Capítulo II / El sin nombre

883 Words
Fue hasta él, por suerte él desamarraba las riendas de un caballo pardo a un poste de madera.  ―Oiga, sin nombre ¿Quién es usted? Él se volvió a ella, sonriendo. ―Un hombre que le ha llamado la atención conocer un hermoso pueblo.  Ella sonrió alegremente, meditando cada una de sus palabras.  ― ¿De dónde es usted? ― Preguntó Mina, se sentía muy interesada en seguir hablando con ese disímil caballero. ―Soy de donde me lleva el destino. No tengo un hogar, ni tampoco busco estar en un lugar por siempre. Soy como el viento, amo la libertad de mis pasos y estoy enamorado de mi espada. Me anima mucho encontrar buenos oponentes para combatir. Eso soy, Mina, un soplo del viento que forma a un guerrero. Le encantaron cada una de las palabras del sin nombre.  ― Un guerrero… Ese hombre se sintió ferozmente atrapado en la profunda mirada de Mina. Notó en ella el mismo ideal que él mantenía, un mismo destino donde la vida significaba ser un intrépido viajero, donde conocer el mundo era un lema de vida, sin ataduras, ni compromisos siempre en libertad. Mina tenía esa expresión de esperanza, una que a él le fascinó, rara vez se había topado con alguien así, podía entender que esa mujer tenía mucha bondad con una fuerza prodigiosa. ―Mire, quiero ser sincera con usted. Le agradezco lo que hizo, no sé cómo pagarle, no tengo dinero ni riquezas, pero… Él la interrumpió.  ―No es necesario, pero me agrada su sinceridad. Ya que quiere compensarme…  ¿Por qué no me acompaña? Mina abrió los ojos a más no poder, mientras su corazón brincaba descompasadamente en su pecho. Al percibir los erráticos latidos de su corazón, algo la impregnó profundamente de arrepentimiento. El caballero lo notó al instante. ―Mina, no le haré daño, le doy mi palabra. ―Mencionó él al verla tan ensimismada. Aquellas palabras sonaron sinceras para Mina. Ella asintió con la cabeza y él la subió al caballo sin él montarse. Mina se sentía completamente deslumbrada ante el comportamiento del sin nombre. Se alejaron mucho de la taberna, yendo por un sendero estrecho entre el pueblo hasta casi cruzarle. Notó que ya anochecía y que su humilde casa hacía un rato había quedado atrás. El caballero seguía yendo tranquilamente fijándose en el camino. Se adentraron hasta el bosque, de pronto se detuvo.  ―Bien, ahora podrá compensarme, pero será sólo si usted lo desea…  Mina se bajó del caballo, mientras el sin nombre mantenía toda su atención en ella. “Es atractivo, es amable, es sincero, quizá lo correcto sea entregarle lo que todo hombre quiere de una mujer, no tengo opción pagó muy bien por ayudarme, es lo justo” Pensó. Inclinó la vista muy apenada, y lentamente deslizó sus dedos al escote de su viejo vestido, él notó lo que intentaba, se sobresaltó de inmediato, amonestándola. ―Mina ¿Qué hace? ― No lo sé, es que, usted… ― ¡No! No quiero eso de usted. No sea absurda. Que de haber querido eso, no habríamos venido hasta aquí, sino que desde hace ya un rato habría ocurrido y no muy lejos de donde la hallé. Lo que quiero decir es que, si le parece, me gustaría que me enseñe como es el pueblo, sus costumbres, su manera de entender las plantas curativas. Pasaré unos días en el pueblo, prometo pagarle bien. Será poco tiempo, tal vez cinco días o una semana.   Se sonrojó a más no poder, tragando saliva. ―Sí, creo que está bien.  Mina nunca se sintió tan contrariada y desconcertada al mismo tiempo. El sin nombre no dejaba de sorprenderla. ―Empecemos por lo más lógico. ¿Tiene donde vivir? ―Vivo con mi abuela― Respondió sintiendo que había contestado muy rápido. ―De acuerdo, entonces… ¿Cree que puedo quedarme unos días con usted, bueno los días que necesite estar en el pueblo? Sabía que aquella anciana ya estaba muy enferma y ambas necesitaban mucho el dinero. Aquella anciana se dedicaba a leerle la suerte a las personas, pero lo que ganaba con eso no alcanzaba para la comida, menos para mantener lo necesario. Mina trabajaba con ánimo porque tenía a quien cuidar, alguien que la esperaba al volver, esa anciana era marginada por muchos en el pueblo al dedicarse a la adivinación, pero Mina sabía que esa anciana tenía más corazón que muchos de los que la señalaban y se proclamaban a sí mismos justos y creyentes. Quizá esa anciana predicaba amor con sus hechos más que con sus palabras. ―Sí, sí. Sólo debo avisarle a mi abuela primero.  Él asintió con la cabeza y ambos iban caminando a su humilde hogar. Ella dirigía la marcha, mientras no podía dejar de pensar en lo diferente que era el sin nombre al resto de los hombres. Su abuela se lo había dicho muchas veces: todos los hombres no pueden ser iguales, sino sólo habría herreros, o sólo pastores. Sonrió al darse cuenta que aquella anciana tenía razón. Trataría de ser muy amable con el sin nombre. Aunque no sabía cómo harían para vivir en aquella pequeña casita hecha con endebles maderos, donde apenas había unos tapetes para dormir.
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