Si en el ocaso las cosas habían empeorado un poco más para la emperatriz y su familia, en definitiva, la madrugada había sido de perros. Nadie había pegado el ojo ni un instante. An comenzó a tener una especie de episodios de convulsiones leves que se habían ido agravando a medida que pasaba el tiempo. An había estado balbuceando cosas ininteligibles a cada media hora; no parecían palabras siquiera. Heng tuvo que salir de la habitación, tratando de contener su pesar al ver en ese estado a su esposa ¿Por qué a ella? Si el universo quería hacerle pagar algo, ¿por qué no le ocurrió a él? El sufrimiento por el cual su amada esposa estaba pasando era inhumano, injusto y no lo merecía. Ella, que era el ser más pacífico que pudo conocer en toda su vida. En uno de tantos aquellos episodios, An h