Peligro en el bosque II

1648 Words
Aquella situación era caótica. Entre las manos de aquel hombre de dos metros y complexión robusta, estaba la vida de Siu, quien quizá en un descuido fue descubierta por él y no parecía que tuviera intenciones de soltarla. El alma de Yun ardía solo de escuchar el jadeo insistente de ella, tratando de jalar aire para seguir con vida ¿Qué podía hacer? Si daba un paso más, de seguro no tendría piedad en quebrarle la tráquea al instante. —Al fin te apareces, escoria —esbozó una mueca de odio con una áspera voz, sin soltar a Siu de su agarre mortal. —Yu-Yun —dijo Siu en un hilo de voz. —Suéltala o no respondo —amenazó Yun con el ceño fruncido, mostrándole su filoso puñal para dejar aquello en claro. —¿Crees que me asustas, niñita? —Se carcajeó de manera estridente—. Vamos a ver si a ti también te gustaría perder a tu compañera, como ella acabó con la vida de mi fiel amigo ¡Oh! Pero qué mala noticia para ambos. Resulta que no estaba muerto. El gruñido comenzó a resonar por los alrededores y Yun se sobresaltó, ya que, aunque moviera sus pupilas buscando al animal, no se sabía en realidad de dónde provenía el gruñido. Tenía sentido, porque aquel tigre azabache rayas blancas tenía la habilidad de ocultarse entre los árboles y camuflarse en lo oscuro de la maleza; la penumbra del espeso bosque era su aliada. —Veo que te gusta abusar del más débil —Se burló Yun con socarronería y el hombre al instante frunció el ceño— ¿Por qué no te dejas de juegos y pruebas tu poder de una manera más hoborable. Como un hombre? Anda, si es que eres tan fuerte, como dices ser. Las palabras de Yun parecieron haber hecho algún efecto en el hombre alto, corpulento y de aspecto descuidado, porque acto seguido soltó a Siu, dejándola caer a un costado, completamente inconsciente. El joven príncipe no estaba seguro si ella había quedado viva o no; solo esperaba vivir para averiguarlo. Mei había seguido a Yun y se dio cuenta de todo ese alboroto. No pudo limitarse más que a ser una testigo de aquel encuentro que, parecía iba a ser violento. Por momentos se asomaba detrás del árbol en el que se ocultaba, sin poder hacer absolutamente nada. —El que va a quedar como una niñita es otro, y lo estoy viendo justo enfrente. —El hombre terminó aquella oración y se abalanzó hacia Yun, mientras desenvainaba una espada. Yun esquivó con movimiento ligero y propinó una fuerte patada en la espalda baja del hombre, pero solo logró que se tambaleara un poco y regresara a atacarlo con la espada sostenida delante de él. El joven corrió hasta llegar a un árbol y se trepó con agilidad, a donde no podía llegar el hombre con su espada. —¡Baja de allí gallina cobarde! —Se dirigió hacia donde estaba la inconsciente Siu y la agarró del pelo para levantarla—. Si no ya sabes quién pagará los platos rotos. Lo que Yun no se imaginaba era que el tigre estaría justo a la par de él, tan cerca que no tuvo tiempo ni de sobresaltarse, porque de un doloroso zarpazo lo botó del árbol, pero aún así, logró dar una pirueta en el aire y caer acuclillado. El príncipe se sentía exhausto; en verdad los combates reales no eran algo que él hubiera enfrentado antes, a pesar de que entrenaba moderademente todos los días. El reinado de su padre no había sido a base de sangre, al contrario; la paz había imperado en su mayoría a lo largo de la vida de él y sus hermanos... hasta ese instante. —¿Qué... Se ha cansado la señorita? —Su estridente risa resonaba en los alrededores—. Sabes, me estoy aburriendo de esto. Hagámoslo más interesante, me siento un poco excitado, esta mujer es hermosa, es toda una hembra. El hombre con mirada de lascivia, comenzó a pasar sus dedos en la longitud de las piernas de Siu. Pasó apretando su glúteo y terminó manoseando uno de sus prominentes pechos. Esa cadena de acciones hizo hervir la sangre de Yun. —¡No la toques, malnacido! —exclamó Yun con un grito corrió hacia el hombre para atacarlo. El hombre lo que hizo fue colocar a Siu inconsciente frente a él, usándola como una especie de escudo. Yun por poco lastima de gravedad a la chica, a quien le dejó una leve cortada. —Maldito cobarde —esbozó Yun entre dientes, mientras sentía al tigre acercarse a él por detrás. —¿Cobarde yo? —se carcajeó el hombre—. Tú eres el cobarde por dejar que una chica te impida dar un golpe. Ahora tu error te costará caro. Yun sintió cómo la fiera venía a atacarlo con rapidez, pero él de una ágil patada lo mandó a volar y con un ágil movimiento giratorio se dirigió justo atrás del rufián, para asestarle un golpe en la nuca que lo hizo soltar a Siu y caer de costado, al igual que lo había hecho el tigre. —¡Yun, su espada! — gritó Mei detrás del árbol y él se sorprendió al verla allí, pero no había tiempo que perder. Como un rayo se movió para dejarlo desarmado. El hombre había perdido la orientación y la consciencia. Le costó volver en sí, pero cuando lo hizo, resulta que Yun estaba frente a Siu, protegiéndola. Además, la mujer a la que le había quitado sus hijos estaba a su lado. Los brazos del joven estaban en posición de ataque, usando la espada que le había quitado mientras no sabía ni quién era a causa del golpe. Y lo más relevante: estaba atado de pies a cabeza en uno de los gruesos árboles de ese bosque al igual que el tigre n***o. —¿Pero, qué mierda me hicieron ustedes? ¡Suéltenme de inmediato, bola de pelmazos inservibles! —bramó el hombre con rabia. Yun, con su semblante lleno de enojo, se acercó al hombre y acercó el filo de la espada a su cuello, justo al ras de su sudorosa y áspera piel, para luego comenzar a interrogarlo bajo amenaza: —Primero me vas a decir, ¿a dónde llevaste los hijos de esta pobre mujer? —dijo entre dientes y sin quitar la vista de sus pequeños y chinos ojos que parecían temblar de impotencia. —Si me sueltan les prometo que se los digo —respondió con la voz entrecortada y la mirada retadora. El estómago de Yun se revolvía de rabia al no obtener colaboración del hombre. Mei comenzó a llorar amargamente de nuevo. —Y tú callate zorra, que no debí dejarte con vida ¡Eres una molestia! —Habla o te corto el cuello —dijo tajante Yun, mientras hundía un poco más el filo y cortaba un poco la piel, sacando un quejido doloroso del hombre. —Sé que no te atreverás, si no ya lo hubieras hecho. Te lo repito, eres una gallina —siseó sin querer colaborar. —No hablará —esbozó Mei entre sollozos y con sus manos cubriendo su boca. —Claro que lo hará, si es que quiere vivir —dijo Yun, pero en una fracción de segundo una flecha había impactado en el pecho del hombre. Yun y Mei voltearon a ver con sorpresa en sus rostros. Siu, que temblaba de debilidad, había vuelto en sí y no dudó en darle con su flecha una vez que su cuerpo recuperó un poco de fuerza. —Esto no se va a quedar así —amenazó el hombre, dirigiéndose exclusivamente a Siu y allí amarrado dejó de vivir. —Siu... —dijo Yun con preocupación y se acercó con rapidez para sostenerla y ella se desplomó en sus brazos. —¡Por todos los dioses! —Mei se acercó de inmediato para ver a la chica con un dejo de preocupación—. Lo bueno es que sigue con vida, es un alivio. —Tiene razón, ahora debemos encontrar refugio cerca de aquí. Ya estamos muy alejados de Yumai, el ocaso se acerca y ella necesita reposar. —Yo los acompaño —dijo Mei en una súplica—. Es mejor estar con ustedes a que me devoren las fieras en este lugar. Además, soy buena atendiendo a los enfermos y convalecientes. Ese era mo labor antes de llegar aquí. Al referirse a convalecientes, Mei se refería a la chica arquera y al mismo Yun. Él entendió de inmediato y sus ojos se direccionaron hacia Siu, lo hizo como si se tratara de magnetos atrayendose por inercia. La escrutó con discreción, no quería evidenciar lo preocupado que estaba por ella, aunque aquello le resultaba casi imposible. El rostro de Siu se veía pálido y su frente estaba empapada de sudor, pero el joven Yun no pudo evitar sonreír sutilmente, al sentir que ella respiraba y la había podido salvar de las garras de ese rufián. De un momento a otro, Yun esbozaba una expresión de dolor, ya que, ahora tenía ambos brazos heridos por las garras del tigre y la sangre goteaba en la alfombra de hojas secas de los árboles. Cuando el joven se acordó del animal y del rufián, volteó a ver hacia el árbol donde yacía el cadáver, pero lo que vió lo hizo sobresaltarse sobremanera. El cuerpo del hombre allí atado se había transformado en una especie de cúmulo de escamas secas, parecido a la muda de piel de una serpiente. Al voltear a ver donde habían amarrado al tigre, sorpresivamente ya no estaba. Yun y Mei de imnediato se voltearon a ver con perplejidad; en realidad no había palabras ni explicaciones coherentes a lo que acababan de presenciar.
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