El día no podía transcurrir de peor manera. El peso de la frustración y el desánimo rondaban a Mary, que estaba sentada en una de las bancas del parque más cercano a la empresa donde trabajaba, ni siquiera había querido almorzar con las colegas de trabajo. Ese en definitiva era uno de esos días en los que todo parecía conspirar en su contra, y esta vez la consecuencia parecía ser justa y merecida. El fatídico encuentro con su jefe esa mañana había sido la guinda que decoraba su torta de desgracias. Sus palabras resonaban en su mente, como si estuvieran ocurriendo en ese mismo instante. —¡Falta uno de mis trajes, Mary! —espetó el señor Duncan, casi fulminándola con la mirada que decía más que mil palabras insultantes. En ese momento, Mary se sentía acorralada, sin argumentos ni excusas d