Silencio... eso era lo único que el príncipe Yun podía alcanzar a escuchar, aunque con dificultad, ya que, posiblemente sus oídos internos se habían reventado a causa de los golpes recibidos de aquellos dos dragones. No se escuchaba ni el crujir de las hojas, ni el sonido de los insectos, ni del paso del río que estaba cercano al monumento. Allí, hincado y con el cuerpo adolorido pidiendo a gritos un descanso, imploraba en su mente al Fenghuang que apareciera, que necesitaban de su ayuda, pero el monumento de piedra seguía estático y más bien había dejado caer de su pata aquel pendiente que él sabía muy bien que le pertenecía a la convaleciente Siu ¿Por qué estaba allí? Él no tenía la respuesta para aquello. Los ojos de Yun se aguaron y dos caudales de lágrimas surcaron sus mejillas, par