Parado frente a una de las ventanas de su casa, específicamente aquella por el costado de su cocina, que tenía una perfecta vista oculta hacia la casa del pequeño tigre, Rayan observaba con atención a través de ella, esperando. El surco entre sus cejas estaba profundamente arrugado y sus brazos se mantenían tensos entrecruzados sobre su pecho. Observar la hora y comprobar que el chico no había llegado a su casa el día anterior, solo tenía de mal humor al alfa. Tan malo como el de su lobo, quien en su mente se paseaba exigiéndole ir a la casa del omega, invadirla de ser necesario y comprobar si había llegado en algún momento de la noche. Pero a juzgar del absoluto silencio y la oscuridad de las ventanas, dudaba de aquello. El chico había pasado la noche afuera, y el no saber en dónde y