–¡No tenía derecho a hacerlo!– gritó Esmé al Señor Descourt en francés y lo insultó sin parar durante, otros cinco minutos. El hombre, sin inmutarse, cerró su carpeta y se puso de pie. –Es inútil, Señora– dijo–. No podrá usted cambiar ni una palabra del testamento de Su Señoría. Los Abogados se retiraron y Esmé continuó gritando e insultando, no sólo a ellos, sino también a su difunto marido por la forma en que la había tratado. Daniela, ansiosa de retirarse, dijo, –Lamento que esto haya sucedido; pero, como comprenderá, Papá tenía muchas obligaciones en Inglaterra, por lo que quiso proteger a la gente que trabajó para él y la casa que siempre ha sido nuestro hogar. Su madrastra estaba a punto de protestar, cuando de pronto entornó los ojos, como si una nueva idea hubiera acudido a s