarse nada; no había nada de valor en la choza, y de hacerle daño, pues tampoco había posibilidad, ya habían estado a solas mucho tiempo. 

―Gracias, por su ayuda, sin nombre.

Él se quedó con ella esa noche, la ayudó con su abuela, ambos la cremaron acorde a las costumbres de la región, que era hacer un tablón de madera y broza e incinerar el c*****r después de recitar varias oraciones. Mina no pudo dormir, pero se sentía muy agradecida al cielo por no haberse quedado sola.