La mañana del sábado siguiente estacionamos el auto frente a la mansión Lefevbre y me disponía a bajar cuando sentí una punzada en la parte baja de la espalda. —¡Auch! —exclamé, llevándome una mano a la zona lumbar y apoyándome de la carrocería. —¿Qué ocurre? —preguntó Emmett, rodeando el auto para llegar hasta mí. —Nada, nada. Es que luego de dar a luz quedé con pequeño problema de cadera, nada grave, lo juro, pero conducir por mucho rato no ayuda, entonces... me duele un poco, es todo. —Se empezó a hacer complicado hablar cuando Emmett colocó su mano sobre mi cadera, reemplazando la mía. Era un gesto desapasionado, solo buscaba aliviar un poco mi malestar, estaba preocupado, pero tenerle cerca y tocándome, me volvía un ser irracional y deseoso de tenerle... Era un principio básico de