Si quemar todos nuestros recuerdos fue difícil, imagínense lo que es tener que eliminar a mi exnovio de todas mis r************* .
Cristina había mencionado que, para poder superar a Adam, tenía que eliminar todas las fotos que tenía con él en mi perfil de f*******:, i********:, Twitter e incluso en mi galería de fotos. Era como eliminar la parte virtual de mi relación con él.
Comencé por lo más sencillo, eliminar nuestras fotos de i********:. Tampoco era como si utilizara mucho aquella aplicación, pero de igual manera había publicado un par de fotos ahí.
Antes de hacerlo, revisé los comentarios y descripciones. ¿Cómo no me había dado cuenta que Adam nunca me había puesto un comentario? ¡Ni un maldito like!
Era inaceptable y me sentía tonta por no haberlo notado antes.
Se me fue haciendo más fácil la tarea, a medida que fui cayendo en cuenta que a mi exnovio nunca le importaron nuestras fotos, estados de f*******: o memes que yo como tonta compartía en su perfil.
Para ese momento, la opción “Eliminar” se había vuelto algo que presionaba inconscientemente.
Estuve toda una tarde eliminando cosas en mis r************* .
Luego de acabar con eso, seguí con las imágenes y videos de mi galería de fotos, pero ya me encontraba tan harta y decepcionada de aquel imbécil, que no se me hizo difícil.
Estaba en un tal arranque de valentía, que aproveché hasta de sacarlo de mi lista de contactos telefónicos y borrar las canciones que me recordaban a él, aunque aún tenía su número grabado en mi memoria.
Mi teléfono se encontraba renovado, sin recuerdos de él, pero lamentable era que aún mi corazón siguiera con toda nuestra historia a flor de piel.
Suspiré entrecortadamente y luego dejé mi teléfono a un lado.
Encendí mi computador y coloqué música. Para mi estado de ánimo, me venía bien una lista depresiva, así que le di play a un mix de Música romántica de los 2000 y me dejé llevar por la melancolía.
(….)
Las horas pasaron muy lento, mientras intentaba despejar mi mente, lo cual fue imposible. Cualquier cosa me recordaba lo desdichada que me sentía.
Entonces, como ángel caído del cielo, Cristina se había presentado nuevamente en mi casa para cerciorarse que no atentara contra mi vida.
—¡Que no voy a suicidarme! —le repetí con fastidio y suspiré mientras me tumbaba en la cama.
—Claro que no, porque hoy nos iremos de compras —hice una mueca de desagrado y negué con la cabeza.
—¿De compras?, ni hablar —me quejé. Mi amiga soltó una carcajada y luego se acercó a mi closet.
Revolvió mi ropa y sacó algunas prendas con una mueca de asco en el rostro.
Ya, tampoco vestía prendas de última moda, pero tampoco me parecía a una indigente… ¿o sí?
—Todo lo que saqué, se irá a la basura y me importa bien poco si te parece bien.
Me acerqué con rapidez al montón de ropa que mi amiga había sacado de mi closet. La mayoría de ellas las había comprado en las boutiques de oferta.
—Cris, no pienses que te desharás de mis camisas a cuadros —fruncí las cejas y tomé las prendas entre mis manos.
—Ya está decidido, Georgia.
Entonces mi amiga tomó toda la ropa que se encontraba en el suelo de mi habitación y la fue metiendo en una gran bolsa negra.
—Tienes que cambiar tu apariencia —decía mientras seguía con su tarea auto impuesta.
En ese momento supe que no tenía alternativa y debía decirle adiós a mis viejas camisetas y pantalones holgados.
(…)
Cristina tenía una tremenda facilidad para escoger outfits de ropa que combinen a la perfección, todo lo que a mí me faltaba, porque mi sentido de la moda no estaba para nada desarrollado.
Mi amiga había seleccionado para mí un par de vestidos que no eran para nada de mi agrado, pero aun así estaba encerrada en un probador con ambos vestidos en mano.
Negué con la cabeza y comencé a probarme el primero, que era completamente de color n***o.
Asomé la cabeza entre la puerta del cubículo y el exterior de éste. Cristina inmediatamente entró en el probador y me hizo dar una vuelta.
—¡Genial! Te queda excelente —suspiré con resignación y me encogí de hombros. A mi parecer, mis piernas se veían extremadamente gordas, pero por lo visto mi opinión no valía de mucho.
—Sí, me veo súper genial —ironicé cada palabra, pero ni por eso la sonrisa de satisfacción no lograba desaparecer del rostro de mi amiga.
Media hora estuve entre vestidos y pantalones ajustados. Luego de eso, entramos a una tienda que sólo tenía zapatos de tacón.
—¡No puedo caminar con esas cosas! ¿Quieres que consiga un yeso en el pie? —abrí los ojos con asombro y tomé un par de zapatos entre mis manos.
No, definitivamente no lograría ni en mis mejores sueños caminar con un par así.
—Conseguiremos unos más bajos. Tienes que aprender a caminar con tacones —Cristina pasó a mi lado y caminó hasta encontrar a una vendedora libre.
Me senté en un sillón n***o de cuero que se encontraba dentro de la tienda y me acomodé en él.
Odiaba salir de compras, por eso nunca lo hacía.
—¡Estos quedarán perfectos con el vestido azul! —la vendedora me extendió un par de tacones azules, mientras mi amiga me observaba con un brillo especial en los ojos.
Entre quejidos y negaciones por mi parte, me coloqué los zapatos y traté de caminar con ellos.
Parecía bambi aprendiendo a caminar, de seguro.
Arrastré cada paso, con miedo de caerme o torcerme el pie. Me sentía totalmente ridícula.
—Solo necesitas práctica —la vendedora me sonrió con amabilidad. Claro, que fácil se oía eso.
—Cristina, te declaro oficialmente la peor amiga del mundo —dije. Mi amiga soltó una carcajada y luego me guiñó un ojo.
—Para servirte, cariño.
(….)
Finalmente, si había comprado los malditos tacones que Cristina había escogido, pero sabía que no llegaría a utilizarlos nunca, era imposible caminar con esas cosas en los pies.
Entré a casa con las bolsas y las deposité en mi cama.
Había sido un día largo y me sentía igual que el día de ayer; cansada y triste.
Se suponía que, al otro día, Cristina y yo iríamos a la peluquería después de clases. El problema no era decirle adiós a mi cabello largo, sino que Adam asistía a la misma universidad que yo.
Iba a ser la primera vez que lo vería luego de nuestra ruptura y todo mi cuerpo lo sabía, porque no dejaba de temblar y pensar en ello.
De cualquier forma, no quería ser mal agradecida con Cristina, porque de alguna manera me estaba ayudando.
Estaba rogando que todo esto me sirviera para algo, quería tener esperanzas en poder curar mi corazón roto.