Cuando Troy comenzó a recuperar la consciencia, se quejó por las molestas voces que invadían su habitación, empeorando su dolor de cabeza. —Cállense... —gimoteó y giró sobre su costado. O al menos, eso intentó, ya que en realidad, no se encontraba recostado en su cama y unos fuertes brazos rodeaban firmemente su cuerpo, impidiéndole moverse a gusto como deseaba. —Pero... Qué... —balbuceó, forzando a sus ojos a abrirse, pero inmediatamente los cerró cuando la luz golpeó directamente en ellos. —Apaga la luz, Alana —ordenó aquella conocida voz. —No podré revisarlo bien en medio de la oscuridad, incluso tenemos las cortinas corridas —indicó la beta. —Luz —pronunció Troy, y señaló su pequeña mesita de noche al costado de su cama, donde una lámpara descansaba. Entonces, el lobo omega escu
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