CAPÍTULO 28 El sarcasmo brota desde lo más recóndito de mi ser en uno de esos ataques de espontaneidad a los que ya me estoy acostumbrando. Estar a su lado saca lo más desconocido de mí misma, estoy tan a gusto que me causa miedo, su presencia me es segura, familiar. Él alza sus cejas divisando mi gesto de relajación con una apatía que me hace morder los labios evitando que una sonrisita traviesa se me salga. —Si tengo que obligarte, mujer, lo haré. Créeme, soy un hombre de palabra. —Afirma, como si fuera un juego que está más que dispuesto a ganar. En está oportunidad soy yo quien frunce el ceño, perpleja. ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo que me va a obligar a casarme? ¿Con quién? ¿De qué me estoy perdiendo? No lo entiendo, a pesar de mis arrebatos de honestidad y dejar de tartamudear c