Los días de luto y desesperación parecían no tener fin en Ciudad Prohibida, la que un día se consideró la más próspera de todas las ciudades de China. Ya habían pasado tres días y dos noches desde que el alma de An abandonara a su esposo e hijos para siempre y mucho más desde que los Qing no sabían nada del paradero del m*****o más pequeño. A pesar del dolor que pudiese estar pasando, el príncipe Jin no se había quedado de brazos cruzados para salir a las calles a ayudar en todo lo que estuviera a su alcance. Inclusive tuvo que encargarse del estado financiero del Palacio, ya que, su padre Heng se la pasaba en su alcoba real sin importarle nada más que su tristeza y Shun no despertaba de su largo sueño ocasionado por el estado deplorable en que su cuerpo se encontraba. Nadie sabía si algu