NICOLE
Fui aquella novia que corrió a media noche un día antes de su boda.
Había sido peor que Cenicienta. Ambas teníamos motivos por lo cuales decidimos correr. Por ejemplo, a ella el encanto de la magia de su hada madrina terminaba a la medianoche y tuvo que correr como una tonta porque no fue capaz de retirarse diez minutos antes de las campanadas, claro, estaba embobada con el príncipe, un "buenorro" que no le quitaba los ojos de encima.
En cambio, yo sabía que tenía que correr esa misma noche antes de que fuera la boda. Tomé la decisión en el momento en el que abrí ese sobre y mi vida cambió. Ese papel fue esa campanada que deshizo el hechizo y me di cuenta en ese momento tenía que salir corriendo antes de mi boda.
Con lo que no contaba era que esa misma noche a Santiago, Tiago, como le dicen de cariño, iría a dejarme flores de la buena suerte por una nueva vida que nunca llegó.
Una buena suerte que nos pasó por el suelo porque para nosotros no llegó.
Me encontraba cenando en uno de los mejores restaurantes de París, luego de que mi exposición de pinturas fuera todo un éxito. Habían pasado dos años desde que había abandonado a mi prometido sin darle alguna razón, y durante ese tiempo me había catalogado como uno de los pintores más exitosos del momento en toda Europa.
Tenía una copa de vino en mano, brindando con algunos colegas por mi éxito, y muchos pretendientes esa noche, de los cuales ninguno terminaría en mi cama. Al menos no esa noche.
— Niki —, así me llamaban algunos de cariño—, tu éxito esta noche ha sido rotundo. Mira que vender casi todos tus cuadros en la exposición, casi nadie lo logra.
— No es sorpresa tratándose de mí —. Le sonreí a uno de mis tantos pretendientes. Me alejé de él para ir a observar, desde la terraza, la vista parisina que brillaba ante la noche. Si, algunas veces me gustaba ser un poco engreída y altanera, lo era con consciencia.
Lo único que me pesaba en ese momento es que mi éxito lo estaba celebrando prácticamente sola, porque por más que anhelara a mi familia en ese momento conmigo, sabía que no sería posible porque mi papá me había echado de la familia tal cual papel a la basura. Ni siquiera se habían enterado de mi boda con Santiago, nunca lo conocieron porque me habían borrado de su vida.
Tenía dos años sin regresar al país. No quería que la gente me señalara por haber dejado a Santi, como yo lo llamaba de cariño algunas veces, de la manera en como lo hice. Mis conocidos solían querer más a él que a mí porque yo los había conocido, a la mayoría, gracias a él.
Muchas veces me cuestionaba cómo pude haber dejado a un hombre como Santiago si era amable, tierno, varonil, de esos que pueden romper la camisa con sus bíceps, y tan guapo que hasta el mismo diablo se enamoraría de él. Y qué decir del desempeño que tenía en la cama no había comparación con la química que teníamos en la intimidad.
Simplemente pasó. No era mi momento y estaba segura de que nunca lo sería. No quería drama, por eso hui.
En fin, no era el primero ni el último. Aunque el tiempo diría si sería el único, algo que temía.
Había visitado varios países alrededor del mundo, pero Europa, por muy cliché que se escuche, era el lugar que me había acogido a mí y a mi arte. Pintar era lo que más me gustaba hacer, y estaba cobrando fama por mis cuadros y ese estilo característico que había desarrollado en todo este tiempo. Era la manera en como volcaba mis penas, le había aprendido a Shakira porque al menos las estaba facturando, aunque a él lo había dejado yo.
Había recorrido más de cuarenta países en dos años y estaba orgullosa de que mis ojos hubieran visto tantas formas y colores que pude plasmar en mis pinturas todo lo que estaba viviendo por dentro.
Me había prometido a mí misma vivir mi vida sin planear un futuro, quería que mis pies recorrieran el mundo sin rumbo fijo. Esa libertad que siempre había amado la quería abrazar y vivir con ella por siempre.
Mi teléfono sonó y me sacó de mis pensamientos. Sonreí al ver que era Lidia, una prima que había logrado ponerse en contacto conmigo hace apenas un año. Como había dicho, me desaparecí del mapa de mi familia.
— Creí que no me ibas a responder —. Escuché a Lidia al otro lado del teléfono.
— Y pensaba no hacerlo, pero estoy tomando un buen vino en París y ando de buen humor. Así que estás de suerte —. Le di un trago a mi copa mientras seguía observando a París de noche desde la terraza.
— Y la suerte la tiene tu mamá porque pude localizarte. Se puso mal Nicole y está suplicando que vuelvas a la ciudad porque quiere verte. Está internada.
Las palabras de mi prima me dejaron helada al escuchar que la salud de mi mamá se había deteriorado. No la había visto desde hace cuatro años desde que me fui de casa. Me había enojado con ella porque le había dado la razón a mi papá... en fin, era mi mamá y no podía dejar de verla.
— ¿Qué han dicho los doctores? —Pregunté con un nudo en la garganta.
Después de la llamada me salí de la fiesta despidiéndome de todos. Esa misma noche me dispuse a regresar a mi ciudad. Mi mamá me importaba demasiado como para ignorar su situación, no me perdonaría si algo le fuera a pasar.
Me había comprado un departamento en París que era el lugar a donde solía descansar después de viajar por temporadas. Lo primero que hice fue llegar a quitarme el vestido y hacer una maleta a prisa con todo lo necesario. Había comprado mi boleto de avión de regreso en el taxi, por lo que tuve que darme prisa.
Solo me llevé una maleta pequeña, ya que tenía la esperanza de regresar en unos días. No quería confrontarme con mi papá y tener más drama familiar.
Una hora más tarde tomé el avión con el corazón acelerado porque estaría regresando a la ciudad luego de haber huido como una cobarde, y así pasaron catorce horas de vuelo en medio del dolor de cabeza intenso y las ganas de vomitar que tenía por el regreso.
Al llegar a la ciudad, mi prima Lidia me estaba esperando en la entrada de la sala de espera. Llevaba un vestido veraniego de esos que huelen a playa nada más verlo, eso sí, siempre con la elegancia que la caracterizaba.
Tuve que esquivar a varias familias con niños que corrían por todos lados emocionados porque sus vacaciones estaban comenzando.
— ¡Madre mía! ¡Pero qué guapa estás Nicole! —Me abrazó para después barrerme con la mirada—. Estos cuatro años sin verte sí que te han sentado de maravilla.
— Los años también te han favorecido, aunque siento que me estás diciendo las cosas por algo que no me has dicho —. Sabía que era sincera, pero estaba teniendo una corazonada al respecto.
— Que va mujer, vamos al auto y te pongo al tanto de todo lo que ha pasado.
Me ayudó con una de mis maletas, sí, al final terminé con tres. El aeropuerto estaba lleno y la mayoría de la gente estaba ahí para vacacionar, lo que significaba fila para pagar el estacionamiento y al final tráfico.
Subimos al mini cooper de mi prima que estaba estacionado casi a la salida. Una vez que estuvimos dentro echó a andar el motor y nos pusimos en marcha.
— Bueno, tienes que saber que casi todas las primas están casadas —. Me soltó la bomba.
— ¿Qué? —Me tomó por sorpresa al igual que el sol del atardecer en mi cara— ¿Marina, Concha y Viviana están casadas?
— Sí —, me afirmó Lidia. Se incorporó a la avenida y tomamos camino para ir rumbo al hospital o al menos eso pensaba, lo mejor era saber que mi mamá ya estaba en casa, pero me distraje—. Mira que todas intentaron buscarte para que fueras una de sus damas de honor, pero en verdad desapareciste de la faz de esta tierra.
— No puedo creer que se hayan casado. Me perdí sus bodas —. Lo dije con mucho pesar. En verdad me dolía no haber estado ahí.
Miré a través de la ventana y la ciudad seguía intacta, tal cual yo la recordaba. No había cambiado en nada.
— Bueno, si te sirve de consuelo —. La volteé a ver justo en el momento en el que alzó la mano izquierda para ver el típico anillo con un diamante en el dedo anular. No perdió la vista del camino hasta que paró con el semáforo en rojo.
— ¡Aaah! —Grité llena de emoción— ¡No me lo puedo creer! ¡Te vas a casar!
— ¿¡Puedes creerlo!? —Me gritó llena de emoción.
— ¡Te dije que tu día llegaría! —La abracé con toda la emoción del mundo.
El semáforo se puso en verde y continuamos nuestro camino.
— ¡Lo sé! De verdad creía que me iba a quedar para vestir santos, pero el destino me ha mandado un buen hombre en mi camino.
— Me alegro escucharlo —. Estaba muy emocionada por mi prima. En verdad ella era una buena persona y merecía ser feliz.
Nos quedamos en silencio durante un momento antes de volver al tema por el cual yo estaba de vuelta ahí.
— Lidia, a todo esto, ¿cómo está mi mamá? Dime por favor que se recuperó y que todo está bien con ella.
Mi prima paró el auto haciéndose a un lado en el camino y viéndome con una expresión de preocupación que no supe cómo interpretar. Me dio la sensación de que algo no andaba bien y no me lo iba a perdonar nunca.