Danilo se encontraba sentado en el suelo, quejándose del dolor en la pierna por la mordida del perro Bravo; se hallaba en un estado de completa confusión y nerviosismo. La vergüenza y los celos lo consumían al mismo tiempo, y no sabía cómo actuar ante Lara, quien había salido al patio trasero y se sorprendió al reconocerlo. —Vamos, Bravo, ¡suelta a Danilo ahora!—exclamó Lara, agarrándose la cara de horror. Bravo, obediente a la llamada de su dueña, se retiró lentamente, aunque seguía mirando con desconfianza a Danilo. Gruñó con suavidad y se dirigó hacia la rubia, que lo guió hasta la entrada trasera de la casa. Mientras Danilo se sacudía la tierra, Lara entró a su casa, dando instrucciones a su acompañante para que se quedara adentro de la casa. —Quédate dentro, Javier y Asegúrate de