Sentado en el suelo de la parte trasera de la biblioteca, rodeado de libros y cajas para ocultarse de cualquier persona indeseada, Troy tenía su computador sobre su regado en el cual tecleaba sin perder el ritmo. —Sabes, a veces olvido que en realidad eres un cerebrito de corazón —comentó su amiga, observándole parada a unos escasos pasos de él, con sus brazos cruzados sobre su pecho mientras uno de sus hombros estaba recargado en una librería. —Yo no diría exactamente un cerebrito —expresó el lobo omega, sin mirarla—. ¿Y no se supone que alguien debe de estar en el frente para recibir a las personas? —le recordó. —Por favor, tú y yo sabemos que ni los fantasmas se pasean por aquí —se mofó, acercándose para sentarse frente a él en el suelo—. Y aunque una persona realmente entrara, da ig