El silencio seguía haciéndose pesado entre nosotros, mientras Emmett, acostado sobre los almohadones, se cubría los ojos con un brazo. —Verás, Irina; yo no recuerdo mucho sobre la noche que te pedí que te casaras conmigo, tampoco recuerdo nada de lo que ocurrió después, pero puedo entender por qué lo hice, o por qué me arriesgué a hacerlo, y la razón es porque yo llevo años enamorado de ti —dijo finalmente, sentándose una vez más frente a mí. —¿Años? —susurré en shock, esperando que de un momento a otro me dijera que estaba bromeando conmigo. —Sí, años. Es obvio que siempre supe de tu existencia, pero quizás no fue sino hasta que llegaste a los diecisiete, creo, que empecé a mirarte con otros ojos. Recuerdo que celebraste tu cumpleaños en el bar. Hugo nos invitó, papá y yo fuimos los ún