Desde horas de la madrugada el pueblo de Ciudad Prohibida había salido a ver lo que quedaba de sus pertenencias. Todo se había vuelto un caos de escombros y cadáveres que los familiares reconocían. Del bando enemigo solo quedaban cúmulos de escamas extraños que nadie podía explicar. Toda la sala principal estaba llena de inciensos y de músicos que acompañaban aquel trágico momento. El Emperador encabezaba los rituales fúnebres y estuvo hincado ante el cuerpo expuesto de An, que yacía recostado en una cama lujosa llena de cojines y sábanas de seda y terciopelo. Jin, después de haber sido obligado a guardar unas horas de reposo y cuidados médicos, se integró al lado de su padre y se quedó por horas orando porque su madre tuviera descanso en la transición de la vida hacia la muerte. La sal