ALBERTO —Padre, cómo es posible que nos mintiera sobre tu descubrimiento de la diosa—, Alberto le reclama muy exaltado al Gran Alfa. —Sencillamente, yo no tengo que darte explicaciones y además eso no sirve de nada, —El gran Alfa siguió sentado en su cómodo sillón de cuero cruzado de brazos. —Pero pudo haber sido útil, si me lo hubieras dicho, yo hubiera ido a buscarla en lugar de rescatar a Sheila y mi amada Mariana estaría… —A Alberto la voz se le entrecortó, un nudo de lágrimas le contuvo la voz y le tocó apretarla aún más para que no estallara en sus ojos. —Lo siento, hijo, es que omití mi encuentro con esa señora, pero no lo hice con mala intención, fue para protegerte, pues ella no es una diosa y sus pocos dones están menguados debido a que se encuentra preñada—. El gran Alfa se